• 0 voto(s) - 0 Media
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
Historia de la Iglesia (36)
#1
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadbent

En este período tuvieron lugar en Münster algunos acontecimientos que, aunque no estaban relacionados con las congregaciones cristianas, no obstante perjudicaron su causa en Alemania más que cualquier otro suceso anterior. En semejantes tiempos de agitación resultaba inevitable que las mentes desequilibradas tuvieran la tendencia de tomar posiciones extremas.

La crueldad con que personas inocentes fueron tratadas a causa de su fe provocó una gran indignación en muchos que aún no compartían esa fe, y la matanza sistemática de los mejores y más sabios, aquellos que eran ancianos y líderes de las iglesias, eliminó precisamente a los hombres más capaces de restringir a la extravagancia y el fanatismo, y les brindó una gran oportunidad a hombres inferiores para que ejercieran su influencia. El espectáculo de la persecución cruel y el asesinato hizo que muchos creyeran que había llegado el fin, y que el día de la redención estaba cerca, un día también de venganza sobre los opresores. Surgieron hombres que fingían ser profetas y que predecían la cercanía del establecimiento del reino de Cristo.

Münster era la capital de un principado gobernado por un Obispo, quien era tanto su gobernante civil como eclesiástico. Este exigía impuestos y daba todos los cargos importantes a miembros del clero. Esto mantenía a los ciudadanos en un estado constante de descontento. Bernardo Rothmann, un teólogo joven y estudioso, viajó y visitó a Lutero, pero fue más influenciado por Capito y Schwenckfeld, a quienes conoció en Estrasburgo. Rothmann fue un buen predicador, un hombre que sentía una gran compasión por todos los oprimidos, y en lo personal, un hombre de costumbres ascéticas. Cuando llegó a Münster su predicación atrajo a multitudes de oyentes, y produjo tal entusiasmo que muchos de los ciudadanos tomaron parte en un ataque contra las imágenes en la iglesia de St. Manrice, las cuales destruyeron.

Para reprimir el creciente desorden el Obispo hizo uso de su fuerza militar, pero Landgraf Felipe, de Hessen intervino, y como resultado de esto Münster fue declarada una ciudad evangélica y se inscribió en la Liga de Smalkalda de los Principados Protestantes. Este cambio trajo a Münster a multitudes de personas perseguidas procedentes de los países católicos vecinos, la cual podían considerar ahora como un lugar de refugio. Entre dichas multitudes había toda clase de personas; algunas de ellas eran cristianos, perseguidos por causa de Cristo, a quienes era un honor recibir; otros eran personas indisciplinadas o fanáticas, cuya presencia puso en peligro la paz de la ciudad. La mayoría de estas personas llegaron en un estado indigente y fueron recibidas, bajo la enseñanza y el ejemplo de Rothmann, con la mayor bondad y generosidad. Uno de los inmigrantes convenció a Rothmann de que el bautismo de infantes es contrario a las Escrituras, de modo que, por un problema de conciencia, él tuvo que negarse a practicarlo.

Por causa de esto los magistrados de la ciudad le quitaron el cargo de predicador, pero su popularidad entre los ciudadanos era tal que ellos se negaron a aceptar su destitución, y se celebró un debate público sobre el tema del bautismo en el cual se decidió que Rothmann había probado su caso. Un predicador anabaptista, uno de los extranjeros que había llegado a la ciudad, por medio de la violencia de su lenguaje, provocó disturbios, de manera que los magistrados ordenaron encarcelarlo, pero los gremios lo rescataron y el conflicto alcanzó tal dimensión que los magistrados fueron depuestos del cargo y se eligió un Consejo anabaptista en su lugar.

Mientras tanto, el Obispo había estado reuniendo tropas, y ahora había rodeado la ciudad y había cortado los suministros, lo cual representaba un problema extremadamente serio a causa de la gran cantidad de foráneos indigentes que estaban siendo alimentados. Entre los inmigrantes había dos holandeses que con el tiempo llegaron a ejercer una extraordinaria influencia en Münster, Jan Matthys y Jan Bockelson. Este último era un sastre, conocido a menudo como Juan de Leyden. Matthys, un hombre alto y poderoso, de apariencia imponente, capaz de convencer a las masas por medio de su elocuencia, se dio a conocer como un profeta, y fue aceptado. Él era uno de esos fanáticos que son capaces de llegar a cualquier extremo, y que son los más peligrosos debido a su sinceridad. Matthys obtuvo un control total del Consejo, y su opinión en lo concerniente a la separación del mundo condujo a la promulgación de un decreto según el cual ninguna persona no bautizada podría ser tolerada en la ciudad; en un plazo breve todas las personas tenían que ser bautizadas, abandonar Münster, o morir. Muchos fueron bautizados, pero otro tanto prefirió irse de la ciudad antes que rendirse. El decreto resultó ser malvado y fanático, pero no tan malvado ni tan fanático como la acción de aquellas Iglesias y estados que durante siglos, a lo largo y ancho de la mayor parte de Europa, habían condenado a muertes crueles a aquellos que no creían en el bautismo de infantes. La ciudad, estando ahora depurada de “los incrédulos”, aceleró los cambios que tuvieron lugar, y se introdujo la comunidad de bienes, apresurada por las necesidades ocasionadas por el asedio; se abolió la costumbre de guardar el domingo, siendo considerada como una institución legalista y pasándose a considerar todos los días iguales; en ocasiones se celebró públicamente la Cena del Señor acompañada de predicación. Matthys tenía el control de la distribución de alimentos y de otras necesidades, con siete diáconos a quienes él había nombrado para que lo ayudaran. Esto dio lugar al surgimiento de un nuevo conflicto. Un zapatero llamado Hubert Rüscher se puso a la cabeza de un grupo de ciudadanos oriundos de Münster para protestar contra los extranjeros que se habían tomado en sus manos la administración de la ciudad, y para expresar su indignación por eso y sus temores de lo que esto podría causar de no ser refrenado. Entonces se llevó a cabo una concentración popular en la plaza de la catedral. Inmediatamente Matthys condenó a Rüscher a muerte, y Bockelson, alegando haber tenido una revelación de que él debía ejecutar la sentencia, hirió de gravedad al zapatero con su alabarda. Tres hombres tuvieron el valor de protestar contra esta injusticia, pero fueron encarcelados y apenas lograron salir ilesos. Al cabo de unos pocos días, el prisionero herido fue llamado nuevamente y su ejecución fue completada por Matthys. De esta manera se mantuvo el dominio del Consejo.

Durante todo este tiempo se continuó en la lucha contra las tropas del Obispo, y las provisiones en la ciudad se hacían cada vez más escasas. Una noche a la hora de la cena, Jan Matthys se encontraba sentado junto a otros en la casa de un amigo, cuando todos se percataron que él estaba absorto en una profunda meditación. Al poco rato se puso de pie y dijo: “Padre amado, hágase tu voluntad, no la mía”, entonces besó a sus amigos y se marchó con su esposa. Al día siguiente abandonó la ciudad con veinte de sus compañeros, marchó hasta el puesto avanzado de la fuerza asediadora y los atacó Una gran cantidad de las tropas enemigas ofreció resistencia y hubo una lucha violenta. Uno a uno los integrantes de la pequeña fuerza fueron aplastados. Entre los últimos que cayeron se encontraba Jan Mattys, quien luchó desesperadamente hasta el final. Hubo consternación en Münster, pero Jan Bockelson pronto tomó la autoridad en sus manos, y, fingiendo haber recibido una revelación de
que el Consejo debía ser abolido por ser una mera institución humana, se deshizo de este y ejerció un dominio supremo, nombrando, además, a doce “ancianos” para que estuvieran con él. Bockelson combinó el poder de un orador con los talentos prácticos en materia de la organización. Se introdujeron nuevas leyes adaptadas al “Nuevo Israel”, y el pueblo en seguida llegó a creer que ellos eran los objetos especiales del amor y la gracia de Dios, la verdadera iglesia apostólica, y que lo que ellos estaban haciendo en Münster era el modelo que con el tiempo se reproduciría en todo el mundo, sobre el cual ellos gobernarían. La cantidad de hombres en Münster era pequeña, en tanto el número de mujeres era mucho mayor, y había una gran cantidad de niños. En julio de 1534, Bockelson convocó a Rothmann, a los otros predicadores y a los doce ancianos al ayuntamiento, y los sorprendió a todos al proponerles la introducción de la poligamia. Esta resultó ser una propuesta inaudita en semejante lugar, debido a que el pueblo, en su gran mayoría, era religioso y estaba acostumbrado a una vida de abnegación, y las condiciones morales de la ciudad eran extraordinariamente favorables. Apenas unas semanas antes había sido publicado en la ciudad un tratado que abordaba, entre otros, el tema del matrimonio, y demostraba que el matrimonio es la unión sagrada e indisoluble de un hombre y una mujer. La propuesta de Bockelson fue resentida y rechazada por los predicadores y los ancianos, pero él no iba a desistir de su propósito, y durante ocho días argumentó e insistió con toda su elocuencia e influencia. Él se aprovechó de los fracasos de algunos hombres piadosos en los días del Antiguo Testamento para hacer creer que la Escritura autoriza la poligamia. Sobre el mismo razonamiento él pudo haber argumentado a favor de cualquier otro pecado. Su principal argumento se basaba en la necesidad, debido al gran predominio numérico de las mujeres sobre los hombres en Münster. Bockelson finalmente logró su propósito, y durante cinco días, en la plaza de la Catedral, los predicadores le predicaron a todo el pueblo el tema
de la poligamia.

Al final de este período Bernard Rothmann promulgó una ley, ordenando que todas las mujeres jóvenes deberían casarse, y que las señoras deberían adjuntarse a la familia de algún hombre para su protección. Bockelson (posiblemente dando a demostrar el porqué de su entusiasmo por la nueva ley) inmediatamente se casó con Divara, la viuda de Jan Matthys, una mujer que se distinguía por su belleza y talentos. Sin embargo, la oposición fue tan fuerte que condujo a una
guerra civil dentro de la ciudad asediada. Un maestro en la herrería, Heinrich Möllenbecker, dirigió la parte insurgente; estos se apoderaron del ayuntamiento e hicieron prisioneros a algunos de los predicadores y los amenazaron con abrir las puertas de la ciudad a los que la asediaban a menos que el anterior gobierno de Münster fuera restaurado. Parecía probable que se lograría derrocar al gobierno de Bockelson, pero los predicadores permanecieron de su lado, y la mayoría de las mujeres lo apoyó, por lo que al ser más numerosos que la oposición, el ayuntamiento fue asaltado y toda resistencia fue sofocada. Los efectos de la nueva ley fueron totalmente perjudiciales, y antes que terminara el año se abolió le ley.
A pesar de todos estos disturbios internos, la defensa de la ciudad se llevó a cabo con energía y se lograron importantes éxitos en los encuentros con el enemigo. Todavía existía la esperanza de que pudiera recibirse ayuda del exterior. Se llegó a una nueva etapa cuando Bockelson fue proclamado rey. Él tenía su profeta, antiguamente un orfebre, quien, en la plaza del mercado, proclamó a “Juan de Leyden” como rey de toda la tierra, y dio a conocer el reino de la Nueva Sión. La coronación tuvo lugar con gran pompa en la plaza del mercado; el oro, adquirido de la gente, fue usado para confeccionar las coronas y otros emblemas de la realeza. De entre sus muchas esposas, Divara fue elegida reina. La provisión para el rey, su guardaespaldas, la corte y los sirvientes de la reina fue suntuosa y completa en cada detalle.

Pero el pueblo, sufriendo las necesidades extremas del estado de sitio, casi no pudo ser consolado por las promesas de que el reino pronto triunfaría. Sin embargo, el pueblo se mantuvo firme, y la ciudad no pudo ser tomada hasta que finalmente, por medio de una traición, fue entregada a las tropas del Obispo. Fue entonces cuando comenzó la matanza de sus habitantes, de quienes no perdonaron ni a una sola persona.

A un grupo de 300 hombres que se defendía encarnizadamente en la plaza del mercado se le prometió un salvo conducto para abandonar la ciudad si deponían sus armas. Ellos aceptaron estos términos, la promesa fue incumplida, y todos perecieron con el resto. Luego se estableció una corte para el juicio de los anabaptistas que no habían sido ejecutados. A Divara le prometieron perdonarle la vida a cambio de que se retractara, pero ella prefirió morir. Juan de Leyden y otros líderes fueron torturados y ejecutados públicamente en la plaza donde había sido coronado, y sus cuerpos fueron expuestos en jaulas de hierro en una torre de la iglesia de San Lamberto (1535).

Hubo quienes se aprovecharon de estos sucesos para atribuirle el odiado nombre de anabaptista a todos los que disentían de los tres grandes sistemas de Iglesia. Con esto también querían justificar, al hacer creer que las congregaciones de cristianos piadosos, humildes y sufridos eran la misma clase de personas que aquellos que habían desarrollado el reino en Münster y habían practicado la poligamia, el tratamiento que les dieron como sectas subversivas y peligrosas. El control de la literatura por un largo período de tiempo le permitió a la parte victoriosa confundir completamente a diferentes grupos de personas y así poder engañar a las generaciones futuras. Aunque Lutero y Melanchthon toleraron la poligamia en algunos casos, nadie intenta demostrar por medio de esto que el luteranismo en conjunto es un sistema que promueve la poligamia. En todo caso, tal planteamiento no sería más irracional que el otro.

Muchas iglesias y cristianos han sido tan incesante y violentamente acusados de graves crímenes y errores que la calumnia en general ha llegado a creerse y se ha aceptado sin la más mínima duda. Esto no debe ser motivo de sorpresa, ya que el propio Señor cuando anunció su humillación, sufrimiento, muerte y resurrección, inmediatamente agregó que sus discípulos tendrían que seguirle. Él fue falsamente acusado, y sus hechos fueron tergiversados; los gobernantes y la multitud clamaron frenéticamente por su crucifixión. Murió acompañado de malhechores, y su resurrección no fue creída por el mundo, apenas por sus propios discípulos.
¿Qué hay de sorprendente, pues, en que aquellos que le siguieron hayan soportado lo mismo? Caifás y Pilato, los poderes religiosos y civiles, se unieron para condenarlos a recibir escupitajos, azotes y una muerte cruel.

La multitud, los cultos y los ignorantes, clamaron en contra de ellos. Ellos fueron crucificados entre dos malhechores, la Doctrina Falsa y la Vida Pecaminosa, con quienes ellos no tenían ninguna relación excepto el hecho de encontrarse clavados en medio de ellos. Sus propios libros fueron quemados, y se les atribuyeron doctrinas inventadas, adaptadas para asegurar su condena. A pesar de que ellos llevaron una vida humilde y piadosa, fueron descritos como culpables de conductas que sólo existían en la imaginación vil de sus acusadores, para que la crueldad de sus asesinos pareciera justificada. Siendo llamados paulicianos, albigenses, valdenses, lolardos, anabaptistas y muchos otros nombres, la simple mención de los Los anabaptistas cuales traía a la mente el significado de hereje, cismático o trastornador del mundo, comparecieron ante el mismo Juez que acogió a Esteban quien fue apedreado por los doctores de su tiempo. Sus enseñanzas de tolerancia, amor y compasión por los oprimidos se han convertido en el legado de multitudes para quienes sus mismos nombres son desconocidos.

Menno Simons, que vivió por estos tiempos y estuvo bien capacitado para hablar, siendo uno de los maestros principales entre los que practicaron el bautismo de creyentes, escribió: “Nadie puede acusarme con verdad de estar de acuerdo con la enseñanza de Münster; al contrario, durante diecisiete años, hasta el día de hoy, me he opuesto y he luchado contra esta en privado y en público, tanto verbalmente como por escrito. A aquellos que, como la gente de Münster, rechazan la cruz de Cristo, desprecian la Palabra de Dios y practican lujurias mundanas bajo la pretensión de hacer lo correcto, nunca los reconoceremos como nuestros hermanos y hermanas. ¿Acaso pretenden decir nuestros acusadores que por ser bautizados con el mismo bautismo exterior que la gente de Münster nosotros tenemos que ser reconocidos como miembros del mismo cuerpo y hermandad? A eso respondemos: ¡Si el bautismo exterior puede hacer tanto, entonces ellos pueden considerar qué clase de hermandad es la de ellos, ya que resulta claro y evidente que los adúlteros, los asesinos, y otros así por el estilo, han recibido el mismo bautismo que ellos!

Después de los acontecimientos en Münster, las congregaciones de creyentes, falsamente acusadas de complicidad en tales excesos, fueron perseguidas con mayor violencia que antes, y fue extinguida toda esperanza de que pudieran llegar a gozar libertad de conciencia y culto, y convertirse así en una fuerza para el bienestar general de los pueblos germánicos.

Los remanentes dispersos y hostigados fueron visitados y apoyados por Menno Simons, quien desafió los mayores peligros, y por quien algunos de los grupos reorganizados, aunque no por decisión propia, llegaron a conocerse como menonitas.
En su autobiografía, escrita después de estar involucrado en esta obra por dieciocho años, él relata como a la edad de 24 años se convirtió en un sacerdote (católico romano) en la aldea de Pingjum (en Friesland, Holanda del Norte). “Con relación a las Escrituras”, dice él, “nunca en mi vida las había tocado, por cuanto temía que si las leía podría ser engañado (…) Al cabo de un año, cada vez que tenía que servir el pan y el vino en la misa, me llegaba el pensamiento de que quizá no eran el cuerpo y la sangre del Señor (…) Al principio supuse que tales pensamientos provenían del diablo que quería desviarme de mi fe. A menudo confesé esto y oré; sin embargo, no pude deshacerme de estos pensamientos.”
Él invirtió su tiempo, junto con otros sacerdotes, tomando e involucrándose en diferentes pasatiempos inútiles. Siempre que se tocaba el tema de las Escrituras, él no podía hacer otra cosa que burlarse de ellas. Pero luego escribe: “Finalmente, decidí leer diligentemente todo el Nuevo Testamento. No había avanzado mucho en la lectura de este cuando descubrí que habíamos sido engañados (…) Por medio de la gracia del Señor avancé día a día en el conocimiento de las Escrituras, y algunos llegaron a llamarme el Predicador Evangélico, aunque erróneamente. Todos me buscaban y me elogiaban, ya que el mundo me amaba y yo amaba al mundo. Sin embargo, por lo general se decía que yo predicaba la Palabra de Dios y que era un hombre decente.

Más tarde, aunque nunca en mi vida había escuchado acerca de los hermanos, aconteció que un tal Sicke Snyder, un héroe piadoso y temeroso de Dios, fue decapitado en Leeuwarden por haber renovado su bautismo. Para mí resultó extraño el hecho de que se hablara de otro bautismo.
Entonces escudriñé las Escrituras diligentemente y medité en el asunto con todo empeño, pero no encontré allí palabra alguna acerca del bautismo de infantes. Al darme cuenta de esto hablé con mi pastor, y después de mucho debate lo llevé al punto de que él tuvo que admitir que el bautismo de infantes no tenía fundamento alguno en la Escritura. Fue entonces cuando Menno Simons consultó libros y pidió el consejo de Lutero, Bucero y otros. Cada uno de ellos le dio una razón diferente por qué bautizar a los infantes, pero ninguna de ellas correspondía con la Escritura.

Durante este tiempo Menno fue transferido a su aldea natal, Witmarsum (también ubicada en Friesland), donde continuó leyendo la Biblia. Tuvo éxito y fue admirado, pero continuaba viviendo una vida despreocupada y dada a los excesos. Sobre esto, él relata: "Obtuve mi conocimiento tanto del bautismo como de la Cena del Señor por medio de la abundante gracia de Dios, a través de la instrucción del Espíritu Santo por medio de mucha lectura de la Escritura y meditación en ella, y no a través de las sectas engañosas como me acusan de haber hecho. Sin embargo, si alguien de alguna manera ha aportado algo a mi progreso estaré eternamente agradecido al Señor por ello. Cuando llevaba aproximadamente un año en el nuevo lugar, aconteció que algunos trajeron el tema del bautismo a colación. No sé exactamente de dónde vinieron los que lo comenzaron, a qué pertenecían o qué eran, porque ni siquiera ahora lo sé, ya que nunca los vi.
Entonces surgió la secta de Münster, por medio de la cual muchos corazones piadosos, también de entre nosotros, fueron engañados. Mi alma se encontraba sumida en gran tristeza, ya que me di cuenta de que ellos eran celosos, sin embargo, en cuanto a la doctrina estaban en error. Con la ayuda de mi pequeño don me opuse al error tanto como pude por medio de la predicación y la
exhortación (…) Todas mis exhortaciones no surtieron ningún efecto debido a que yo mismo me encontraba haciendo lo que sabía que no era correcto. Sin embargo, se corrió la noticia de que yo sabía callar los comentarios de esta gente, y todos me tuvieron en alta estima. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo era el campeón de los impenitentes que eran enviados a mí. Esto me causó mucha angustia de corazón, y por ello gemí al Señor y oré: ¡Señor, ayúdame para que yo no eche sobre mí mismo los pecados de la gente! Mi alma se afligió y pensé en el fin, en que aun si ganara el mundo entero y viviera mil años pero finalmente tuviera que soportar la cólera y la mano poderosa de Dios, ¿qué habría ganado entonces? Después de esto, estas pobres ovejas engañadas, sin tener pastores verdaderos, luego de tantos edictos crueles, tanta matanza y asesinato, se reunieron en un lugar llamado Oude Kloster y, ¡ay de ellos! Siguiendo la enseñanza impía de Münster, contrario al Espíritu Santo, la Palabra de Dios y el ejemplo de Cristo, sacaron la espada en defensa propia, la cual el Señor le había ordenado a Pedro volver a su lugar. Cuando esto tuvo lugar, la sangre de estas personas, aunque fueron engañadas, cayó tan pesadamente sobre mi corazón que no pude soportarlo ni hallar descanso en mi alma. Consideré así mi vida impura y carnal, mi enseñanza e idolatría hipócritas, las cuales exponía diariamente, aunque no me gustaban, y luchaba contra mi propia alma. Yo había visto con mis propios ojos como estos fanáticos, aunque no según la sana doctrina, entregaron de buena gana a sus hijos, sus propiedades y hasta su propia sangre por su convicción y fe. Y yo fui uno de los que había contribuido a mostrarles a algunos de ellos los males del Papado. Sin embargo, yo había continuado en mi vida vergonzosa y en mi reconocida maldad, sin tener otra razón fuera de que me gustaban las comodidades de la carne y deseaba evitar la cruz de Cristo.
Estos pensamientos llegaron a carcomer mi corazón a tal punto que no pude soportar más. Entonces dije para mí: Soy desdichado, ¿qué haré? Si continúo de esta manera y, con el conocimiento que me ha sido dado, no me someto totalmente a la Palabra de mi Señor, no condeno con la Palabra del Señor la vida carnal, impenitente e hipócrita de los teólogos, así como sus corruptos bautismos, Cena del Señor y servicios divinos falsos, hasta donde me lo permita mi pequeño don; si, a causa del temor de mi carne, yo no abro el verdadero fundamento de la verdad, no dirijo, tanto como me sea posible, a las inocentes y errantes ovejas, quienes con gusto harían lo correcto si tan sólo supieran cómo, al verdadero pasto de Cristo, ¡cómo esta sangre derramada, aunque de personas erradas, no me va a denunciar en el juicio del Dios Todopoderoso y no va a pronunciarse juicio en contra de mi pobre alma! Mi corazón se estremeció en mi cuerpo. Oré a mi Dios con lágrimas y suspiros para que le diera el don de su gracia a un pecador perturbado como yo, y para que creara en mí un corazón puro; también para que por medio de la eficacia de la sangre de Cristo perdonara mi andar pecaminoso, mi vida vergonzosa, y me diera la sabiduría, la valentía y el heroísmo viril a fin de poder predicar sinceramente su tan alabado Nombre, su Santa Palabra, y sacar a la luz su verdad para alabanza de él. Fue así como, en nombre del Señor, comencé a enseñar públicamente desde el púlpito la verdadera palabra de arrepentimiento, a dirigir a las personas hacia el camino angosto, a condenar todas las formas de pecado y costumbres impías, así como toda clase de idolatría y adoración falsa, y a testificar abiertamente lo que son el bautismo y la Cena del Señor conforme a la mente y el principio de Cristo, de acuerdo con la gracia que, hasta ese momento, había recibido de parte de mi Dios. Además, advertí a todos acerca de las maldades de Münster, su rey, la poligamia, el reino y la espada. Esto lo hice honrada y fielmente hasta que, después de nueve meses, el Señor me alcanzó con su Espíritu paternal, con su mano útil y poderosa para que, de inmediato y sin compulsión, yo fuera capaz de soltarme de mi honor, mi buen nombre y la reputación que tenía entre los hombres, así como toda de mi maldad anticristiana y mi vida repugnante y atrevida.
Entonces yo me sometí voluntariamente a la absoluta pobreza y miseria, bajo la pesada cruz de mi Señor Jesucristo, temí a Dios en mi debilidad y busqué a la gente temerosa de Dios, de quienes encontré algunos, aunque no muchos, en un celo y una doctrina verdadera. Entonces debatí con los que estaban apartados de Dios, gané algunos de ellos por medio de la ayuda y el poder de Dios y los guié, por medio de la Palabra de Dios, al Señor Jesucristo. A los difíciles y obstinados los encomendé al Señor. Vea usted, mi querido lector, que de ese modo el Señor misericordioso, por medio del don gratuito de su inmensa misericordia para conmigo, un pecador miserable, primero avivó mi corazón, me dio una mente nueva, me humilló en su temor, me llevó a tener cierto conocimiento de mí mismo, me condujo de los caminos de muerte al camino angosto de la vida y me llamó por pura misericordia a la hermandad de los santos. ¡Alabado sea el Señor para siempre! Amén.
Aproximadamente al cabo de un año, mientras escribía y leía al escudriñar la Palabra de Dios, aconteció que seis, siete u ocho personas vinieron a mí, quienes eran de un sólo corazón y alma y cuya fe y vida, hasta donde se podía juzgar, eran intachables. Estas personas estaban apartadas del mundo conforme al testimonio de la Escritura, bajo la cruz, y sentían horror no sólo por las atrocidades de Münster, sino también por todos los males y las sectas dignas de condenación en todo el mundo. Estas personas vinieron a mí con muchas súplicas, en nombre de aquellos que temían a Dios, que andaban conmigo y con ellos en un solo espíritu y una sola mente, para que yo tomara a pecho la profunda pena y la urgente necesidad de las almas afligidas, por cuanto la sed de la Palabra de Dios es inmensa y los fieles son muy pocos, y para que yo pudiera ganar intereses utilizando el talento que inmerecidamente había recibido del Señor (…) Cuando yo escuché esto, mi corazón se afligió profundamente, y la angustia y el temor se apoderaron de mí. Por una parte, vi la insignificancia de mi talento, mi falta de conocimiento, mi naturaleza débil, el temor de mi carne, la maldad sin límite, la contrariedad y la tiranía de este mundo, las grandes y poderosas sectas, la astucia de muchos espíritus y la pesada cruz, cosas que, si yo comenzara, ejercerían más que sólo una pequeña presión sobre mí. Sin embargo, por otra parte, vi la triste sed, la falta y la necesidad de los piadosos y temerosos hijos de Dios al darme cuenta claramente que ellos eran como ovejas inocentes y abandonadas que no tienen pastor. Finalmente, luego de muchas súplicas, me puse a disposición del Señor y su iglesia, con la condición de que ellos por un tiempo, junto conmigo, apelaran fervientemente al Señor, para que si fuera su voluntad generosa que yo pudiera servirle para su alabanza, que su bondad paternal me diera un corazón y un carácter que me permitieran testificar al igual que el apóstol Pablo: ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! De lo contrario, que él dirigiera de tal manera que este asunto no llegara a realizarse (…) Vea usted, querido lector, que yo no he sido llamado a este servicio por las personas de Münster ni por ninguna otra secta sediciosa, como se dice calumniosamente de mí, sino que, indigno como soy, fui llamado por aquellos (…) que estaban dispuestos a seguir a Cristo y su palabra, que en el temor de su Dios vivían una vida contrita, en su amor servían a su prójimo, llevaban pacientemente su cruz, buscaban la salvación y el bienestar de todos, amaban la justicia y la verdad, y aborrecían la injusticia y la maldad. En realidad, estos son verdaderos y poderosos testigos de que no eran de tal secta perversa como se les acusaba, sino verdaderos cristianos, aunque desconocidos para el mundo, si se cree en lo más mínimo que la Palabra de Cristo es verdadera, y su ejemplo santo y sin mancha es infalible y correcto. De modo que yo, un gran y miserable pecador, he sido iluminado por el Señor, he sido convertido, he huido de Babilonia para entrar en Jerusalén y finalmente he venido a este gran y difícil servicio. Como las personas mencionadas anteriormente no cesaron en su ruego, y como, además, mi propia conciencia me obligaba (…) debido a que yo veía la gran sed y necesidad (…) me rendí al Señor en cuerpo y alma, me encomendé a su generosa mano, y a partir de ese momento comencé (1537) a enseñar y a bautizar conforme a su Santa Palabra. Con mi pequeño don me dispuse a trabajar en la obra del Señor, a edificar su ciudad sagrada y su templo, a traer las piedras caídas de nuevo a su lugar. Y el Dios grandioso y poderoso ha confirmado de esta manera, en muchas ciudades y países, la Palabra del arrepentimiento verdadero, la Palabra de su gracia y poder, junto con el uso sano de sus santos sacramentos, por medio de nuestro modesto servicio, nuestra enseñanza y nuestros escritos incultos, en comunión con el verdadero servicio, la obra y la ayuda de nuestros fieles hermanos. Dios ha hecho que la apariencia de su iglesia sea gloriosa, y la ha dotado con un poder tan invencible que no sólo muchos corazones orgullosos y altivos se han hecho humildes, no sólo las almas impías han llegado a ser puras, los borrachos sobrios, los codiciosos generosos, los crueles amables, los impíos temerosos de Dios; sino que, a causa del glorioso testimonio que defienden, ellos han entregado fielmente sus bienes, sangre, cuerpo y vida, como uno puede apreciar diariamente hasta el día de hoy."

(Continuará)
  Responder
#2
Gracias Heriberto por estos temas tan importantes para conocer. Cuantas personas se sacrificaron y sufrieron tanto por el evangelio que a veces da escalofrios de todo lo que tubieron que pasar.

Willy
  Responder
#3
Claro, Willy. Fueron cristianos auténticos que no renunciaron a su fe ni negociaron la Verdad. Un verdadero ejemplo de la verdadera iglesia integrada por verdaderos creyentes "edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo" (Efe 2:20)

Un abrazo,
Heriberto
  Responder


Posibles temas similares…
Tema Autor Respuestas Vistas Último mensaje
  Historia de la Iglesia (4) Heriberto 2 3,133 04-11-2015, 12:36 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (67) Heriberto 4 4,238 11-11-2014, 11:59 AM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (66) Heriberto 0 2,291 12-08-2014, 07:19 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (65) Heriberto 0 2,077 11-08-2014, 04:09 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (64) Heriberto 1 3,417 07-08-2014, 01:43 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (63) Heriberto 0 2,209 04-08-2014, 01:11 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (62) Heriberto 0 2,566 02-08-2014, 10:32 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (61) Heriberto 0 7,712 01-08-2014, 07:11 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (60) Heriberto 0 2,341 31-07-2014, 03:59 PM
Último mensaje: Heriberto
  Historia de la Iglesia (59) Heriberto 0 2,561 29-07-2014, 09:30 PM
Último mensaje: Heriberto

Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)