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Historia de la Iglesia (37)
#1
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadbent

Estos sin duda no podrían ser los frutos y señales de una falsa doctrina, con la cual Dios no obra. No podría existir por tanto tiempo, bajo tan pesada cruz y tanta miseria, si no fuera la Palabra y el poder del Todopoderoso. Además, ellos están armados con tal gracia y sabiduría, como Cristo les prometió a todos los suyos, están tan dotados en sus tentaciones que todos los eruditos de este mundo y los teólogos más célebres, así como todos los tiranos cargados de sangre, quienes (¡Dios tenga misericordia de los que se jactan de ser también cristianos, tienen que quedar avergonzados y derrotados por estos héroes invencibles y testigos piadosos de Cristo. Ellos no poseen otra arma y no pueden encontrar otro medio que no sea el exilio, la aprehensión, la tortura, la hoguera y el asesinato, como ha sido el hábito y la costumbre de la serpiente antigua desde el principio, y como diariamente, y desgraciadamente, se ve en nuestros Países Bajos.

Vea, este es nuestro llamado y nuestra doctrina, estos son los frutos de nuestro servicio a causa de los cuales somos tan terriblemente blasfemados y perseguidos con tanta hostilidad. Que todos los profetas, apóstoles y siervos fieles de Dios hayan o no producido estos mismos frutos por medio de su servicio nosotros con gusto lo dejaremos al criterio de todas las personas buenas (…) si el mundo malvado escuchara nuestra enseñanza, la cual no es nuestra, sino de nuestro Señor Jesucristo, y la siguiera en el temor de Dios, no hay duda de que aparecería un mundo mejor y más cristiano que el que ahora, desafortunadamente, tenemos. Le doy gracias a mi Dios que me ha dado la gracia para que, aunque sea con mi propia sangre, yo desee que el mundo entero pueda ser apartado de sus caminos impíos y malos, y pueda ser ganado para Cristo (…).

También espero, con la ayuda del Señor, que nadie en este mundo pueda acusarme con verdad de codicia o de llevar una vida ostentosa. Yo no tengo ni oro ni riquezas, y ni siquiera los deseo, aunque hay algunos que, con un corazón engañoso, dicen que yo como más asado que ellos carne picada, y que bebo más vino que ellos cerveza (…) Sin embargo, Dios que me ha comprado y me ha llamado a su servicio, me conoce y sabe que yo no busco ni dinero ni bienes materiales, ni placer ni bienestar en la tierra, sino sólo la alabanza de mi Señor, mi propia salvación y la de muchos. A causa del cual yo he tenido que sufrir, junto con mi delicada esposa y mi pequeño hijo, tan excesivo temor, presión, tristeza, miseria y persecución en los últimos dieciocho años, que tengo que vivir en la pobreza y en un constante temor y peligro de nuestras vidas.
Sí, cuando los predicadores descansan en camas y almohadas confortables, nosotros por lo general nos arrastramos sigilosamente hasta rincones ocultos. Cuando ellos se divierten públicamente en bodas, etc., con gaitas, tambores y flautas, nosotros tenemos que estar atentos cada vez que un perro ladra porque tememos que estén allí aquellos que desean aprehendernos. Mientras que todos saludan a ellos como Doctor o Maestro, nosotros tenemos que permitir que nos llamen anabaptistas, predicadores de esquina, farsantes y herejes, y que nos saluden en nombre del diablo. Finalmente, en lugar de ser recompensados como ellos por su servicio, con altos salarios y vacaciones, la recompensa y parte que recibimos de ellos son la hoguera, la espada y la muerte.

Vea, mi honrado lector, bajo semejante ansiedad y pobreza, dolor y peligro de muerte, yo, un hombre desdichado, he llevado a cabo sin cesar y hasta este momento el servicio de mi Señor, y espero continuarlo aun más por medio de su gracia, y para su alabanza, mientras voy errante por este mundo. Lo que ahora yo y mis hermanos en la fe hemos buscado en este difícil y peligroso servicio puede ser medido fácilmente por todos nuestros amigos, por la propia obra y sus frutos. Pero una vez más le suplicaré a mi sincero lector, por amor a Jesús, que reciba en amor esta confesión, sacada de mí, acerca de mi iluminación, conversión y llamado, y que la aplique con la mejor intención. Esto lo he hecho a causa de la gran necesidad existente a fin de que el lector temeroso de Dios pueda conocer cómo sucedieron las cosas, ya que en todas partes he sido calumniado por los predicadores y he sido culpado contrario a la verdad, como si yo hubiera sido llamado y ordenado a este oficio por una secta revolucionaria. El que teme a Dios, ¡lea y juzgue!

Menno Simons se dio a la tarea de visitar, reagrupar y edificar las iglesias de creyentes dispersos a causa de la persecución. Esto fue precisamente lo que él hizo en los Países Bajos, hasta que fue declarado un proscrito (1543). Se le puso un precio a su cabeza, cualquiera que le ofreciera refugio sería condenado a muerte, y se le prometió el perdón a los criminales que lo entregaran en las manos del verdugo. Obligado, pues, a abandonar los Países Bajos, después de muchas andanzas y peligros, encontró un refugio en Fresenburg, Holstein, donde el Conde Alefeld fue capaz de protegerlo, y no sólo a él, sino, además, a una gran cantidad de los hermanos perseguidos. Este noble, conmovido por la evidente injusticia que estas personas tenían que sufrir, recibió a estos hermanos con la mayor amabilidad, y con él ellos no sólo encontraron un lugar donde vivir y un empleo, sino, además, libertad de culto, tanto así que llegó a fundarse una iglesia numerosa en la aldea de Wüstenfelde, y otras más en el distrito cercano.
En Fresenburg, Menno fue provisto de medios para imprimir, y pudo publicar sus escritos con total libertad, los cuales circularon ampliamente y, al llegar a manos de los gobernantes en los distintos estados, estos fueron iluminados tocante al verdadero carácter de las enseñanzas que ellos, sin comprenderlas, se esforzaron tan despiadadamente por reprimir. Esto trajo como consecuencia una disminución de la represión y una apertura a la libertad de culto. Menno Simons murió en paz en Fresenburg (1559).

En Holstein fueron fundadas nuevas industrias por los inmigrantes, las cuales prosperaron y trajeron prosperidad a la región hasta que fueron destruidas por la Guerra de los Treinta Años.

Un pequeño libro publicado por Pilgram Marbeck en 1542 arroja valiosa luz sobre la enseñanza y las prácticas de los hermanos. Ellos sin duda no estaban de acuerdo entre sí con relación a algunos puntos, pero un libro como este muestra el esfuerzo honrado y auténtico que prevalecía entre ellos por comprender y llevar a cabo las enseñanzas de las Escrituras de una manera sencilla y sincera. Aunque este escritor expresa una opinión extrema de la importancia atribuida a las prácticas externas, no se encuentra en el libro ninguna de las falsas enseñanzas tan comúnmente atribuidas a ellos. En su extenso título el escritor indica que el libro tiene como objetivo llevar ayuda y consuelo a todos los hombres honrados, creyentes, piadosos y de buena voluntad, al mostrarles lo que enseñan las Sagradas Escrituras en cuanto al bautismo, la Cena del Señor, etc.

Remitiendo a sus lectores a varios pasajes de la Escritura en apoyo a sus planteamientos, el autor concluye: "Por lo tanto, como antes hemos dado a conocer nuestra opinión, entendimiento y fe en cuanto al bautismo y la Cena, ahora concluiremos con una explicación general de ambas ordenanzas, y especialmente sobre por qué y con qué propósito ambas han sido instituidas. De la misma manera que Jesucristo desea ser reconocido, no sólo en su asamblea de creyentes, sino también por medio de esta, asimismo él desea que su santo nombre sea reconocido y alabado por su pueblo ante el mundo. Por lo tanto, Cristo, además de la predicación externa de su Evangelio, también ha ordenado e instituido estos dos, el bautismo exterior y la Cena, para dar continuidad a la pura y santa asamblea externa y para preservarla. Y si el asunto es visto desde su verdadera perspectiva, tenemos que admitir que existen tres cosas que son indispensables para la estructura externa de una asamblea cristiana: la verdadera predicación del Evangelio, el verdadero bautismo y el verdadero cumplimiento de la Cena del Señor. Donde no se llevan a cabo estas tres ordenanzas, o donde se omite alguna de ellas, resulta imposible que una asamblea cristiana pura y auténtica pueda permanecer y mantener un buen testimonio externo." (…)

El escritor de este libro, Pilgram Marbeck, fue un destacado ingeniero. Natural de la provincia de Tirol, Marbeck realizó importantes obras en el valle inferior de Inn, y las muestras de distinción dadas a él por parte del gobierno demostraron el agradecimiento de las autoridades por sus servicios. No se conoce con exactitud la fecha en que él se unió a los hermanos, pero su confesión de fe en 1528 le provocó la pérdida de sus reconocimientos honoríficos. En esta etapa él escribió de sí mismo: Habiendo sido criado por padres devotos dentro del papismo, dejé eso y me convertí en predicador del Evangelio de Wittenberg. Al darme cuenta de que en los lugares donde se predicaba la Palabra de Dios según la doctrina luterana existía, además, cierta libertad carnal, me surgió la duda y no pude encontrar la paz entre los luteranos. Fue entonces cuando acepté el bautismo como una muestra de la obediencia de fe, poniendo la mirada solamente en la Palabra y los mandamientos de Dios.”
Pilgram Marbeck tuvo que dejar todo lo que poseía y marcharse al extranjero con su esposa e hijo. Sus propiedades fueron confiscadas, pero su talento le permitió sustentar a su familia dondequiera que se encontró.
En Estrasburgo enriqueció la ciudad al construir el canal por medio del cual se traía la madera de la Selva Negra. Su carácter intachable y su celo espiritual le merecieron una gran aprobación, porque los hermanos eran numerosos y los reformistas Bucero y Capito se sintieron atraídos por la sinceridad de Pilgram Marbeck y por sus dones intelectuales y espirituales. Sin embargo, su valiente predicación del bautismo de creyentes pronto provocó a sus adversarios. Bucero se puso en su contra, y Pilgram fue encarcelado. Capito no temió visitarlo en la prisión, pero los extensos debates terminaron con una declaración del Concilio de la ciudad, según la cual el bautismo de infantes no es contrario al cristianismo, y a Pilgram Marbeck se le dio un plazo de tres o cuatro semanas para que vendiera su propiedad, y él abandonó la ciudad en 1532.

El sectarismo es limitación. Se comprende cierta verdad enseñada en la Escritura, cierta parte de la revelación divina, y el corazón responde a ella y la acepta. Al meditar en ella, al exponerla y defenderla, su poder y belleza influyen cada vez más en la vida de aquellos que son afectados por ella. Otro lado de la verdad, otra perspectiva de la revelación, también contenida en la Escritura, parece debilitar, e incluso contradecir la verdad que ha resultado ser tan eficaz, y a causa de un temor celoso por la doctrina aceptada y enseñada, la verdad que es necesaria para lograr el equilibrio es minimizada, deshecha con explicaciones y hasta negada. Es así como se funda una secta sobre la base de una parte de la revelación, de una parte de la Palabra de Dios. Esta nueva secta es buena y útil porque predica y practica la verdad divina, pero por otra parte es limitada y desequilibrada porque no reconoce toda la verdad ni acepta de manera franca la Escritura en su conjunto. Sus miembros no sólo son privados del significado completo de las Escrituras, sino que, además, son aislados de la hermandad de muchos cristianos que están menos limitados que ellos, o están limitados en otro sentido. Existen motivos para lamentar las divisiones del pueblo del Señor, teniendo en cuenta que su unidad esencial y fundamental se oscurece por estas divisiones aparentes y externas. Sin embargo, la libertad en las iglesias de poner énfasis en lo que han aprendido y experimentado tiene mucho valor, e incluso los conflictos sectarios entre las iglesias que se muestran celosas por los diferentes aspectos de la verdad han conducido a un estudio profundo de la Escritura y a un descubrimiento de sus tesoros. Pero cuando esta situación se mantiene de tal manera que pone en peligro el amor, la pérdida es enorme. No obstante, peor que la lucha sectaria es la uniformidad mantenida a costa de la libertad, o una unidad basada en la indiferencia.

Un edicto del Duque Johann de Cleve, Jülich, Berg y Mark declara lo siguiente:13 “Aunque se conoce lo que debe hacerse con los anabaptistas (…) no obstante, nosotros lo anunciamos en este edicto, juntamente con el Arzobispo de Colonia, para que nadie se justifique mediante la falta de conocimiento. A partir de ahora todos los que bauticen o sean bautizados por segunda vez, así como todos los que apoyen o enseñen que el bautismo de infantes carece de valor, deberán ser llevados de la vida a la muerte y ser castigados (…) Asimismo, todos los que apoyen o enseñen que en el tan estimado sacramento del altar no están presentes en realidad el verdadero cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino que sólo lo están de manera simbólica (…) no deben ser tolerados, sino que más bien deben ser expulsados de nuestros principados, de modo que si después de tres días ellos no se han ido, deben ser castigados en cuerpo y vida (…) y así deben ser tratados como se anuncia con relación a los anabaptistas.” Se conservan informes de las ejecuciones por medio de la hoguera, el ahogamiento y la decapitación que siguieron a este edicto.

En Colonia, la asamblea celebró sus reuniones secretas en una casa en los muros de la ciudad. La casa tenía dos entradas para ayudar a los hermanos a evitar ser descubiertos y arrestados. En 1556, Thomas Drucker von Imbroek, un maestro piadoso y bien dotado, aunque sólo tenía veinticinco años de edad, fue encarcelado y llevado de una torre a otra, torturado en repetidas ocasiones, aunque en vano, y finalmente decapitado. Algunas de sus hermosas epístolas e himnos, escritos en prisión, así como su confesión de fe, fueron impresas y circularon entre los hermanos, jugando un papel importante en la divulgación de la verdad. Su esposa le escribió (en verso) mientras él estaba en prisión: “Querido amigo, mantente en la pura verdad, no te dejes aterrorizar y no huyas de ella; recuerda el voto que tú has hecho, deja que la cruz te sea aceptable. El propio Cristo y todos los apóstoles pasaron por este camino.”

La iglesia en Colonia no se desalentó por la muerte de Drucker. En 1561, tres hermanos más fueron ahogados, y al año siguiente dos más fueron encarcelados, uno de los cuales fue ahogado, y el otro fue perdonado y desterrado en el momento que le iban a ejecutar. Las reuniones continuaron hasta que en 1566 uno de los miembros los traicionó, la casa fue rodeada, y todos fueron encarcelados. Sus nombres fueron registrados, y todos fueron enviados a distintas prisiones. Matthias Zerfass reconoció por cuenta propia que él era un maestro entre ellos, y se mantuvo firme y paciente bajo tortura, siendo posteriormente decapitado.
Mientras él aún se encontraba en prisión, escribió: El objetivo principal al torturarnos ha sido que digamos cuántos de nosotros éramos maestros y que revelemos sus nombres y direcciones. (…) Yo
debía reconocer a las autoridades como cristianos y decir que el bautismo de infantes es correcto. Sin embargo, apreté mis labios fuertemente, me aferré a Dios, sufrí pacientemente, y pensé en las propias palabras del Señor cuando dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.” Tal parece como si yo tuviera que sufrir aun mucho más, pero sólo Dios sabe, y yo no oro por otra cosa que no sea que se haga su voluntad.
Se decretó una orden que decía: “A fin de arrestar a los líderes, maestros, predicadores de monte, y predicadores de esquina de los sectarios (…) las autoridades enviarán espías a los setos, los pantanos y los páramos, especialmente en la proximidad de las fiestas religiosas más importantes, y cuando haya buena luz de luna por varias noches, para descubrir sus lugares de reunión secretos.”
No obstante, en 1534 el Obispo de Münster, en una carta enviada al Papa, testificó acerca de las vidas excelentes de los anabaptistas.

Hermann V, Arzobispo de Colonia (1472–1552) vio la necesidad de una reforma en la Iglesia Católica Romana e hizo un serio intento por llevarla a cabo. Él fue Conde de Wied y Runkel, Elector del Imperio, Deán de Colonia a la edad de quince años, y posteriormente se convirtió en Arzobispo. Él fue un hombre piadoso, liberal, querido por su feligresía, aunque se interesaba más por la caza que por los asuntos de la Iglesia, y no fue un estudioso de la teología ni del latín.

Hermann V se opuso a Lutero y ordenó que quemaran sus obras, y su corte espiritual condenó a dos de los mártires de Colonia. Sin embargo, él se dio cuenta de la ignorancia y la superstición de la gente, y de la falta de disciplina. Vio que las iglesias estaban entregadas a un clero ignorante, y que los ingresos fueron tragados por personas ausentes. Él también se dio cuenta de la profanación de la Cena del Señor y del fracaso de todos los esfuerzos que se hicieron por llevar a los miembros corruptos del clero de vuelta a las reglas canónicas. Tras consultar con los mejores hombres en los más altos cargos de la Iglesia, él trató de llevar a cabo una Reforma Católica a base de las ideas de Erasmo. Cuando esto fracasó, él intentó una Reforma Evangélica de la Iglesia con la ayuda de Bucero y Melanchthon, pero la oposición del clero, de la universidad y de la ciudad de Colonia, organizada por el jesuita Canisius, frustró sus esfuerzos. Al no encontrar apoyo, Hermann renunció a su cargo como Arzobispo y se retiró a su hacienda.

Uno que se mantuvo separado de la Iglesia Católica Romana así como de la Luterana y de la Reformada, aunque sin unirse a los llamados anabaptistas, fue el silesiano de ascendencia noble, Kaspar von Schwenckfeld (1489–1561), que ejerció una importante influencia tanto en su propio país como más allá de sus fronteras. Estando muy ocupado en asuntos de negocios relacionados con una u otra de las pequeñas cortes alemanas, él no se preocupó mucho por las Escrituras hasta que, a la edad de treinta años, fue despertado de su indiferencia por medio de “la maravillosa trompeta de Dios” de Martín Lutero, se rindió a la “clara luz de la misericordiosa visitación de Dios”, y se convirtió en “el corazón” de la Reforma en Silesia.
No pasó mucho tiempo antes de que él se viera obligado a criticar algunos puntos en la enseñanza de Lutero, en primer lugar con relación a la Cena del Señor. Fue por ello que él fue atacado con violencia por Lutero, quien en ese momento hizo uso de su autoridad para que lo trataran como un intruso y un herético. Sin embargo, Schwenckfeld nunca dejó de reconocer su gran deuda para con Lutero en las cosas espirituales, y luego de sufrir por muchos años a causa de los ataques de Lutero y de los predicadores luteranos, él les dio el siguiente consejo a aquellos que simpatizaban con él: “Oremos fielmente a Dios por ellos por cuanto se acerca la hora en que todos juntos tendremos que reconocer nuestra ignorancia en la presencia del único Maestro,
Jesucristo”.

El estudio de las Escrituras se convirtió en su gran deleite. Él calculó que si leía cuatro capítulos todos los días podría leer toda la Biblia en un año. Al principio hizo de esto una norma, aunque más adelante dejó que fuera el Espíritu Santo quien dirigiera su lectura y no se obligó a leer cierta cantidad de capítulos diariamente. Él dijo: “Cristo es el resumen de toda la Biblia” y “el principal objetivo de las Sagradas Escrituras es que nosotros podamos conocer completamente a nuestro Señor Jesucristo”.
La fe en la exactitud e inspiración de toda la Biblia significaba para él no aferrarse a un antiguo y dudoso dogma, sino a un nuevo descubrimiento de posibilidades ilimitadas; no era una superstición antigua, sino un progreso moderno. Él describía su lectura de la Escritura como “una cavilación, una búsqueda y un examen minucioso; o sea, una lectura y relectura de todo, reflexionando, meditando, observando y estudiándolo todo profundamente. Allí se le revela al creyente un tesoro inagotable de perlas, oro y piedras preciosas.” Como una “norma segura” para el
expositor, dice él, “donde se presenten pasajes discutibles, se debe tener en cuenta todo el contexto, corroborar Escritura con Escritura, analizar los pasajes individuales con los demás como un todo, compararlos unos con otros y encontrar la aplicación, no sólo por medio de la apariencia externa de un solo pasaje, sino conforme al significado completo de la Escritura”.

Kaspar von Schwenckfeld estudió el idioma hebreo y el griego y en su obra se sirvió de las traducciones de Lutero, pero también se sirvió de la “Biblia antigua” (usada por los anabaptistas) y de la Vulgata. Él encontró la clave de muchas cosas contenidas en el Antiguo Testamento en el uso figurativo encontrado en el Nuevo Testamento. Asimismo, él decidió rendirse a la dirección de las Escrituras en lo concerniente a doctrina y práctica, y dijo que “si nosotros no lo comprendemos todo, no debemos culpar a las Escrituras por ello, sino más bien a nuestra propia ignorancia”.

Ocho años después de su primera “visitación” él tuvo otra experiencia que pareció afectar su vida aun más. Hasta ese momento él había sido celoso en la proclamación de las Escrituras y del luteranismo; pero ahora lo que él había creído intelectualmente se convirtió en todo una creencia del corazón. Él sintió plena conciencia de su llamado celestial, y recibió una certeza impresionante de salvación al entregarse a sí mismo a Dios como un “sacrificio vivo”. Un profundo sentido de pecado y agradecimiento por la suficiencia de la redención obrada por nosotros en Cristo, por medio de su muerte y resurrección, se apoderaron de su voluntad, transformaron su mente, y lo llevaron a la obediencia en la cual encontró la libertad para hacer la voluntad de Dios.

Schwenckfeld llegó a la conclusión de que las Escrituras no sólo ofrecen una guía segura en lo concerniente a la justificación y santificación personal, sino que, además, contienen instrucción clara y definitiva en cuanto a la iglesia. En ese sentido, dijo: “Si vamos a reformar la Iglesia debemos servirnos de las Sagradas Escrituras y especialmente del libro de los Hechos, donde aparece claramente cómo eran las cosas al principio, lo que es correcto e incorrecto, y lo que es loable y aceptable a Dios y al Señor Jesucristo”. Él se dio cuenta de que la iglesia en el tiempo de los apóstoles y sus sucesores inmediatos fue una reunión gloriosa que prevaleció no sólo en un lugar, sino en muchos lugares. Él se pregunta dónde es posible encontrar semejantes asambleas en la actualidad, ya que, según él dice: “la Escritura no reconoce a nadie más que a aquellos que reconocen a Cristo como su Cabeza y de buena gana se rinden para ser gobernados por el Espíritu Santo, quien los adorna con sabiduría y dones espirituales”.
El propio Jesús dirige por medio de los dones espirituales que él reparte, no sólo a toda la iglesia, sino también a las asambleas individuales. En estas asambleas los dones espirituales son manifestados para el bien común.
El mismo Espíritu Santo reparte los dones, pero estos son manifestados en cada uno de los miembros. El Espíritu Santo goza de una libertad ilimitada. Si alguien, guiado por el Espíritu Santo, se pone de pie, el que se encuentra hablando debe cesar de hablar. Las iglesias no son perfectas; siempre es posible que los hipócritas entren inadvertidos, pero cuando son descubiertos tienen que ser excluidos.

Por lo tanto, Schwenckfeld no pudo reconocer la religión Reformada como una iglesia, ya que la gran mayoría de los cristianos bautizados estaban sin el Espíritu Santo y tomaban el sacramento sin la gracia de Dios. Él estuvo dispuesto a recibir la ayuda de organizaciones misioneras, siempre y cuando estas no pretendieran ocupar el lugar de las iglesias de Jesucristo. Él dijo: “La Iglesia nacional es aquella que ha retrocedido al grado alcanzado en el Antiguo Testamento”.
Y dice más adelante: “Resulta claro y evidente que todos los cristianos son llamados y enviados a alabar a su Señor y Salvador Jesucristo, a divulgar las virtudes de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, y a confesar su nombre ante los hombres”. Cualquier restricción del sacerdocio universal de todos los creyentes es una limitación al Espíritu Santo.

(Continuará)
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