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Estudios sobre la Primera Epístola a los Corintios (2)
#1
Los creyentes llamados a la comunión

Así como, según el vs.2, los creyentes fuimos llamados a ser santos, en el vs.9 podemos leer que también fuimos llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
El vocablo “comunión”, del griego: “Koinonía”, encierra el significado de “participación en común”, que en su acepción más sencilla equivale simplemente a “compartir”

Obviamente que tener comunión implica mantener relación con otra persona. No se puede “compartir” algo en solitario. Por lo tanto, el llamado a la comunión con el Señor Jesucristo significa que los creyentes hemos sido convocados a gozar de Su amistad, participando de la totalidad de los bienes espirituales que Él nos concede por su gracia, como así también de las responsabilidades que nos delega. “Para que la participación (comunión) de tu fe sea eficaz en el conocimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús “ (Flm.vs.6)

Sin duda, el llamado a la comunión con el Señor Jesucristo constituye uno de los más altos privilegios del cristiano, cuya inalterabilidad está garantizada por la sublime declaración: “Fiel es Dios” (vs.9)

Los creyentes llamados a la unidad

Para la edificación de la iglesia y el fortalecimiento del testimonio cristiano, los creyentes corintios habían sido dotados por el Espíritu Santo con diferentes dones espirituales, de modo que, como iglesia, no carecían de ninguno. Esto significaba una gran bendición.

Sin embargo, los dones espirituales no son necesariamente evidencia de que los creyentes que los poseen son espirituales. Esta realidad se vio confirmada con la situación de los corintios. En todas las cosas habían sido enriquecidos en Cristo, en toda palabra y en toda ciencia (vs.5) y nada les faltó en ningún don. Pero prevaleció en ellos su naturaleza carnal, y alentaron la formación de grupos rivales en función de sus preferencias por distintos líderes. Incluso algunos engreídos llegaron al extremo de atribuirse exclusividad como seguidores de Cristo. Todo esto dio origen a celos, contiendas y disensiones (Cap.3:3) motivo por el cual Pablo tuvo que escribirles: “Os ruego, pues, hermanos, por el Nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (Vs.10)

Evidentemente, tenemos que considerar esta enseñanza en forma integral. El texto expresa claramente que todos debemos estar perfectamente unidos. Pero notemos que se trata exclusivamente de la unidad entre creyentes, (auténticos hijos de Dios) y con fines dignos.
Las instrucciones divinas no demandan lograr la unidad con cualquiera y a cualquier precio, pues la unidad por sí sola no tiene mérito alguno. En la Biblia leemos que quienes se rebelan contra Dios también pueden alcanzar la unidad en ocasiones, aunque en tal caso para hacer el mal: “Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu Santo Hijo Jesús, a quien ungiste...” (Hch.4:26-27) Por ello, el apóstol, para reafirmar la necesidad de que los creyentes se mantuvieran unidos en una misma mente y en un mismo parecer, primeramente invoca el Nombre y el Señorío de Cristo como único fundamento de genuina unidad espiritual.
La verdadera unidad sólo puede manifestarse plenamente cuando los creyentes dejan de vivir para sí, y deciden hacerlo para aquél que murió y resucitó por ellos. (2ª Co.5:15) “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfectos en unidad... (Jn.17:23) Por consiguiente, el principio de la perfecta unidad es Cristo habitando en nuestros corazones (Ef.3:17) “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2ª Co. 10:5)

Notemos, de paso, que no se trata de la unidad de la mayoría de los creyentes de la iglesia, sino de todos. Cuando la mayoría, por el medio que sea, impone sus criterios a la minoría, o viceversa, invariablemente se promueven divisiones (manifiestas o encubiertas) Pero cuando el Señor a través del Espíritu Santo establece Sus criterios, y éstos son fielmente obedecidos, los resultados serán como los de la reunión de la iglesia en Jerusalén, narrada en Hch.15. Aunque allí tuvo lugar una larga discusión, (Hch.15:7) todos se sometieron a la decisión del Espíritu Santo, de modo que pudieron escribir: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros...” (Hch.15:28) Así expresaron la verdadera unidad, siendo “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.” (Ef.4:3)

Los creyentes llamados a predicar el evangelio

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”
Aunque los creyentes hemos sido llamados a guardar la unidad espiritual, ello no implica que esa unidad se extienda fuera de la familia de Dios. De acuerdo con el pasaje que estamos considerando, la humanidad está irremediablemente dividida en dos grandes grupos: “los que se pierden” y “los que se salvan”. La pertenencia de un individuo a uno de los dos grupos está determinada por su actitud y respuesta a “la palabra de la cruz”
La palabra de la cruz no es otra cosa que el verdadero Evangelio, y constituye el mensaje que la iglesia debe anunciar ineludiblemente.
La salvación no se alcanza por el bautismo, ni por la evolución de la sabiduría humana con sus especulaciones, sino por el poder de Dios manifestado a través del Evangelio.
La base del Evangelio es la palabra de la cruz de Cristo, de modo que si alguien pretende anunciar el Evangelio omitiendo la palabra de la cruz, estará predicando un falso evangelio.
El apóstol Pablo explica claramente cuál es el verdadero Evangelio: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.” (1ª Co.15:3-4) Notemos que Pablo no relata solamente el hecho histórico de la cruz, sino que resalta la virtud del sacrificio del Señor Jesucristo para tratar con los pecados de todo aquel que se acerca a Dios.

La naturaleza caída del hombre sin Cristo lo impulsa a pecar, y sus pecados lo mantienen alejado de Dios y sometido a condenación, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro.5:8)
“Así que arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor, tiempos de refrigerio. (Hch.3:19)

El evangelio no es una oferta barata para solucionar meros problemas de salud, económicos o de cualquier otra índole. “La palabra de la cruz” trasciende las preocupaciones temporales y coloca al hombre frente a la realidad de la eternidad.

“Los que se salvan” somos todos los que creemos al Evangelio, habiéndonos arrepentido y convertido al Señor. Hemos renacido espiritualmente “para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos....” (1ª P.1:3-4)

“Los que se pierden” son los que rechazan la gracia de Dios, y por lo tanto se encuentran sujetos a condenación. Por su incredulidad y falta de arrepentimiento serán juzgados y arrojados al Lago de Fuego, donde serán atormentados eternamente a causa de haber despreciado al Salvador y afrentado al Espíritu de gracia.

“Porque los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura, mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.” (1ª Co.1:22-24)

Los creyentes somos llamados a predicar a Cristo crucificado, sin alterar la fidelidad y pureza de las Buenas Nuevas.
Quienes, en razón de su incredulidad, no aprecien la sabiduría de Dios para su salvación en la palabra de la cruz, tildarán el mensaje de “locura”. No obstante, al margen de esa despectiva opinión, si no se arrepienten son inexcusables ante la justicia de Dios.

Por otra parte, los llamados creerán y percibirán el poder del Evangelio operando eficazmente, al modo de Dios, frente a la extrema necesidad de sus almas, y experimentarán verdaderamente que “..si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2ª Co.5:17)

Los términos “lo necio del mundo”, “lo débil del mundo ” y “lo vil del mundo y lo menospreciado” (vs.27 y 28) se refieren a la calificación que algunos merecían en el mundo cuando andaban en tinieblas, antes de que el Señor los llamara para que obedecieran al Evangelio.

La situación límite de estos hombres perdidos, luego rescatados por el Señor, ejemplifica claramente la incapacidad del ser humano para contribuir en lo más mínimo a la obra de su salvación.. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef.2:8-9)

En consecuencia, toda suficiencia se encuentra sólo en el Señor Jesucristo a través de Su Obra en la cruz. Las demandas de Dios son satisfechas y, de ese modo, creyendo en Él, Cristo Jesús “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1ª Co.1:30-31)

“Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día: y que se predicase en su Nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones...” (Lc.24:46-47)

Este es el verdadero Evangelio que somos llamados a predicar.

(Continuará)
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