Era un misionero con todas las letras, aunque no ostentaba "título ni carné habilitante", pero su labor lo definía como alguien que había sido enviado a la mies directamente por su Señor, sin “intermediarios" aparte de la iglesia en la que se congregaba.
Recorría la Patagonia Argentina en un viejo Ford "A" que con sus propias manos había acondicionado como “casilla rodante” y pintado de un llamativo color verde, quizás para compensar el gris del escenario patagónico por el que se aventuraba.
Viajaba desde Córdoba, y por aquel tiempo, al inicio de la década de los sesenta, no era tan fácil aventurarse por los caminos del sur argentino. Menos aún con una “chatita” (término con el que se solía designar a las camionetas de ese tipo) que aun para entonces ya era una llamativa antigüedad.
Y no nos referimos a la mera posibilidad de sufrir alguna “incomodidad” durante la ardua travesía, sino de tener que asumir el riesgo cierto que significaba el transitar miles de kilómetros por ásperas rutas de ripio (tierra y piedras) en medio de extensas soledades.
Se trataba del hermano Arcadio Modesto Salazar, un simple siervo de Dios que merece ser recordado por sus obras de amor, aunque él mismo no procuraba reconocimiento alguno.
Su preciosa carga de Biblias y folletos iba siendo distribuida en cada lugar que visitaba, pero, además, conocía el Libro que llevaba y al Autor del Libro, enseñando sana doctrina y animando a los creyentes con el mensaje de la Palabra de Dios. .
Sus viajes, solo o acompañado de su esposa e hijos, lo llevaron hasta el extremo sur de nuestro continente, llevando la Preciosa Semilla que a su tiempo dio, y seguirá dando aún, el fruto que este fiel obrero anhelaba para la Gloria del Señor, .
Desde este espacio sencillamente recordamos así a nuestro apreciado hermano Modesto, quien descansa de sus trabajos en la presencia del Señor, y que merece que su fe también sea imitada por cada uno de nosotros.
Recorría la Patagonia Argentina en un viejo Ford "A" que con sus propias manos había acondicionado como “casilla rodante” y pintado de un llamativo color verde, quizás para compensar el gris del escenario patagónico por el que se aventuraba.
Viajaba desde Córdoba, y por aquel tiempo, al inicio de la década de los sesenta, no era tan fácil aventurarse por los caminos del sur argentino. Menos aún con una “chatita” (término con el que se solía designar a las camionetas de ese tipo) que aun para entonces ya era una llamativa antigüedad.
Y no nos referimos a la mera posibilidad de sufrir alguna “incomodidad” durante la ardua travesía, sino de tener que asumir el riesgo cierto que significaba el transitar miles de kilómetros por ásperas rutas de ripio (tierra y piedras) en medio de extensas soledades.
Se trataba del hermano Arcadio Modesto Salazar, un simple siervo de Dios que merece ser recordado por sus obras de amor, aunque él mismo no procuraba reconocimiento alguno.
Su preciosa carga de Biblias y folletos iba siendo distribuida en cada lugar que visitaba, pero, además, conocía el Libro que llevaba y al Autor del Libro, enseñando sana doctrina y animando a los creyentes con el mensaje de la Palabra de Dios. .
Sus viajes, solo o acompañado de su esposa e hijos, lo llevaron hasta el extremo sur de nuestro continente, llevando la Preciosa Semilla que a su tiempo dio, y seguirá dando aún, el fruto que este fiel obrero anhelaba para la Gloria del Señor, .
Desde este espacio sencillamente recordamos así a nuestro apreciado hermano Modesto, quien descansa de sus trabajos en la presencia del Señor, y que merece que su fe también sea imitada por cada uno de nosotros.