17-02-2017, 01:12 AM
Llamados a la obediencia (1)
por: Martyn Lloyd-Jones.
Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. (Hechos 6:7)
La decisión crucial que tomaron los Apóstoles, en la coyuntura inicial en la vida de la Iglesia fue dedicarse a la predicación de la Palabra y también a persistir en la oración, porque sabían que a través de la oración recibirían el poder de Dios.
Los oradores inteligentes pueden convencer a las personas de que hagan muchas cosas, pero ningún ser humano puede cambiar un alma ni cambiar la naturaleza humana y eso es lo que se necesita. La Humanidad está muerta en delitos y pecados (cf. Efesios 2:1). Y este Evangelio ofrece regeneración.
En Hechos capítulo 6 se nos muestra la manera como nos convertimos en cristianos y lo que eso significa. Por lo tanto, lo primero que desearía exponer es que los cristianos son personas que han experimentado un cambio profundo. Esta única afirmación, aquí en el versículo 7, es suficiente para demostrarlo, y por eso la he escogido. Fíjate en especial en las palabras: “también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. Esta es una afirmación impactante.
Leemos mucho acerca de los sacerdotes en la Biblia, en el Antiguo Testamento y también en los Evangelios. Eran los hombres cuya función consistía en mantener los servicios en el Templo, recibir las ofrendas del pueblo y dirigir los sacrificios. Ese sistema de adoración lo había ordenado Dios mismo. Se lo había enseñado a Moisés, el gran líder de los hijos de Israel. No había sido idea de Moisés, y él jamás afirmó que fuera suya. Dios se lo había revelado y le había hecho descender del monte, diciéndole: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Hebreos 8:5). Y Moisés lo había hecho. Los israelitas habían construido un Tabernáculo primero, y después un gran Templo.
Pero en el tiempo de nuestro Señor, los sacerdotes se habían apartado mucho del modelo original. Puedes leer en el Antiguo Testamento cómo habían tenido siempre una tendencia rebelde. La Humanidad siempre ha tenido esta tendencia: Lo vemos en la Iglesia cristiana, que siempre está intentando convertirse en algo de carácter diferente a la Iglesia que era al principio. Es casi imposible reconciliar ciertos aspectos de lo que en nuestros días se denomina la Iglesia cristiana con los relatos de la Iglesia en los primeros capítulos de Hechos. No estoy aquí para defender ninguna institución y digo que el cristianismo organizado es, a menudo, una negación de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Ahora bien, en los tiempos del Nuevo Testamento, los sacerdotes judíos a menudo eran muy mundanos, hombres mercenarios, que desacreditaban el sacerdocio original. Eran algunos de los oponentes más encarnizados y astutos contra nuestro Señor. Se oponían a este hombre que de repente había salido de ninguna parte. Estaban perplejos ante Él. No había tenido preparación, sin embargo, enseñaba con autoridad. Le odiaban y conspiraban con los otros dirigentes religiosos, incluyendo los fariseos, para ocasionar su muerte. Pero aquí se nos cuenta este hecho asombroso: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. No podemos imaginar un cambio más grande que ese. Fue una revolución.
En otras palabras, estoy afirmando el principio de que convertirse en cristiano no es superficial, es el cambio más profundo y radical que jamás pueda tener lugar en el universo. Permíteme recordarte de nuevo la terminología que se utiliza en el Nuevo Testamento. Convertirse en cristiano se denomina “nacer de nuevo”, “nacer de lo alto”, “nacer del Espíritu”. “De modo —dice Pablo— que si alguno está en Cristo —¿cuál es la verdad acerca de él?—, nueva criatura es —una nueva creación—; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Corintios 5:17). Quiero recalcar esto y lo podría ejemplificar infinitamente haciendo comparaciones.
Puedes cambiar de opinión acerca de muchas cosas en este mundo. Habiendo sido educado en una familia que pertenece al partido liberal, puedes convertirte en conservador, o quizá haya empezado como socialista y te conviertas en liberal. Es un cambio de partido político, un cambio de opinión. De la misma manera, puedes cambiar de una clase social a otra y puedes cambiar de trabajo o de casa. Todos estos cambios tienen su significado o importancia, sin embargo, cuando los comparas con convertirse en cristiano, no son nada. Son como cambiarte de ropa, pero convertirse en cristiano afecta a todo tu ser, afecta a tu mente y a tu pensamiento. Considera lo que significaba para estos sacerdotes. Puesto que habían llegado a darse cuenta de que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4), tenían que abandonar todo el ceremonial y el ritual del Templo. Aquello se había terminado. Estaba completo. El Cordero de Dios había venido, las representaciones, pues, no se necesitaban. ¡Qué revolución de pensamiento! Y sucedía exactamente lo mismo con la adoración, con la conducta y con cualquier otro aspecto. Convertirse en cristiano no es un cambio fácil ni superficial porque es, como hemos visto, el resultado de la operación del Espíritu de Dios.
El apóstol Pablo expresa el cambio que tiene lugar con lo que es, quizá, la afirmación más gloriosa que jamás se haya hecho: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz —esa es una referencia a la creación original cuando el Espíritu se movía de un lado a otro del caos, el abismo, y Dios el Creador dijo: “Sea la luz”—, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). No hay nada más grande ni más profundo que eso. Algo que no estaba ahí antes ha aparecido.
Vemos los ejemplos de la nueva creación en muchas partes del Nuevo Testamento. Piensa en Saulo de Tarso. ¡Qué cambio! Un giro radical: nueva dirección, nueva forma de pensar, nueva enseñanza, nuevo servicio. No es sorprendente que Pablo diga que cuando un hombre está en Cristo es verdaderamente una nueva criatura, una nueva creación. Es así de diferente.
Pero, en segundo lugar, ¿cómo se manifiesta esta novedad del ser? Ese es el punto importante que tenemos que comprender y entender. La respuesta se da en este versículo: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” y la palabra clave es “obedecían”. Esto es importante porque, si fuéramos a dejarlo en lo que acabo de decir, habría una confusión considerable. Sabemos que hay muchos medios y enseñanzas en este mundo que pueden tener un efecto sobre las personas, que pueden darles experiencias y cambiarlas. Las sectas jamás tendrían éxito de no ser porque pueden hacer algo.
Numerosas personas atestiguan que la Ciencia Cristiana ha supuesto una total diferencia para ellos. Mientras que solían sentirse desgraciados y estar preocupados, siempre vencidos y sufriendo de insomnio, ahora, como resultado de esta enseñanza, todo eso se ha desvanecido. Dicen que aun sus enfermedades físicas han desaparecido y que ahora están bien y sanos. Y otras sectas y enseñanzas diversas pueden lograr los mismos resultados. Lo que es más, los psicoterapeutas están haciendo un negocio sumamente rentable y, especialmente en un siglo de guerras como el actual, pueden ayudar a las personas con su enseñanza, escuchándolas y con medicamentos. La gente dice: “Bueno, soy completamente diferente desde que llevé aquél tratamiento. Estoy bien otra vez y toda mi perspectiva ha cambiado”.
Si simplemente te hubiera predicado, pues, acerca de un gran cambio, de una magnífica experiencia, no te estaría dando una definición exacta de lo que significa ser cristiano. Recuerdo haber leído un libro hace años, un simposio, escrito por numerosas personas que relataban, todas ellas, un punto de inflexión en sus vidas. Era sumamente revelador. Creo que solo uno de los colaboradores afirmaba ser cristiano. Los otros eran capaces, cada uno de ellos, de aportar la historia más asombrosa de un cambio dramático que habían experimentado. Un hombre describía cómo iba caminando por Villiers Street off the Strand cuando, de repente, algo se encendió en su mente y nunca volvió a ser el mismo.
Yo mismo recuerdo haber conocido a un hombre que había sido un borracho sin esperanza y me contó, de la manera más dramática, cómo una mañana, habiéndose emborrachado la noche anterior, se había levantado, se había lavado y estaba intentando cepillarse el pelo cuando, de repente, vio su propia cara en el espejo y le impactó tanto que jamás volvió a beber. No se había convertido en cristiano, de hecho, era un enemigo del cristianismo y estaba discutiendo conmigo en contra de la regeneración y el nuevo nacimiento, y la base de su argumento era que él había experimentado un cambio profundo parecido al cambio del que yo estaba hablando, pero sin creer mi mensaje.
Es importante, pues, entender que el mero hecho de que nuestras vidas hayan cambiado no demuestra que seamos cristianos. ¿Cuál es, pues, la prueba? Es que nuestra experiencia es el resultado de la obediencia a la fe y conduce a más obediencia. Esta es la prueba definitiva. La Escritura tiene cuidado al decir que los sacerdotes obedecieron a la fe, al mensaje que se predicaba. No debe haber confusión acerca de esto. El diablo, según 2ª Co. 11:14 puede disfrazarse como ángel de luz. Puede citar la Escritura. Puede engañarnos. El diablo hará todo lo que pueda para darnos una paz falsa y un consuelo falso. Hará cualquier cosa para que pensemos que todo está bien en nosotros y que no necesitamos preocuparnos más. Eso es lo que hace haciéndose pasar por ángel de luz. Lo ha hecho con frecuencia y aún lo sigue haciendo.
Debemos tener claras estas cosas. Lo que realmente identifica al cristiano de todos los demás es que ha rendido obediencia a la fe.
¿Qué significa, pues, “obediencia a la fe”? En primer lugar, permíteme considerar por un momento la palabra “obediencia”. Esta es una palabra que se utiliza a lo largo de las Escrituras. La Biblia no se conforma, como demostraré, con la mera utilización de la palabra “creer”, sino que también utiliza esta palabra “obedecer”. El apóstol Pablo, al escribir a los romanos, dice: “Por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su Nombre” (Romanos 1:5). En la misma Epístola, dice: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17). Eso es lo que hace cristianos a los hombres y a las mujeres.
(Continuará)
por: Martyn Lloyd-Jones.
Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. (Hechos 6:7)
La decisión crucial que tomaron los Apóstoles, en la coyuntura inicial en la vida de la Iglesia fue dedicarse a la predicación de la Palabra y también a persistir en la oración, porque sabían que a través de la oración recibirían el poder de Dios.
Los oradores inteligentes pueden convencer a las personas de que hagan muchas cosas, pero ningún ser humano puede cambiar un alma ni cambiar la naturaleza humana y eso es lo que se necesita. La Humanidad está muerta en delitos y pecados (cf. Efesios 2:1). Y este Evangelio ofrece regeneración.
En Hechos capítulo 6 se nos muestra la manera como nos convertimos en cristianos y lo que eso significa. Por lo tanto, lo primero que desearía exponer es que los cristianos son personas que han experimentado un cambio profundo. Esta única afirmación, aquí en el versículo 7, es suficiente para demostrarlo, y por eso la he escogido. Fíjate en especial en las palabras: “también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. Esta es una afirmación impactante.
Leemos mucho acerca de los sacerdotes en la Biblia, en el Antiguo Testamento y también en los Evangelios. Eran los hombres cuya función consistía en mantener los servicios en el Templo, recibir las ofrendas del pueblo y dirigir los sacrificios. Ese sistema de adoración lo había ordenado Dios mismo. Se lo había enseñado a Moisés, el gran líder de los hijos de Israel. No había sido idea de Moisés, y él jamás afirmó que fuera suya. Dios se lo había revelado y le había hecho descender del monte, diciéndole: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Hebreos 8:5). Y Moisés lo había hecho. Los israelitas habían construido un Tabernáculo primero, y después un gran Templo.
Pero en el tiempo de nuestro Señor, los sacerdotes se habían apartado mucho del modelo original. Puedes leer en el Antiguo Testamento cómo habían tenido siempre una tendencia rebelde. La Humanidad siempre ha tenido esta tendencia: Lo vemos en la Iglesia cristiana, que siempre está intentando convertirse en algo de carácter diferente a la Iglesia que era al principio. Es casi imposible reconciliar ciertos aspectos de lo que en nuestros días se denomina la Iglesia cristiana con los relatos de la Iglesia en los primeros capítulos de Hechos. No estoy aquí para defender ninguna institución y digo que el cristianismo organizado es, a menudo, una negación de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Ahora bien, en los tiempos del Nuevo Testamento, los sacerdotes judíos a menudo eran muy mundanos, hombres mercenarios, que desacreditaban el sacerdocio original. Eran algunos de los oponentes más encarnizados y astutos contra nuestro Señor. Se oponían a este hombre que de repente había salido de ninguna parte. Estaban perplejos ante Él. No había tenido preparación, sin embargo, enseñaba con autoridad. Le odiaban y conspiraban con los otros dirigentes religiosos, incluyendo los fariseos, para ocasionar su muerte. Pero aquí se nos cuenta este hecho asombroso: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe”. No podemos imaginar un cambio más grande que ese. Fue una revolución.
En otras palabras, estoy afirmando el principio de que convertirse en cristiano no es superficial, es el cambio más profundo y radical que jamás pueda tener lugar en el universo. Permíteme recordarte de nuevo la terminología que se utiliza en el Nuevo Testamento. Convertirse en cristiano se denomina “nacer de nuevo”, “nacer de lo alto”, “nacer del Espíritu”. “De modo —dice Pablo— que si alguno está en Cristo —¿cuál es la verdad acerca de él?—, nueva criatura es —una nueva creación—; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Corintios 5:17). Quiero recalcar esto y lo podría ejemplificar infinitamente haciendo comparaciones.
Puedes cambiar de opinión acerca de muchas cosas en este mundo. Habiendo sido educado en una familia que pertenece al partido liberal, puedes convertirte en conservador, o quizá haya empezado como socialista y te conviertas en liberal. Es un cambio de partido político, un cambio de opinión. De la misma manera, puedes cambiar de una clase social a otra y puedes cambiar de trabajo o de casa. Todos estos cambios tienen su significado o importancia, sin embargo, cuando los comparas con convertirse en cristiano, no son nada. Son como cambiarte de ropa, pero convertirse en cristiano afecta a todo tu ser, afecta a tu mente y a tu pensamiento. Considera lo que significaba para estos sacerdotes. Puesto que habían llegado a darse cuenta de que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4), tenían que abandonar todo el ceremonial y el ritual del Templo. Aquello se había terminado. Estaba completo. El Cordero de Dios había venido, las representaciones, pues, no se necesitaban. ¡Qué revolución de pensamiento! Y sucedía exactamente lo mismo con la adoración, con la conducta y con cualquier otro aspecto. Convertirse en cristiano no es un cambio fácil ni superficial porque es, como hemos visto, el resultado de la operación del Espíritu de Dios.
El apóstol Pablo expresa el cambio que tiene lugar con lo que es, quizá, la afirmación más gloriosa que jamás se haya hecho: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz —esa es una referencia a la creación original cuando el Espíritu se movía de un lado a otro del caos, el abismo, y Dios el Creador dijo: “Sea la luz”—, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). No hay nada más grande ni más profundo que eso. Algo que no estaba ahí antes ha aparecido.
Vemos los ejemplos de la nueva creación en muchas partes del Nuevo Testamento. Piensa en Saulo de Tarso. ¡Qué cambio! Un giro radical: nueva dirección, nueva forma de pensar, nueva enseñanza, nuevo servicio. No es sorprendente que Pablo diga que cuando un hombre está en Cristo es verdaderamente una nueva criatura, una nueva creación. Es así de diferente.
Pero, en segundo lugar, ¿cómo se manifiesta esta novedad del ser? Ese es el punto importante que tenemos que comprender y entender. La respuesta se da en este versículo: “Muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” y la palabra clave es “obedecían”. Esto es importante porque, si fuéramos a dejarlo en lo que acabo de decir, habría una confusión considerable. Sabemos que hay muchos medios y enseñanzas en este mundo que pueden tener un efecto sobre las personas, que pueden darles experiencias y cambiarlas. Las sectas jamás tendrían éxito de no ser porque pueden hacer algo.
Numerosas personas atestiguan que la Ciencia Cristiana ha supuesto una total diferencia para ellos. Mientras que solían sentirse desgraciados y estar preocupados, siempre vencidos y sufriendo de insomnio, ahora, como resultado de esta enseñanza, todo eso se ha desvanecido. Dicen que aun sus enfermedades físicas han desaparecido y que ahora están bien y sanos. Y otras sectas y enseñanzas diversas pueden lograr los mismos resultados. Lo que es más, los psicoterapeutas están haciendo un negocio sumamente rentable y, especialmente en un siglo de guerras como el actual, pueden ayudar a las personas con su enseñanza, escuchándolas y con medicamentos. La gente dice: “Bueno, soy completamente diferente desde que llevé aquél tratamiento. Estoy bien otra vez y toda mi perspectiva ha cambiado”.
Si simplemente te hubiera predicado, pues, acerca de un gran cambio, de una magnífica experiencia, no te estaría dando una definición exacta de lo que significa ser cristiano. Recuerdo haber leído un libro hace años, un simposio, escrito por numerosas personas que relataban, todas ellas, un punto de inflexión en sus vidas. Era sumamente revelador. Creo que solo uno de los colaboradores afirmaba ser cristiano. Los otros eran capaces, cada uno de ellos, de aportar la historia más asombrosa de un cambio dramático que habían experimentado. Un hombre describía cómo iba caminando por Villiers Street off the Strand cuando, de repente, algo se encendió en su mente y nunca volvió a ser el mismo.
Yo mismo recuerdo haber conocido a un hombre que había sido un borracho sin esperanza y me contó, de la manera más dramática, cómo una mañana, habiéndose emborrachado la noche anterior, se había levantado, se había lavado y estaba intentando cepillarse el pelo cuando, de repente, vio su propia cara en el espejo y le impactó tanto que jamás volvió a beber. No se había convertido en cristiano, de hecho, era un enemigo del cristianismo y estaba discutiendo conmigo en contra de la regeneración y el nuevo nacimiento, y la base de su argumento era que él había experimentado un cambio profundo parecido al cambio del que yo estaba hablando, pero sin creer mi mensaje.
Es importante, pues, entender que el mero hecho de que nuestras vidas hayan cambiado no demuestra que seamos cristianos. ¿Cuál es, pues, la prueba? Es que nuestra experiencia es el resultado de la obediencia a la fe y conduce a más obediencia. Esta es la prueba definitiva. La Escritura tiene cuidado al decir que los sacerdotes obedecieron a la fe, al mensaje que se predicaba. No debe haber confusión acerca de esto. El diablo, según 2ª Co. 11:14 puede disfrazarse como ángel de luz. Puede citar la Escritura. Puede engañarnos. El diablo hará todo lo que pueda para darnos una paz falsa y un consuelo falso. Hará cualquier cosa para que pensemos que todo está bien en nosotros y que no necesitamos preocuparnos más. Eso es lo que hace haciéndose pasar por ángel de luz. Lo ha hecho con frecuencia y aún lo sigue haciendo.
Debemos tener claras estas cosas. Lo que realmente identifica al cristiano de todos los demás es que ha rendido obediencia a la fe.
¿Qué significa, pues, “obediencia a la fe”? En primer lugar, permíteme considerar por un momento la palabra “obediencia”. Esta es una palabra que se utiliza a lo largo de las Escrituras. La Biblia no se conforma, como demostraré, con la mera utilización de la palabra “creer”, sino que también utiliza esta palabra “obedecer”. El apóstol Pablo, al escribir a los romanos, dice: “Por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su Nombre” (Romanos 1:5). En la misma Epístola, dice: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17). Eso es lo que hace cristianos a los hombres y a las mujeres.
(Continuará)