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Historia de la Iglesia (63)
#1
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadben

/// En este mismo año (1830) Müller se casó con la hermana de A. N. Groves, en quien él encontró una esposa totalmente de acuerdo con él en lo referente a procurar aprender y cumplir la voluntad de Dios como se manifiesta en las Escrituras. Ella se interesó de manera especial en las próximas medidas que ellos tomaron, pues ahora comprendían que no era correcto que él recibiera un salario fijo derivado de la renta de los bancos y contribuciones regulares de miembros de la iglesia, de manera que renunciaron a ello.

Lo que en realidad les costó más que renunciar al salario fue su
determinación de obrar sobre una conclusión a la que ellos habían llegado ante Dios, que ellos nunca pedirían ayuda ni tampoco darían a conocer sus necesidades a ningún hombre, sino que verdaderamente acudirían al Señor y confiarían en él para que él supliera todas sus necesidades. En este mismo tiempo, ellos recibieron la gracia para obrar literalmente sobre el mandamiento del Señor: “Vended lo que poseéis, y dad limosna”.

Más de cincuenta años después, él escribe: No nos arrepentimos en lo más mínimo de la medida que (…) tomamos. Nuestro Señor también nos ha dado, en su tierna misericordia, la gracia para continuar pensando de la misma manera en cuanto a los puntos anteriores, tanto en lo referente al principio como a la práctica. Y este ha
sido el medio de hacernos saber el tierno amor y el cuidado de nuestro Señor por sus hijos, hasta en lo más insignificante, de una manera nunca antes conocida por nosotros (…) y esto ha hecho, en especial, que conozcamos más completamente al Señor de lo que lo conocíamos antes, como un Dios que escucha las oraciones.


En 1832, la familia Müller y Henry Craik se trasladaron a Bristol, donde los dos hermanos eran pastores de la Capilla de Gedeón por un tiempo, pero también alquilaron la Capilla de Betesda, al principio sólo por un año. Allí un hermano y cuatro hermanas se unieron a ellos en una hermandad “sin ninguna regla,” según dijeron, “deseando sólo actuar según al Señor le agrade mostrarnos la luz por medio de su Palabra”. Esta iglesia creció rápidamente y desde el comienzo fue muy activa en las buenas obras. (…)

Ciertas dudas en cuanto a los ancianos y en cuanto al orden y disciplina de la iglesia vinieron luego a preocupar las mentes de los hermanos, y hubo un largo y minucioso análisis de las Escrituras sobre estos asuntos. Ellos llegaron a darse cuenta de que el mismo Señor asigna ancianos en cada iglesia en el cargo de supervisores y maestros, y que esto debe continuar ahora, a pesar del estado caído de la Iglesia, como en los tiempos apostólicos. Esto no implica que los miembros asociados en la hermandad de la iglesia deban elegir a los ancianos conforme a su propia voluntad, sino que ellos deben esperar en el Señor a fin de reconocer a los que reúnan los requisitos para instruir y dirigir en la iglesia del Señor. Estos toman posesión del cargo por medio del nombramiento del Espíritu Santo, el cual es dado a conocer a los que han sido nombrados y a aquellos entre quienes ellos van a servir, mediante el llamado secreto del Espíritu Santo a través de su posesión de las cualidades requeridas y mediante la bendición del Señor sobre sus obras. Los hermanos deben reconocerlos y someterse a ellos en el Señor.

Las cuestiones relacionadas a la disciplina de la iglesia deben ser finalmente resueltas en la presencia de la iglesia, siendo el acto de todo el cuerpo. “Con relación a la acogida de los hermanos en la hermandad, este debe ser un acto de simple obediencia al Señor tanto por parte de los ancianos como por parte de toda la iglesia. Sentimos el deber y la obligación de recibir a todos aquellos que hagan una profesión convincente en Cristo, conforme a la Escritura que dice: ‘Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios’”. Estas y otras conclusiones no eran reglas de la iglesia, sino que expresaban lo que los miembros habían comprendido así como la manera en que habían determinado actuar hasta que pudieran recibir una nueva luz de la Escritura.

En cuanto a la Cena del Señor se comprendió que: “…aunque no poseemos ningún mandamiento expreso con relación a la frecuencia de su cumplimiento, el ejemplo de los apóstoles y de los primeros discípulos nos guiaría a cumplir esta ordenanza todos los días del Señor (…) En esta ordenanza manifestamos nuestra participación común en todos los beneficios de la muerte de nuestro Señor, así como nuestra unión con él y los unos con los otros; por lo tanto, también se debe dar oportunidad para el ejercicio de los dones de enseñanza y exhortación, así como para la comunión en oración y alabanza. La manifestación de nuestra participación común en los dones de cada uno no puede darse completamente en tales reuniones si toda la reunión es, como es inevitable, conducida por un individuo. Sin embargo, esta manera de reunirse no quita, de aquellos que tienen los dones de enseñanza y exhortación, la responsabilidad de edificar a la iglesia cuando se ofrezca la oportunidad.”

Durante una visita a Alemania en 1843, Jorge Müller pasó algunos meses entre un grupo que estaba complacido de tener su ministerio y que le había invitado, pero que no le permitiría partir el pan con
ellos cuando llegara el momento, ya que él estaba dispuesto a hacerlo con cristianos en la Iglesia del estado, o con los que no habían sido bautizados como creyentes. Ellos incluso trataron de que él se comprometiera a nunca partir el pan con creyentes que, aunque bautizados, no evitaban el compañerismo con aquellos que no lo eran.

Al comentar sobre estos hechos, Jorge Müller dice: “Estos hijos de Dios habían estado en lo cierto al considerar bíblico el bautismo de creyentes y separarse de la Iglesia del estado (…) Pero sobre estos dos puntos ellos habían puesto un énfasis indebido. Aunque el bautismo de creyentes es la verdad de Dios, y aunque la separación de las Iglesias del estado por parte de los hijos de Dios que saben que una iglesia es una congregación de creyentes es correcta, porque en las Iglesias del estado ellos no ven otra cosa que el mundo mezclado con algunos creyentes verdaderos, no obstante, si se hace un gran asunto de estos puntos, si se toman fuera de proporción, como si lo fueran todo, habrá pérdida espiritual por parte de aquellos que lo hacen. Mejor dicho, cualquiera de las partes de la verdad que se enfatice demasiado, aunque tenga que ver con las verdades más preciadas relacionadas con nuestra resurrección en Cristo o nuestro llamado celestial, o la profecía, tarde o temprano, los que hacen esto y, por tanto, les dan un lugar demasiado importante, terminarán perdiendo en sus propias almas y, si son maestros, perjudicarán a quienes enseñan. Ese fue el caso de Sturtgart. El bautismo y la separación de la Iglesia del estado finalmente se han convertido en lo único para estos queridos hermanos. “Nosotros somos la iglesia. La verdad sólo puede encontrarse entre nosotros. Todos los demás están en error y en Babilonia.” Estas fueron las frases usadas una y otra vez por nuestro hermano. Que Dios en su misericordia les dé a ellos y a mí un corazón humilde.” (…)

En 1836, Jorge Müller inauguró su primer orfanato al alquilar una casa por un año en la calle Wilson, Bristol, donde recibió a 26 niños. Él declara como sus motivos principales para emprender esta obra:
1) Que Dios sea glorificado, si se digna concederme los recursos, para que se comprenda que no es en vano confiar en él; y que de esta manera la fe de sus hijos sea fortalecida.
2) El bienestar espiritual de los hijos sin padre y sin madre.
3) Su bienestar temporal.”

Al ver que tantas personas del pueblo de Dios estaban agobiadas por las preocupaciones y las inquietudes, él deseó dar una prueba visible y tangible de que en nuestros días Dios escucha las oraciones y responde a ellas exactamente como siempre lo hizo, y que si confiamos en él y buscamos su gloria él suplirá nuestras necesidades.

Müller había sido estimulado grandemente por el ejemplo de Franke de Halle en Alemania, quien, dependiendo sólo del Dios vivo, había construido y sostenido un orfanato grande. De modo que él tenía la certeza de que semejante obra en Bristol sería la mejor manera de testificar de la fidelidad de Dios en este país.

Todas sus expectativas fueron más que realizadas. Aunque a menudo él fue reducido a la más absoluta necesidad, sin embargo, el número creciente de huérfanos nunca disminuyó. La obra fue continuada hasta su muerte a los 92 años de edad, y desde entonces sus sucesores la han llevado a cabo en el mismo espíritu. La gran cantidad de huérfanos recibidos (de los cuales muchos se han convertido), los enormes edificios construidos, las masivas sumas de dinero recibidas y empleadas —todo esto representa un ejemplo sorprendente del poder triunfante de la oración de fe.

En 1837, Jorge Müller publicó la primera parte de su libro, Un relato de algunos de los tratos del Señor con Jorge Müller, un libro que ha ejercido una influencia extraordinaria en las vidas de una gran cantidad de personas al alentarlas en la fe en Dios.

La ciudad de Barnstaple en Devonshire está relacionada con el nombre de Roberto Cleaver Chapman, quien ministró la Palabra de Dios allí durante unos setenta años y murió allí en 1902, próximo a cumplir sus cien años de edad. Chapman nació en Dinamarca, hijo de padres ingleses, y su madre, a quien estaba profundamente ligado, ejerció una gran influencia sobre él. Mientras aún vivía en Dinamarca fue instruido por un abad francés, y luego estudió en una escuela en Yorkshire. Él desarrolló marcados intereses y habilidades literarias, convirtiéndose, además, en un excelente lingüista.
Atraído por la Biblia a la edad de dieciséis años, Chapman hizo un estudio minucioso de todo el libro, llegando a conmoverse mucho por el mismo. Al dedicarse al estudio de derecho se convirtió en procurador, y se desempeñó bien en su profesión.

En este tiempo, Santiago Harrington Evans se encontraba predicando en Londres, en la Capilla de la calle John, Bedford Row, la cual había sido construida para él por un amigo. Él había sido un cura, pero al convertirse por medio de la lectura de unos sermones que su párroco le había prestado, comenzó a predicar la justificación por medio de la fe con una convicción sincera. Este fue el medio tanto para la conversión de pecadores como para el avivamiento de creyentes, pero fue resistido por su párroco, quien le pidió que se marchara.

Ahora él también tuvo dificultades con relación al bautismo de infantes, y se dio cuenta de que la relación existente entre la Iglesia y el estado impedía la santa disciplina en la Iglesia. Por lo tanto, él dejó la Iglesia. Poco después, él y su esposa fueron bautizados. Sin embargo, Evans no se convertiría en el pastor de una iglesia bautista, porque eso implicaría terminar su compañerismo cristiano con muchos creyentes, entre quienes, él creía, bien podía haber mejores personas que él.

En la Capilla de la calle John se celebraba la Cena del Señor cada domingo por la noche, y aquellos que de alguna manera demostraban estar capacitados para ayudar y edificar la iglesia fueron alentados a hacer uso de sus dones.
Fue precisamente a esta iglesia que, aproximadamente a los veinte años de edad, Roberto Chapman fue traído. Mientras caminaba una noche, vestido de etiqueta, cerca de la capilla, uno de los ancianos lo vio y lo invitó a pasar. Él entró, y al cabo de unos pocos días experimentó el cambio de la conversión. Al describir esto más tarde, dijo: “¡Señor, recuerdo tus tratos conmigo! Cuando me tomaste de la mano por primera vez y tu Espíritu Santo me convenció de pecado, mi copa estaba llena de amargura por mi culpa y el fruto de mis hechos (…) todo en mi interior era un invierno monótono. Me sentía harto del mundo, odiándolo con gran enojo, pero era incapaz de dejarlo y no estaba dispuesto a hacerlo (…) Me hablaste en el momento oportuno, diciendo: “Este es el reposo con que darás reposo al cansado; y este es el refrigerio”. Y ¡cuán dulces tus palabras: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”! ¡Cuán hermosa la visión del Cordero de Dios! ¡Y cuán gloriosa la túnica de justicia, ocultando del ojo santo de mi Juez todos mis pecados y corrupción! Entonces el cojo saltó como un ciervo, y cantó la lengua del mudo. En Jesús crucificado, en ti mi Señor, mi alma encontró descanso en el seno de tu amor.”

Chapman fue bautizado y formó parte de la congregación de creyentes en la calle John. Estos pasos le ocasionaron la pérdida de muchos amigos y fueron también la causa de la desaprobación de sus parientes, pero desde el principio de esta nueva vida él se entregó por entero a seguir en las pisadas de Cristo. Las Escrituras se convirtieron en su creciente deleite, entró en una vida de oración de fe, y tuvo cuidado de ocuparse con las necesidades de los pobres y de todos aquellos que estuvieran en problemas.

Él sintió que había sido llamado de Dios para dedicarse al ministerio de la Palabra de Dios. Algunos dijeron que él nunca sería un predicador, pero él contestó: “Mi gran propósito es imitar a Cristo”.

Roberto Chapman nunca se casó, y en 1832 se estableció en Barnstaple, ministrando la Palabra de Dios en la Capilla Bautista Ebenezer. Harrington Evans siguió allí el curso de su ministerio con un interés constante. (…) Él se deshizo de todo cuanto poseía y vivió en una dependencia constante e inmediata del Señor para la satisfacción de sus necesidades diarias. Regaló a otros todo lo que recibía más allá de lo que era necesario para suplir sus modestas necesidades.

(Continuará)
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