28-06-2008, 01:45 PM
Para abordar este tema, tan importante y trascendente, es necesario que examinemos primeramente lo que declaran las Escrituras respecto de la creación del hombre, en el libro del Génesis.
Leemos allí: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó.” (Gé.1:27) Esta declaración nos confirma que el hombre, siendo creado a imagen de Dios y conforme a su semejanza, (Vs.26) quedó acreditado desde su mismo origen como alguien dotado de razón, inteligencia y voluntad, que, por lo tanto, tenía sobrada capacidad para asumir sensatamente todas las responsabilidades que el Creador le habría de encomendar.
Nada se encuentra en la Palabra de Dios sobre la absurda teoría de la evolución, que sostiene, sin ningún sustento científico serio, que el hombre, a partir de su descendencia de alguna especie de mono, fue desarrollándose hasta convertirse en un ser bien parecido y civilizado.
En oposición a tal disparatada teoría, sabemos, más bien, que el hombre original, inteligente y perfecto en su creación, se degradó por los efectos de su caída en el pecado, y toda su descendencia sufrió las consecuencias de su desobediencia a la voluntad de Dios.
No obstante, Dios en su gracia nos proveyó los medios necesarios para revertir esas consecuencias, y aún es posible para cada hombre (varón y mujer) cumplir con la voluntad de Dios y disfrutar de Sus bendiciones.
Y es precisamente la voluntad de Dios lo que debemos aprender al escudriñar el tema que nos ocupa.
Cuando Dios creó al hombre, no lo hizo para dejarlo en soledad. Aunque el hombre vivía en un lugar perfecto, y ejercía el dominio sobre la creación tangible, incluyendo el reino animal, la Escritura señala que “no se halló ayuda idónea para él” (Gé.2:20)
Habiendo Dios declarado que: ”no es bueno que el hombre esté solo” (Vs.18) tomó una costilla de Adán e “hizo una mujer, y se la trajo al hombre” (Vs.22)
A partir de ese momento, Dios (no el hombre) instituyó el matrimonio, ajustado a los siguientes principios:
1) Orden del matrimonio
En el orden de Dios, la unión matrimonial debe consumarse exclusivamente entre un hombre y una mujer, en sujeción al siguiente orden:
“Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Vs.24) Esto implica que el hombre deberá tener la madurez suficiente para afrontar la responsabilidad de formar un nuevo hogar, como así también la disposición de esforzarse en conseguir los recursos mínimos necesarios para ese fin, sin depender de sus padres para su subsistencia. Una vez formalizado el casamiento del varón con la mujer que ama, (no antes) la considerará su mujer, y se unirá a ella, “y serán una sola carne” (Vs.24)
La sujeción a este orden encierra una gran bendición: “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Pr.18:22)
La transgresión de este orden trae aparejado juicio: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla, pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. (He.13:4)
Establecer un noviazgo implica la voluntad de casarse con la otra persona, y nunca con fines de entretenimiento o para sacar partido en cualquier forma que fuere.
2) Indisolubilidad del matrimonio
El matrimonio fue instituido por Dios como vínculo que debe perdurar de por vida.
El Señor Jesucristo, cuando fue tentado por los fariseos en relación con el divorcio, les exhortó a que consultaran las Escrituras: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”.
“Lo que Dios juntó” se refiere a la institución del matrimonio por Dios, y a las condiciones que Él impuso, e incluye la unión matrimonial de cualquier ser humano; y no sólo de creyentes.
Sólo en casos extremos, Dios admite la separación, pero bajo la obligada condición de que los separados no vuelvan a casarse con otras parejas, pues de hacerlo estarán cometiendo adulterio. (Mt.5:32 y 19:9)
Los fariseos, cuando recibieron la certera respuesta del Señor, opinaron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.” (Mt.19:10)
Aunque aquellos religiosos incrédulos no podían entender el verdadero alcance de los propósitos de Dios respecto del matrimonio, los creyentes no podemos ignorarlos: El matrimonio, con todas sus condiciones, fue instituido por Dios como símbolo o figura visible de la unión íntima de Cristo con su Iglesia. Así como Cristo y su Iglesia confirmarán su unión indisoluble cuando tengan lugar las Bodas del Cordero, (Ap.19:7) el matrimonio, como figura expresiva de aquella unión, tampoco debe disolverse de por vida.
No pretendemos atar cargas a quienes por alguna razón no han podido lograr el ideal de Dios, pues cada uno es responsable de sí ante el Señor. Mas bien intentamos que los creyentes que den el paso del Matrimonio no lo hagan ligeramente sino con responsabilidad y temor del Señor, sin desconocer las demandas que Dios ha establecido en cuanto al asunto.
3) Condiciones para los contrayentes:
a) El matrimonio debe formalizarse entre un varón y una mujer. Cualquier unión entre personas de un mismo sexo constituye una abominación delante de Dios (Lv.18:22 y Ro.1:26-27)
b) Dios únicamente admite el matrimonio entre personas solteras o viudas (1ª Co.7:8-9) pero nunca de divorciados, por más que las leyes humanas pretendan legitimar lo que para Dios es ilegítimo. (Lc.16:18)
c) La Palabra de Dios ordena que un hombre creyente se case únicamente con una mujer creyente, y viceversa, es decir, de su misma fe cristiana. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos...” 2ª Co.6:14-17) La desobediencia a este mandato de Dios, deriva en serias consecuencias.
En Cantares 5:2, descubrimos un sugestivo orden que nos ilustra sobre la relación progresiva de una pareja de enamorados: “Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía...”
Primer paso: hermana mía. Un creyente no debe entablar una relación de noviazgo con quien no sea una hermana en Cristo, (o hermano, en el caso de una mujer)
Segundo paso: amiga mía. Es conveniente que quienes desean ponerse de novios, sean previamente amigos, de modo de lograr un razonable conocimiento entre sí.
Tercer paso: Paloma mía. Una sugerente analogía con la mujer virtuosa. La paloma nunca actúa como ave de rapiña. Es mansa, apacible y amigable. No es casual que la figura de la paloma haya sido adoptada como símbolo de la paz. Como ave doméstica, no requiere ser confinada en una jaula a la manera de otros pájaros, pues aunque tenga completa libertad para volar dondequiera, nunca abandonará su palomar.
Cuarto paso: Perfecta mía: La perfección no se vincula tanto con la belleza exterior como con la condición interior. “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura. La mujer que teme a Jehová esa será alabada.
Esta es la condición más importante para un matrimonio perfecto: Un hombre temeroso de Dios, uniéndose en la voluntad de Dios a una mujer temerosa de Dios.
“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, Bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová” (Sal.128:1-4)
4) Las obligaciones básicas del matrimonio:
La Biblia ordena al marido:
a) Que ame a su mujer, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella (Ef.5:25
b) Que sustente y cuide a su mujer, como también Cristo a la Iglesia (Vs.29)
c) Que cumpla con su esposa el deber conyugal. (1ª Co.7:3)
La Biblia ordena a la mujer:
a) Que se sujete a su esposo, así como la iglesia está sujeta a Cristo (Vs. 22-24)
b) Que respete a su marido (Vs.33)
c) Que cumpla con su marido el deber conyugal (1ª Co.7:3)
De ningún modo pretendemos haber agotado el tema aquí. Sólo hemos querido compartir algunos principios sencillos para evitar que nuestros jovenes cometan errores que puedan desmoronar su unión matrimonial, por ignorar el orden de Dios.
Leemos allí: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó.” (Gé.1:27) Esta declaración nos confirma que el hombre, siendo creado a imagen de Dios y conforme a su semejanza, (Vs.26) quedó acreditado desde su mismo origen como alguien dotado de razón, inteligencia y voluntad, que, por lo tanto, tenía sobrada capacidad para asumir sensatamente todas las responsabilidades que el Creador le habría de encomendar.
Nada se encuentra en la Palabra de Dios sobre la absurda teoría de la evolución, que sostiene, sin ningún sustento científico serio, que el hombre, a partir de su descendencia de alguna especie de mono, fue desarrollándose hasta convertirse en un ser bien parecido y civilizado.
En oposición a tal disparatada teoría, sabemos, más bien, que el hombre original, inteligente y perfecto en su creación, se degradó por los efectos de su caída en el pecado, y toda su descendencia sufrió las consecuencias de su desobediencia a la voluntad de Dios.
No obstante, Dios en su gracia nos proveyó los medios necesarios para revertir esas consecuencias, y aún es posible para cada hombre (varón y mujer) cumplir con la voluntad de Dios y disfrutar de Sus bendiciones.
Y es precisamente la voluntad de Dios lo que debemos aprender al escudriñar el tema que nos ocupa.
Cuando Dios creó al hombre, no lo hizo para dejarlo en soledad. Aunque el hombre vivía en un lugar perfecto, y ejercía el dominio sobre la creación tangible, incluyendo el reino animal, la Escritura señala que “no se halló ayuda idónea para él” (Gé.2:20)
Habiendo Dios declarado que: ”no es bueno que el hombre esté solo” (Vs.18) tomó una costilla de Adán e “hizo una mujer, y se la trajo al hombre” (Vs.22)
A partir de ese momento, Dios (no el hombre) instituyó el matrimonio, ajustado a los siguientes principios:
1) Orden del matrimonio
En el orden de Dios, la unión matrimonial debe consumarse exclusivamente entre un hombre y una mujer, en sujeción al siguiente orden:
“Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Vs.24) Esto implica que el hombre deberá tener la madurez suficiente para afrontar la responsabilidad de formar un nuevo hogar, como así también la disposición de esforzarse en conseguir los recursos mínimos necesarios para ese fin, sin depender de sus padres para su subsistencia. Una vez formalizado el casamiento del varón con la mujer que ama, (no antes) la considerará su mujer, y se unirá a ella, “y serán una sola carne” (Vs.24)
La sujeción a este orden encierra una gran bendición: “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Pr.18:22)
La transgresión de este orden trae aparejado juicio: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla, pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios. (He.13:4)
Establecer un noviazgo implica la voluntad de casarse con la otra persona, y nunca con fines de entretenimiento o para sacar partido en cualquier forma que fuere.
2) Indisolubilidad del matrimonio
El matrimonio fue instituido por Dios como vínculo que debe perdurar de por vida.
El Señor Jesucristo, cuando fue tentado por los fariseos en relación con el divorcio, les exhortó a que consultaran las Escrituras: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”.
“Lo que Dios juntó” se refiere a la institución del matrimonio por Dios, y a las condiciones que Él impuso, e incluye la unión matrimonial de cualquier ser humano; y no sólo de creyentes.
Sólo en casos extremos, Dios admite la separación, pero bajo la obligada condición de que los separados no vuelvan a casarse con otras parejas, pues de hacerlo estarán cometiendo adulterio. (Mt.5:32 y 19:9)
Los fariseos, cuando recibieron la certera respuesta del Señor, opinaron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse.” (Mt.19:10)
Aunque aquellos religiosos incrédulos no podían entender el verdadero alcance de los propósitos de Dios respecto del matrimonio, los creyentes no podemos ignorarlos: El matrimonio, con todas sus condiciones, fue instituido por Dios como símbolo o figura visible de la unión íntima de Cristo con su Iglesia. Así como Cristo y su Iglesia confirmarán su unión indisoluble cuando tengan lugar las Bodas del Cordero, (Ap.19:7) el matrimonio, como figura expresiva de aquella unión, tampoco debe disolverse de por vida.
No pretendemos atar cargas a quienes por alguna razón no han podido lograr el ideal de Dios, pues cada uno es responsable de sí ante el Señor. Mas bien intentamos que los creyentes que den el paso del Matrimonio no lo hagan ligeramente sino con responsabilidad y temor del Señor, sin desconocer las demandas que Dios ha establecido en cuanto al asunto.
3) Condiciones para los contrayentes:
a) El matrimonio debe formalizarse entre un varón y una mujer. Cualquier unión entre personas de un mismo sexo constituye una abominación delante de Dios (Lv.18:22 y Ro.1:26-27)
b) Dios únicamente admite el matrimonio entre personas solteras o viudas (1ª Co.7:8-9) pero nunca de divorciados, por más que las leyes humanas pretendan legitimar lo que para Dios es ilegítimo. (Lc.16:18)
c) La Palabra de Dios ordena que un hombre creyente se case únicamente con una mujer creyente, y viceversa, es decir, de su misma fe cristiana. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos...” 2ª Co.6:14-17) La desobediencia a este mandato de Dios, deriva en serias consecuencias.
En Cantares 5:2, descubrimos un sugestivo orden que nos ilustra sobre la relación progresiva de una pareja de enamorados: “Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía...”
Primer paso: hermana mía. Un creyente no debe entablar una relación de noviazgo con quien no sea una hermana en Cristo, (o hermano, en el caso de una mujer)
Segundo paso: amiga mía. Es conveniente que quienes desean ponerse de novios, sean previamente amigos, de modo de lograr un razonable conocimiento entre sí.
Tercer paso: Paloma mía. Una sugerente analogía con la mujer virtuosa. La paloma nunca actúa como ave de rapiña. Es mansa, apacible y amigable. No es casual que la figura de la paloma haya sido adoptada como símbolo de la paz. Como ave doméstica, no requiere ser confinada en una jaula a la manera de otros pájaros, pues aunque tenga completa libertad para volar dondequiera, nunca abandonará su palomar.
Cuarto paso: Perfecta mía: La perfección no se vincula tanto con la belleza exterior como con la condición interior. “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura. La mujer que teme a Jehová esa será alabada.
Esta es la condición más importante para un matrimonio perfecto: Un hombre temeroso de Dios, uniéndose en la voluntad de Dios a una mujer temerosa de Dios.
“Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, Bienaventurado serás, y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa. He aquí que así será bendecido el hombre que teme a Jehová” (Sal.128:1-4)
4) Las obligaciones básicas del matrimonio:
La Biblia ordena al marido:
a) Que ame a su mujer, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella (Ef.5:25
b) Que sustente y cuide a su mujer, como también Cristo a la Iglesia (Vs.29)
c) Que cumpla con su esposa el deber conyugal. (1ª Co.7:3)
La Biblia ordena a la mujer:
a) Que se sujete a su esposo, así como la iglesia está sujeta a Cristo (Vs. 22-24)
b) Que respete a su marido (Vs.33)
c) Que cumpla con su marido el deber conyugal (1ª Co.7:3)
De ningún modo pretendemos haber agotado el tema aquí. Sólo hemos querido compartir algunos principios sencillos para evitar que nuestros jovenes cometan errores que puedan desmoronar su unión matrimonial, por ignorar el orden de Dios.