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¿IMPORTAN MÁS TUS INTERESES QUE JESÚS?
#1
¿IMPORTAN MÁS TUS INTERESES QUE JESÚS?

Cita Bíblica: Juan 6:1-26

Jesús en el silencio de la montaña

El Señor se encuentra con sus discípulos en las cercanías del lago de Galilea, en un monte que parece ser muy conocido para los discípulos. A este lugar “le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos” (v. 2). Jesús trataba de estar a solas con su Padre y los discípulos, pero una gran multitud rompió ese silencio de la montaña buscando algo nuevo o especial en aquel que hacía tantas señales en los enfermos. El Señor no se siente contrariado por la presencia de esta multitud, que irrumpe en su reposo y sosiego; antes bien, “cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde comprare­mos pan para que coman estos?” (v. 5)

El Señor no se preocupa por él mismo, sino por ellos, y por ese pan necesario para su alimentación. Esa multitud salió a buscarlo, sin saber con precisión los riesgos del momento; uno de los riesgos era el encontrarse sin pan por lo inhóspito del lugar. Mas el Señor enseña al que le busca, a fiarse de Él con todo el corazón. Aquí Jesús por medio de unos panes de cebada prepara, a los que le da el Padre, para comer el verdadero “pan vivo que descendió del cielo”.

El Señor sabe siempre lo que tiene que hacer, aunque a veces nos prueba a nosotros como hizo con Felipe, preguntándole: “¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?”

Contemos con Jesús

Felipe queda sorprendido por la pregunta del maestro, y así exclama:

“Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco” (v. 7).

Un denario era el jornal de un día de trabajo (Mateo 20). Para Felipe la más mínima posi­bilidad resultaba irrealizable. No veía solución. Pero, ¿por qué?, porque Felipe sabía contar dineros, aunque él no lo tuviera, sin embargo no contaba con Jesús, a quien sí tenía. Esta actitud de Felipe se hace muchas veces realidad en nuestra pro­pia vida. El Señor sabe de qué cosas tenemos necesidad. Él quiere probar nuestra fe, y ver así nuestra capacidad de respuesta a su promesa. ¿Cuántas veces cuentas con tus posibilidades, que no te dan capacidad para solucionar un problema, y te olvidas de contar con Aquel que sí tiene todo poder en los cielos y en la tierra?.

¿Qué es esto para tantos?

Muchas veces el Señor te da una pista por medio de otra persona, como hizo con el discípulo Andrés:

“Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (v. 9).

El Señor les demuestra que “ésto” – cinco panes y dos pececillos – es igual para un muchacho que para “tantos” que esta­ban allí. No comió más el muchacho ni comieron menos los “tantos”, ya que todos se saciaron. ¿Qué vamos añadir nosotros a su poder, cinco panes, dos peces?

“Él llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4:17).

Lo único que nos pide, que añadamos, es fe para ver su poder. En esa fe manda recostar a la gente, sobre ese lugar ameno lleno de hierba.

“Tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípu­los, y los discípulos entre los que estaban recostados; así mismo de los peces cuanto querían” (v. 11).

¿Qué han hecho estos comensales, para participar de esos panes y de esos peces? Nada más que obedecer, y recostarse sobre la hierba. Esto concuerda con lo que el Señor dice tantas veces:

“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). “En quietud y confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15).

El Señor reprende a Israel porque no quisieron estar en esa quietud y confianza, y ser salvos en descanso y reposo.

Jesús en la quietud y confianza del Padre da de comer a esta multitud que reposa sobre la abundante hierba. Mas Jesús lo que busca en nosotros es que le reconozcamos como nuestro reposo en quietud y confianza, para reposar de las propias obras de la carne, y ser Cristo quien obre en nosotros (Hebreos 4:10). Todas sus señales nos lle­van a que depositemos nuestra confianza en El, incluso en lo referente a nuestra comi­da y a nuestro vestido. Porque si Dios hace crecer la hierba y la viste, “¿cuánto más a vosotros hombres de poca fe?” (Lucas 12:28). Pero el hombre siempre quiere redu­cir a Dios a sus propias categorías mentales, cuando su obligación es someterse y aco­gerse a lo que Dios dice y pide del hombre.

Mira bien, no te apoderes de Jesús

Así estos comensales de Jesús, al margen de lo que Dios dice por su Espíritu en las Escrituras, quieren apoderarse de Jesús para hacerle rey conforme a sus propios pensamientos religiosos, pero que en absoluto estaban de acuerdo con el plan de Dios, expuesto en Su Palabra. Es algo innato en todo hombre apoderarse de todo, incluso del hacedor de todo. Una muestra la tenemos en estos hombres, que guia­dos por sus propios pareceres e intereses religiosos intentan apoderarse de Jesús. Cuántas veces ha sucedido a través de la historia, y sucederá mientras el Señor no venga, que distintos grupos han querido apoderarse de Jesús; de ahí los nombres que se dan: los únicos, los verdaderos, los apostólicos, los testigos, los de los últimos días.

Pero el Hijo de Dios está por encima de todo pensamiento humano o definición de hombre. El no salva como el hombre quiere, sino a quien él quiere.

“Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (Romanos 9:15).

No depende del hombre, ni de sus títulos absolutos que se ponga:

“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16); y Jesús mismo dice: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16).

Los hombres a veces son mezquinos en sus apreciaciones de salvación. Piensan que uno no puede salvarse, si no atiende al método de salvación diseñado por ellos. Incluso piensan que Dios se va a someter a sus métodos, en contra de lo diseñado por Dios mismo y revelado en Su Palabra, la Biblia. Pero hasta aquí llega la insensatez de esos hombres, que acomodan los textos de la biblia a sus propios métodos de salva­ción, que nada tienen que ver con el Salvador, Jesucristo. En concordancia con los comensales de la montaña, también quieren apoderarse de Jesús, para hacer del Nom­bre de Jesús un ídolo que salva como ellos quieren. La actitud de Jesús, ante esta con­ducta arbitraria del hombre, es que “volvió a retirarse al monte él solo” (v. 15).

El Señor Jesús no admite iniciativas personales al margen del plan de salvación dise­ñado por su Padre en las Escrituras. De ahí que él se retira, sin la compañía de nadie, al monte a orar a solas con su Padre. “La salvación es un don de Dios” (Efesios 2:8), no es una consecuencia de las obras del hombre, ni de sus métodos de salvación, ni de la aceptación de su propia doctrina religiosa, por muchos títulos que le ponga de verdadera y única. La salvación sigue siendo un “don” de Dios por medio de la fe en la sangre de Jesucristo; el único que nos acerca a Dios, nos hace conciudadanos de los santos (y no de una organización religiosa) y miembros de la familia de Dios (Efesios 2:19), y no miembros de una determinada familia doctrinal sea tridentina o semi-reformada.

El encuentro personal con Cristo, por la fe, es para vivirlo en la comunión del Espíritu con los demás, nunca para apoderarse de Él excluyendo a los demás.

Cuando oigo a miembros de “iglesias” o de “asociaciones” religiosas decir: “Nosotros somos la única iglesia verdadera, la única iglesia de Jesucristo, la única iglesia de her­manos, la iglesia de los verdaderos bautizados, los únicos testigos de Dios, los auténti­cos hijos de Dios”, entiendo que todos ellos se han apoderado de Cristo, pero Cristo no es el apoderado de ellos, porque Cristo no representa la salvación de ellos sino la del Padre, que es “don de Dios”, no de hombres.

Seamos sensatos, aceptemos a Jesús conforme a las Escrituras para vivir por fe; pero nunca nos apoderemos de Jesús y su Palabra para vivir esclavizados de nuestras pro­pias sensaciones, ya sean éstas doctrinales o religiosas.

“Al anochecer descendieron sus discípulos al mar… Estaba ya oscuro y Jesús no venía a ellos” (v. 16,17).

Jesús permanece él solo en el monte orando, mientras sus discípulos en una frágil barca, al atardecer, van cruzando el lago hacía Capemaum. Anochecía, y Jesús no se siente acuciado por tal circunstancia, para dejar ese estar a solas con Su Padre, y volver junto a sus discípulos. Los que sienten esa ausencia son los discípulos al decir: “Estaba ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos”. Estos estaban intranquilos, ya que la única barca que allí había la tenían ellos. ¿Cómo, pues, se iba a reunir con ellos en la oscuridad de la noche, y sin barca? Imposible. La actitud de Jesús desborda todas las posibilidades de sus discípulos.

Y lo mismo sucede hoy a los que quieren encuadrar a Jesús dentro de sus propias posi­bilidades de humana salvación, no siendo ningunas. Jesús está por encima de cual­quier definición dogmática, que intente apoderarse de la posibilidad salvadora de Cristo. Esto es como encerrarse en una frágil barca surcando el mar en la tempestad de la noche. Cuando los discípulos se ven superados por el poder incondicional de Jesús:

“Vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca; y tuvieron miedo” (v. 19).

Yo soy, no temáis

Al no coincidir lo que ellos pensaban de Jesús con lo que veían sus ojos, tienen miedo. La vida de Cristo, fuera de la fe, supera y contradice toda la lógica de la mente huma­na. La oscuridad, la tempestad sobre el mar, el miedo a lo inexplicable dentro de estas circunstancias adversas, se transforma en alegría al escuchar la voz del Maestro: “Yo soy, no temáis” (v. 20). Esta es una de las frases que Jesús repite con frecuencia. El creyente no tiene que temer nada estando en Cristo y con Cristo. Esa alegría de su presencia la refleja el rostro del creyente, como el rostro de los discípulos al recibir a Jesús en la barca, “la cual llegó enseguida a la tierra adónde iban” (v. 21). Jesús no es llevado por las circunstancias, sino que El conduce las circunstancias, para bien de aquellos que le aman. En todas tus circunstancias puedes escuchar por medio de la fe, la voz de Jesús que te dice: ¡Yo soy, no temas!

Sanos en la fe

La gente que vivió esa señal de la multiplicación de los panes:

“Al día siguiente…vio que no había habido allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se había ido solos (v. 22).

Según los cálculos de estas gentes Jesús se tenía que encontrar en el mismo lugar del día anterior, porque él no había partido con sus discípulos, y ellos se habían llevado la única barca que había. Sí, era cierto que Jesús no se había embarcado con sus dis­cípulos y sólo había una barca, pero Jesús ya no estaba allí. El hombre es muy limi­tado en sus recursos y fuera de esas condiciones no encuentra salida lógica. Pero el Señor Jesús es el que ha hecho y sustenta todas las cosas (Colosenses 1:16; Hebreos 1:2-3).

Cristo está por encima de todo condicionamiento que limita al hombre. Sólo el hom­bre de fe puede superar en Cristo todas esas limitaciones y contradicciones. Ya que Jesús nos dice: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23). Pero el hombre prefiere tomar sus propias iniciativas y seguir el camino que concibió su mente, antes que aceptar en fe al único que es el Camino conforme a las Escrituras, Jesucristo. Así no nos sorprenderá que Jesús diga a los que le buscaban:

“Me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (v. 26).

Traducido a nuestro lenguaje coloquial se podría decir: No me buscáis a mí, sino a vuestros estómagos. ¡Qué confusión más tremenda, pensar que uno busca a Jesús, y lo único que se busca es a sí mismo. Tanta fatiga, tanto esfuerzo, tanta reli­giosidad para al final descubrir por la Palabra de Jesús, que todo eso sólo tenía un móvil, nuestra propia satisfacción. ¿No es esta una advertencia seria para que seamos sanos en la fe?

Aprendamos a no camuflar nuestros propios intereses egoístas bajo el Nombre de Jesús. Porque esa es una actitud repugnante y de lo más vil. Uno de los obstáculos más difíciles, que tienen que superar los creyentes en Cristo, es la escoria religiosa que por todas partes fluye del volcán del infierno intentando atrapar a los que se saben purificados de todos sus pecados en la sangre de Jesús, “su gran Dios y Salvador” (Tito 2:13).

José Alberto Vega
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Enviado por: Hermano Alvaro <hermanoalvaro@gmail.com>
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