11-07-2008, 01:13 AM
Bueno, aquí hay varias cosas para considerar.
Primero le sugeriría leer todo lo que hemos escrito sobre el tema para no tener que repetir los mismos conceptos.
No obstante, recordemos que la función básica de los apóstoles fue sentar las bases doctrinales de la Iglesia sobre el fundamento firme, que es Cristo mismo.
Sobre ese fundamento la Iglesia sigue siendo edificada, y no hay nadie hoy que pueda reclamar para sí la sucesión apostólica.
Cualquiera sabe que para edificar, por ejemplo, un edificio de varios pisos, hace falta un buen fundamento, y luego, a partir de esos cimientos, la obra sigue avanzando hacia arriba, hasta terminar. Ahora, imagínense lo que pasaría si a un obrero, digamos, en el quinto piso, se le ocurriera poner de nuevo un cimiento. Habría que dudar de su sano juicio ¿No es cierto? Las bases ya están puestas, las excavadoras trabajaron con mucho ruido, para luego vaciar el hormigón, pero esa etapa se terminó y no se vuelve a repetir. Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto. Los obreros ahora deben pegar ladrillos, construir losas, escaleras, y todo lo demás, quizás repetitivamente en cada nivel, pero el cimiento es uno sólo.
Es una figura de la Iglesia del Señor. Primero estuvieron los que pusieron el fundamento, pero concluida esa misión, ya nadie los reemplazó. Ahora quedan sólo los que deben sobreedificar, evangelistas, pastores, maestros, y otros obreros calificados, pero no apóstoles ni profetas en el sentido primitivo de la palabra, que ya cumplieron su cometido.
Ahora bien, afirmar que la Biblia no es la Palabra de Dios es una grave negación de lo que Dios mismo declara. La Biblia es la Palabra de Dios ya revelada de una vez para siempre. Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2ª 1:21) pero, cuando las Escrituras se completaron, esa inspiración cesó, y nadie puede agregar más a lo que está escrito, ni debemos siquiera pensar más de lo que está escrito.
Nuestra responsabilidad es contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Jud. vs,3) entendiendo allí por fe, todo el cuerpo de doctrina sobre el que se fundamenta la fe.
Por lo tanto, cada verdadero hijo de Dios es llamado a dar testimonio del Evangelio, que “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”. No se trata del poder del obrero sino del poder de Dios. El énfasis no debe pònerse en la autoridad, ni siquiera en la notoriedad de un siervo, sino en la autoridad de las Escrituras. Fuera de ellas, todo es sólo vana palabrería.
Que el Señor le dé entendimiento en todo.
Primero le sugeriría leer todo lo que hemos escrito sobre el tema para no tener que repetir los mismos conceptos.
No obstante, recordemos que la función básica de los apóstoles fue sentar las bases doctrinales de la Iglesia sobre el fundamento firme, que es Cristo mismo.
Sobre ese fundamento la Iglesia sigue siendo edificada, y no hay nadie hoy que pueda reclamar para sí la sucesión apostólica.
Cualquiera sabe que para edificar, por ejemplo, un edificio de varios pisos, hace falta un buen fundamento, y luego, a partir de esos cimientos, la obra sigue avanzando hacia arriba, hasta terminar. Ahora, imagínense lo que pasaría si a un obrero, digamos, en el quinto piso, se le ocurriera poner de nuevo un cimiento. Habría que dudar de su sano juicio ¿No es cierto? Las bases ya están puestas, las excavadoras trabajaron con mucho ruido, para luego vaciar el hormigón, pero esa etapa se terminó y no se vuelve a repetir. Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto. Los obreros ahora deben pegar ladrillos, construir losas, escaleras, y todo lo demás, quizás repetitivamente en cada nivel, pero el cimiento es uno sólo.
Es una figura de la Iglesia del Señor. Primero estuvieron los que pusieron el fundamento, pero concluida esa misión, ya nadie los reemplazó. Ahora quedan sólo los que deben sobreedificar, evangelistas, pastores, maestros, y otros obreros calificados, pero no apóstoles ni profetas en el sentido primitivo de la palabra, que ya cumplieron su cometido.
Ahora bien, afirmar que la Biblia no es la Palabra de Dios es una grave negación de lo que Dios mismo declara. La Biblia es la Palabra de Dios ya revelada de una vez para siempre. Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2ª 1:21) pero, cuando las Escrituras se completaron, esa inspiración cesó, y nadie puede agregar más a lo que está escrito, ni debemos siquiera pensar más de lo que está escrito.
Nuestra responsabilidad es contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Jud. vs,3) entendiendo allí por fe, todo el cuerpo de doctrina sobre el que se fundamenta la fe.
Por lo tanto, cada verdadero hijo de Dios es llamado a dar testimonio del Evangelio, que “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”. No se trata del poder del obrero sino del poder de Dios. El énfasis no debe pònerse en la autoridad, ni siquiera en la notoriedad de un siervo, sino en la autoridad de las Escrituras. Fuera de ellas, todo es sólo vana palabrería.
Que el Señor le dé entendimiento en todo.