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Historia de la Iglesia (61)
#1
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadben

/// En cuanto al pequeño grupo misionero, sus corazones fueron desgarrados por los horrores indescriptibles que tenían lugar a su alrededor; sin embargo, Groves pudo escribir en este tiempo lo siguiente: “El Señor nos ha concedido una gran paz en la confianza segura en su tierno cuidado, y en la verdad de su promesa de que no nos faltarán nuestro pan y agua. Pero desde luego que nada excepto el servicio a semejante Señor, como lo es Él, me mantendría en las escenas que estos países exhiben, y tengo la certeza que continuarán así hasta que el Señor haya concluido sus juicios sobre ellos por su desprecio del Nombre, la naturaleza y posición del Hijo de Dios. Sin embargo, no me marcho porque guardo la esperanza de que él tenga un remanente incluso entre ellos para cuya manifestación estos tiempos convulsos están preparando el camino (…) El Señor ha detenido el agua justo a la altura de nuestra calle, gracias a un pequeño saliente de un terreno alto, de manera que hasta ahora todos estamos secos y libres de la espada del ángel destructor”.

Al analizar la ruina de la obra prometedora ya comenzada, él escribió: “Se requiere gran confianza en el amor de Dios, y mucha experiencia en el mismo, para que el alma permanezca en paz y se apoye en el Señor en un país de semejantes cambios, sin tener ni siquiera a ninguno de nuestros coterráneos cerca, sin vía de escape en ninguna dirección; rodeados por la peste más desoladora y la inundación más destructiva, obligados a presenciar escenas de miseria que desgarran los sentimientos, y para las cuales uno no puede suministrar ningún alivio. No obstante, hasta en estas circunstancias, el Señor nos ha mantenido en paz y tranquilidad personal por medio de su misericordia infinita, y estamos confiando bajo la sombra de su ala Todopoderosa. Él nos ha permitido reunirnos diariamente sin que ninguno de nosotros falte cuando decenas de miles han estado cayendo a nuestro alrededor. Pero esto no es todo, por cuanto él nos ha hecho saber por qué nos quedamos en este lugar y por qué nunca se nos permitió sentir que era nuestro deber abandonar el puesto en el que nos encontrábamos” .

El nivel de las aguas disminuyó; la virulencia de la peste pasó. Entonces María, la madre y esposa, la guía de la casa, cuyo amor, gracia y fe inagotable habían sido un sostén sobre el cual todos se habían apoyado, enfermó de la peste, como pronto todos pudieron ver. Su esposo y una enfermera fiel cuidaron de ella. Ella había estado completamente segura de que ellos debían quedarse en Bagdad, y ahora, al enfrentarse a la posibilidad de dejar a su esposo e hijos y a la pequeña bebé nacida allí, en semejante lugar, ella dijo: “Estoy asombrada por los caminos del Señor, pero no más que por mi propia paz en semejantes circunstancias”.
Ella murió. Su esposo lloró de dolor mezclado con adoración: Cuán difícil es para el alma ver el objeto de sus más duraderos y arraigados afectos terrenales, sufriendo sin poder suministrarle alivio, sabiendo también que el Padre celestial que ha enviado el sufrimiento puede aliviarlo y, sin embargo, parece hacerse el sordo ante los lamentos de uno. Al mismo tiempo, sentí en lo más profundo de las afecciones de mi alma que, a pesar de todo, él es un Dios de infinito amor. Satanás me ha probado gravemente, pero el Señor me ha mostrado, en el Salmo 22, un lamento más maravilloso aparentemente desatendido, y el Espíritu Santo me ha dado la victoria, y me ha permitido conformarme con la voluntad de mi Padre, aunque ahora no veo el fin de sus benditos y santos caminos Luego la pequeña bebé enfermó y, a pesar de la mayor dedicación de su padre, fue arrebatada de ellos. Groves mismo fue el próximo en ser atacado, y parecía que dejaría a sus hijos desamparados, pero se recuperó.

A medida que la peste y la inundación disminuyeron, el enemigo externo avanzó, la ciudad fue asediada y en toda la ciudad imperó la ley de la calle. La casa de Groves fue atacada y robada en varias ocasiones, pero, aunque desarmados e indefensos, sus moradores no sufrieron ningún daño corporal. Los proyectiles pasaban sobre el techo donde ellos dormían y el hogar fue estremecido por las balas de cañón. La violencia prevalecía en las calles, y en particular los hijos de la población cristiana sufrían un tratamiento abominable. Finalmente, la ciudad fue tomada; sus captores se comportaron con una moderación inesperada, y la tranquilidad y el orden fueron restaurados.

En el verano de 1832, llegaron los tan esperados colaboradores de Inglaterra. Ellos eran el Dr. Cronin, ahora viudo, con su hija pequeña y la madre de él, Juan Parnell y Francis W. Newman (cuyo hermano posteriormente se convirtió en el famoso Cardenal). Groves y todos los que lo acompañaban se alegraron sobremanera por esta llegada, y todo el grupo, ahora mayor, entró en un período no sólo de actividad en estudio y trabajo, sino, además, de una hermandad útil y gozosa, y avance hacia un conocimiento más amplio de Dios y la santidad. Ellos tenían todas las cosas en común; los viernes oraban juntos. Hubo mucho estudio de la Palabra de Dios; varias conversiones tuvieron lugar. Estos fueron tiempos que ellos nunca pudieron olvidar, a partir de los cuales se inició para varias personas, de varias nacionalidades, el comienzo de una nueva vida en Dios.

La hermana de Cronin se había casado con Parnell en el camino, cuando estuvieron en Alepo, pero había sido rápidamente arrebatada de él por la muerte, y ahora su madre también había fallecido. En este mismo año Newman y Kitto viajaron a Inglaterra en busca de nuevos colaboradores, y al año siguiente los que estaban en Bagdad fueron visitados por el Coronel Cotton, cuyas habilidades ingenieriles y cuidado cristiano por el pueblo de la India acabaron con las terribles hambrunas periódicas del Delta Godaveri, y trajeron prosperidad a su inmensa población. Groves siguió con él hasta la India, dejando a los demás en Bagdad por un tiempo.

Uno de los objetivos de ir a la India, escribe Groves, era “para llegar a unirnos verdaderamente más de corazón con todos los grupos misioneros allí, y demostrar que, a pesar de todas las diferencias, somos uno en Cristo; solidarizándonos en sus penas y regocijándonos en su prosperidad”. Las profundas experiencias por las que él había atravesado lo capacitaban para esto de una manera especial, también su notable humildad, sin fingimiento, la cual le permitía ver rápidamente cualquier cosa positiva en los demás y le hacía lento para condenar. Además, su conocimiento de las Escrituras y su conocimiento de la obra misionera lo capacitaban para dar consejo sabio, de manera que él no viajaba simplemente elogiando todo lo que veía, sino que podía señalar posibilidades de mejoramiento.

Él vio de una manera tan palpable la necesidad de las enormes multitudes que seguían sin el Evangelio que consideraba que casi cualquier esfuerzo por alcanzarlas, sin importar cuán imperfecto fuese, era mejor que no hacer nada. Además, él era optimista de que, si en algún lugar por primera vez los verdaderos creyentes dejaran a un lado sus diferencias denominacionales, para exhibir la unidad esencial de las iglesias de Dios en obediencia a las Escrituras y en la tolerancia del amor, sería en un país no cristiano, como en la India.

Esto eliminaría el obstáculo principal para la propagación del Evangelio. Era una gran tarea la que se planteaba, y valía la pena llevarla a cabo a toda costa.
Ya fuese por medio de los amplios viajes por todo el país, al visitar a muchos misioneros de varias confesiones, o cuando se establecía en un distrito en específico, la gracia y el poder del ministerio de Groves, así como su amor desinteresado, ganaron muchos corazones y dieron abundantes frutos en las vidas y el servicio de muchos. Sin embargo, cuando se trataba de aplicar los principios de la Palabra de Dios a personas y organizaciones que de alguna manera se habían apartado de ellos, surgía la oposición, y él sufría intensamente al ver que su deseo ardiente de servir era malinterpretado por misioneros y sociedades, y a su vez era tomado como una crítica, una afectación de superioridad y como una amenaza a la estabilidad de las organizaciones existentes. Sus propias palabras son: “Cuán lentos somos para aprender realmente a sufrir, y para ser humillados con nuestro amado Señor (Filipenses 2.3–10). Sin embargo, creo que por lo general somos mucho más capaces de aceptar alegremente cualquier cantidad de prueba mental o corporal que aquella que nos degrada ante el mundo. Darnos cuenta de que nuestra humillación es nuestra gloria, y nuestra debilidad nuestra fortaleza, exige una fe extraordinaria, Dondequiera que voy, percibo la mala influencia de principios contrarios. Estoy convencido de que no seguir a nuestro Señor y bajarnos al nivel de las personas a quienes deseamos servir, destruye todo nuestro poder real. Por otra parte, mientras permanezcamos por encima de ellas, tenemos poder pero es terrenal. ¡Oh, que el Señor levante a algunos para que nos muestren el camino! Cuando la verdad penetra la mente de una persona en la India, parece apoderarse de ella con un agarre más poderoso y tenaz que como sucede por lo general en Inglaterra. En la India las personas a menudo sólo tienen la Palabra de Dios, porque el círculo de religiosos profesos es muy pequeño. Por lo tanto, las opiniones que ellos abrigan son mucho más bíblicas. Nunca hubo un momento en que fuese más importante que ahora hacer todo esfuerzo posible para que ellos no arraiguen en este país los males del dominio eclesiástico, o sea, la soberbia y la mundanería bajo las cuales las Iglesias establecidas en Europa han sufrido.”

Groves nuevamente escribe: “Nunca hubo un momento más importante para la India que el presente. Hasta ahora todo en la iglesia ha sido tan libre como nuestros corazones pudieran desear. Las personas se han convertido, ya sea por medio de la lectura de la Palabra de Dios o por la influencia entre ellos mismos, y han bebido las aguas vivas dondequiera que las han encontrado abundantes y claras; pero ahora la Iglesia Anglicana procura extender su poder, y los Independientes y los Metodistas tratan de cercar sus pequeños rebaños. Mi propósito en la India es doble. En primer lugar, tratar de frenar las actividades de estos sistemas exclusivos al demostrar en la iglesia cristiana que ellos no son necesarios para todo lo que es santo y moral; y en segundo lugar, tratar de grabar en la mente de cada miembro del cuerpo de Cristo que a él le ha sido dado algún ministerio para la edificación del cuerpo y, en lugar de desalentar, animar a cada uno a dar un paso al frente y servir al Señor. Yo abrigo en mi corazón el deseo, si el Señor me guarda, de fundar una iglesia sobre estos principios. Y mi deseo más sincero es remodelar todo el plan de las actividades misioneras a fin de llevarlas al estándar sencillo de la Palabra de Dios. El aliento que el Señor me ha dado es inmenso, más allá de todo lo que yo pude haber esperado. No tengo palabras para expresar cuán calurosamente he sido recibido, no sólo por un grupo, sino por todos”.

En otra ocasión él escribe: “Cuanto más lo analizo, más me convenzo de que la obra misionera de la India, llevada a cabo por los europeos, está totalmente por encima de los naturales. Tampoco veo cómo es posible que se pueda lograr una impresión duradera si no se mezclan con ellos de una manera que hasta ahora no se ha intentado. Cuando pienso en este asunto del sistema de castas, en relación con la humillación del Hijo de Dios, veo en dicho sistema algo muy diferente y particularmente contrario a Cristo. Si el que es uno con el Padre en gloria se despojó a sí mismo y fue enviado en la semejanza de pecadores y se convirtió en el amigo de publicanos y pecadores para
poder salvarlos, resulta realmente odioso que un gusano se niegue a comer o a mezclarse con otro gusano para no contaminarse. De qué manera tan sorprendente la revelación del Señor a Pedro reprueba todo esto: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común”.

Al hacer planes para vivir en la India, él dice: “Proponemos que nuestros arreglos domésticos deben ser todos muy sencillos y muy económicos, y que nuestro plan debe ser estrictamente evangélico. Nuestro gran propósito será derribar las barreras odiosas que el orgullo ha erigido entre los naturales y los europeos. Con este propósito en mente, sería recomendable que cada evangelista lleve consigo a dondequiera que vaya, de dos a seis alumnos nativos con quienes él podría comer, beber y dormir en sus viajes, y con quienes él podría hablar acerca de las cosas del reino al sentarse y al levantarse. Es decir, de este modo ellos podrían ser preparados para el ministerio en la manera en que nuestro querido Maestro preparó a sus discípulos, renglón tras renglón, mandato sobre mandato, un poquito allí, otro poquito allá, a medida que ellos puedan asimilarlo, conscientes de principio a fin que nuestro deber no es el de hacer que los demás hagan lo que nosotros mismos no hacemos o que actúen sobre los principios que nosotros no actuamos, sino más bien que seamos ejemplos de todo lo que deseamos ver en nuestros amados hermanos. Y aún no pierdo las esperanzas de ver surgir en la India una iglesia que sea un pequeño santuario en los días oscuros y convulsos que se avecinan en la cristiandad.”

Después de pasarse un tiempo en Inglaterra, donde se volvió a casar, Groves regresó a la India, llevando consigo a un grupo misionero que incluyó a los hermanos Bowden y Beer con sus esposas de Barnstaple quienes comenzaron a trabajar en la poblada zona del Delta Godaveri. Groves mismo se estableció en Madrás donde se le unió el grupo que él había dejado atrás en Bagdad. Después de haber dependido por tanto tiempo de las donaciones que el Señor le había enviado por medio de sus siervos para sus provisiones, él ahora sentía, en Madrás, que las circunstancias eran tales que sería mejor para el testimonio que él siguiera el ejemplo de Pablo, quien estaba dispuesto, según las circunstancias, a vivir de las donaciones de las iglesias, o ganarse su propio sustento. Fue por ello que Groves volvió a ejercer como dentista y fue exitoso en esto. Sus esfuerzos por ayudar a las distintas sociedades misioneras con el tiempo trajeron como resultado que algunos se le opusieran, que lo excluyeran de sus círculos y que hablaran en su contra, considerándolo un enemigo y un peligro para la obra. Esto él lo sintió intensamente y fue una de las razones que motivara su partida de Madrás y su traslado a Chittoor, lugar que pronto se convirtió en un centro de actividad y de bendiciones.
A fin de alentar a aquellos que estaban involucrados en la obra del Señor para que también se ganaran su sustento, cuando les fuera posible, y a los ocupados en los negocios para que igualmente fueran activos en la obra espiritual, Groves compró un terreno y desarrolló primero el cultivo de la seda y luego de la caña de azúcar, dándoles así empleo a muchos. A veces esto prosperaba, pero también hubo pérdidas, y la aceptación de un préstamo que se le ofreció en una ocasión para extender el negocio lo comprometió con mucho trabajo y preocupación antes que pudiera liquidar la deuda. Una carta escrita a Inglaterra en este período explica su propósito:
“Aquello que hace que su generosidad sea doblemente apreciada es que demuestra la continuación de su amor por nosotros individualmente, pero sobre todo, por la obra del Señor en estas tierras desoladas y abandonadas.
Creo que todos sentimos un interés creciente en ese plan de las misiones que estamos siguiendo ahora; ya sea trabajando nosotros mismos o asociándonos con aquellos que tienen algún “negocio honrado” (…) y también dar un ejemplo a los demás de que al hacer esto ellos pueden apoyar a los débiles. Últimamente nos hemos enterado de varios misioneros que están muy interesados en nuestras perspectivas de éxito. Ese querido joven natural, llamado Aroolappen, quien partió de entre nosotros hace algunos meses, se ha mantenido, en medio de tantas pruebas y tentaciones, fiel a sus propósitos. Él ha decidido comenzar sus labores en un vecindario muy poblado, cerca de las Montañas Pilney, en el distrito Madura, un poco al sur de Tiruchchirapālli. Además, existe la probabilidad de que se le una un hermano natural que está dispuesto a salir a construir, con una pala en una mano y una espada en la otra —la manera en que, en mi opinión, se construirá el muro en estos tiempos convulsos. Nuestro amado Aroolappen ha rechazado cualquier forma de salario, porque la gente, dice él, no dejaría de decirle que él predica porque es asalariado. Cuando él me dejó, yo quise asignarle algo mensualmente, como una remuneración por su trabajo de traducir para nosotros; pero (…) él rechazó cualquier suma estipulada. Los otros dos de quienes escribí son un inglés (…) y un encuadernador natural, quienes están decididos a seguir el mismo camino.”

(Continuará)
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