Por O.H. (adaptado y condensado)
El libro de los Hechos es la historia del Espíritu Santo. En él vemos al Espíritu en acción, siempre dinámico.
Obra en las personas corrientes y en las extraordinarias. Sin esta gente no hay Iglesia. Sin iglesia no hay acción.
El Espíritu Santo está obrando en la Iglesia del Señor a través de los creyentes.
Esta es la historia que nos narra Lucas.
Hombre modesto, Lucas no nos habla de sí mismo. Lo descubrimos entre líneas. En el Capítulo 16, Pablo y Silas se hallan en camino de Frigia y Galacia, pero el Espíritu Santo les prohíbe hablar el mensaje de Dios en Asia. Cuando llegan a Misia, tratan de entrar en Bitinia, pero, una vez más, el Espíritu no se los permite. Pasan por Misia y descienden a Troas, cuando una noche Pablo tiene una visión de un hombre macedonio que de pie lo llama: “Pasa a Macedonia y ayúdanos“ Cuando vio la visión, -explica Lucas- en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el Evangelio. Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia, y estuvimos en aquella ciudad algunos días. Y una día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia (…) estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella…
¿Cómo le impidió el Espíritu Santo a Pablo que hablara el mensaje de Dios en Asia? ¿Cómo lo hizo volver a Bitinia y lo obligó a pasar por Misia camino de Troas? ¿Fue quizás por medio de alguna enfermedad o a través de alguna circunstancia que el Espíritu reveló la voluntad del Señor, como a menudo lo hace? ¿Habrá sido acaso por medio de un cierto médico llamado a cuidar a Pablo en Troas, a lo largo de extensas conversaciones con él sobre la condición moral y espiritual de la gente de aquellos pueblos, que Pablo recibió la visión del hombre de Macedonia que les dijo: “Ven y ayúdanos”? ¿Fue aquí, en Troas, que un hombre llamado Lucas llego a conocer a Cristo como su Salvador mientras estaba atendiendo, en cumplimiento de su profesión, al apóstol del Salvador del mundo? ¿Dirigió el Espíritu Santo a Lucas de manera que su camino se cruzara con el de Pablo en este lugar de la costa de Asia Menor inmortalizado por la poesía épica? No lo podemos saber; pero esto sabemos: un escritor no profesional, con competencia profesional en la medicina se unió al grupo de Pablo, y en algún lugar, entonces o después, se convirtió en un soldado profesional del ejército del Señor Jesucristo para testificar del Espíritu obrando como lo hace a través de los creyentes en la Iglesia.
Así, Lucas, inspirado por el Espíritu Santo, nos cuenta la historia, en el lenguaje corriente de cada día, sin adornos literarios pero con feliz acierto y efectividad. Nos explica cómo el Espíritu de Dios obró para edificar su Iglesia por medio de testigos vivos del Señor Jesucristo con la constante proclamación de la buena nueva del Evangelio, de perdón y nueva vida en su Nombre. Esto lo explicó a otra gente como ellos mismos y testificó cómo el Espíritu les había llevado a la redención que es en Cristo, liberándolos de la locura y futilidad de la vida sin Dios y sin esperanza en el mundo. Esta es la historia acerca de cómo la Iglesia creció en el poder del Espíritu desde Jerusalén a Antioquía para llegar a Europa y aún hasta la misma capital del imperio Romano.
Pero es una historia incompleta. Nos deja con el apóstol Pablo “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”
En el libro de los Hechos vemos a un hombre que tiene una historia que explicarnos. Es verdad que el Espíritu Santo obra de diversas maneras en la Iglesia. En esta historia Lucas nos cuenta cómo el Espíritu obra por medio de testigos que alcanzan a gentes que viven lejos de la Iglesia. Estas gentes son alcanzadas por los creyentes llenos del Espíritu que integran la Iglesia. Es la historia de cómo gentes llenas del Espíritu Santo difundieron el Evangelio entre quienes no conocían al Señor Jesucristo, para que creyeran, se salvaran y fueran bautizados.
Es una historia de proclamación y de instrucción, de cómo el Espíritu de Dios puso al pueblo de Dios para proclamar la Palabra de Dios y dar lugar al nacimiento de nuevos hijos de Dios por el Evangelio.
El libro de los Hechos está lleno de comentarios sobre los maravillosos resultados de la obra del Espíritu: “La Palabra del Señor crecía” Sin la continua proclamación del Evangelion (La buena nueva en Cristo) la Iglesia se hubiera extinguido en una generación. Pero la Iglesia sobrevivió y existe todavía por el poder del Espíritu Santo que impulsa a los creyentes a testificar su fe: no a testificar del hecho que ellos tienen fe, sino del hecho que Cristo es digno de nuestra fe. El que cree en Él no será confundido.
La historia de Lucas no está contada al estilo de los anuncios de la publicidad moderna. Porque, como dijera el profeta antiguo:“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4:6) Los apóstoles no iban de un lado a otro haciendo con orgullo la propaganda del Espíritu Santo. Él no lo hubiera permitido, porque su misión no es hablar de sí mismo sino de las virtudes de Cristo.
Los apóstoles no se proclamaron a sí mismos, ni siquiera como receptores del Espíritu. Proclamaron a Cristo. Basta con que abramos una página del libro de los Hechos de los Apóstoles para reconocer que el Espíritu obra por medio de la proclamación del Evangelio.
El Espíritu es modesto en cuanto a sí mismo, pero no tiene reticencia cuando proclama a Cristo por medio del pueblo de Dios a otros a los que desea convertir en hijos de Dios.
No hay nada en los Hechos de los Apóstoles que se parezca en lo más mínimo a esa reticencia en hablar de Cristo que parece caracterizar a mucho de lo que hoy pasa por testimonio cristiano en el mundo moderno. Gentes dispuestas a hablar del viento y del tiempo, y hasta, a veces, de Dios como autor de ambas cosas, pero Cristo se les antoja demasiado personal para hablar de Él a los demás. ¡Pero no fue así con la gente antigua llena del Espíritu!
La historia de Lucas empieza de manera simple: En mi primer libro –nos dice, refiriéndose al Evangelio- empecé a escribir de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar… Después de la breve introducción, Lucas se lanza inmediatamente al término de su libro. Nos encontramos en primer lugar en Jerusalén. Con los apóstoles que nos son presentados por nombre, juntamente con la última mención de María, la madre de Jesús. Después va al corazón de su relato: la gran concentración de gente en Pentecostés. Lucas pone en labios de Pedro una somera explicación sobre el triste caso de Judas, para mejor comprensión de los gentiles que habrían de leer su libro, sobre todo de aquel a quien iba dirigido. Entonces, una vez hecha esta explicación, puede pasar a la lección principal: Pentecostés, cuando fueron llenos del Espíritu Santo.
Habiá entonces en Jerusalén varones religiosos de muchas procedencias. El alboroto que siguió a la primera manifestación espectacular del Espíritu dio ocasión a Pedro para pronunciar un discurso en el que predicó a Cristo como aquel cuyo Nombre era causa de salvación para cuantos en Él creyeran.
¿Qué ocurrió cuando estos hombres llenos del Espíritu Santo se levantaron para proclamar el Evangelio? Hablaron como Pedro, a la gente de su tiempo en la lengua de su tiempo. Les anunciaron la buena nueva del Cristo Redentor, con un entusiasmo tal que delataron la calidad del mensaje y que demostraba de por sí, que, en efecto, se trataba de una buena nueva. A la gente religiosa le hablaron como lo hizo Pedro. Las profecías del Antiguo Testamento hallaron cumplimiento. Cristo es el Mesías. A otros, también religiosos pero no tanto, se les habló como luego lo haría Pablo. El Dios que creó los cielos y la tierra ha entrado en la historia humana. Hay una relación entre la redención y la creación, entre el pasado y el presente, entre Dios y toda la historia del hombre. En el centro, Jesucristo, enviado por el Padre y nacido de mujer, verdadero Dios y verdadero hombre, que “murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1ª Co.15:3)
En el libro de los Hechos vemos una gran preocupación por el Evangelio, pero ninguna en absoluto por los métodos de la evangelización. Los apóstoles predicaron en sinagogas e invitaron a las almas a sus propias casas. Por lo visto, no nos toca a nosotros escoger el tiempo y el lugar. No podemos decir que no hubiera habido planificación en los varios viajes del apóstol Pablo, o que no hubiera preparado de antemano llegar hasta Roma. Con todo ¿quién planeó el viaje a Troas? ¿Quién planeó que compareciera ante Festo y Agripa? ¿Quién puede predecir los grandes eventos que el Espíritu Santo es capaz de llevar a cabo, cuando se pone en acción?
Si leo correctamente el libro de los Hechos, me doy cuenta de que todos los proyectos que puedan hacer los ejecutivos de iglesias para diez o veinte años podrán acaso servir para algo pero la mayoría de los planes se tornarán esfuerzos perdidos. El Espíritu obra. Él nos dicta el tiempo justo que hay que esperar y aquel en que hay que obrar. Los planes podrían incluir persecución, una cosa que a menudo no prevemos, o acaso significar tanta bendición que sobrepase nuestros cálculos.
(Continuará)
El libro de los Hechos es la historia del Espíritu Santo. En él vemos al Espíritu en acción, siempre dinámico.
Obra en las personas corrientes y en las extraordinarias. Sin esta gente no hay Iglesia. Sin iglesia no hay acción.
El Espíritu Santo está obrando en la Iglesia del Señor a través de los creyentes.
Esta es la historia que nos narra Lucas.
Hombre modesto, Lucas no nos habla de sí mismo. Lo descubrimos entre líneas. En el Capítulo 16, Pablo y Silas se hallan en camino de Frigia y Galacia, pero el Espíritu Santo les prohíbe hablar el mensaje de Dios en Asia. Cuando llegan a Misia, tratan de entrar en Bitinia, pero, una vez más, el Espíritu no se los permite. Pasan por Misia y descienden a Troas, cuando una noche Pablo tiene una visión de un hombre macedonio que de pie lo llama: “Pasa a Macedonia y ayúdanos“ Cuando vio la visión, -explica Lucas- en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el Evangelio. Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia, y estuvimos en aquella ciudad algunos días. Y una día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia (…) estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella…
¿Cómo le impidió el Espíritu Santo a Pablo que hablara el mensaje de Dios en Asia? ¿Cómo lo hizo volver a Bitinia y lo obligó a pasar por Misia camino de Troas? ¿Fue quizás por medio de alguna enfermedad o a través de alguna circunstancia que el Espíritu reveló la voluntad del Señor, como a menudo lo hace? ¿Habrá sido acaso por medio de un cierto médico llamado a cuidar a Pablo en Troas, a lo largo de extensas conversaciones con él sobre la condición moral y espiritual de la gente de aquellos pueblos, que Pablo recibió la visión del hombre de Macedonia que les dijo: “Ven y ayúdanos”? ¿Fue aquí, en Troas, que un hombre llamado Lucas llego a conocer a Cristo como su Salvador mientras estaba atendiendo, en cumplimiento de su profesión, al apóstol del Salvador del mundo? ¿Dirigió el Espíritu Santo a Lucas de manera que su camino se cruzara con el de Pablo en este lugar de la costa de Asia Menor inmortalizado por la poesía épica? No lo podemos saber; pero esto sabemos: un escritor no profesional, con competencia profesional en la medicina se unió al grupo de Pablo, y en algún lugar, entonces o después, se convirtió en un soldado profesional del ejército del Señor Jesucristo para testificar del Espíritu obrando como lo hace a través de los creyentes en la Iglesia.
Así, Lucas, inspirado por el Espíritu Santo, nos cuenta la historia, en el lenguaje corriente de cada día, sin adornos literarios pero con feliz acierto y efectividad. Nos explica cómo el Espíritu de Dios obró para edificar su Iglesia por medio de testigos vivos del Señor Jesucristo con la constante proclamación de la buena nueva del Evangelio, de perdón y nueva vida en su Nombre. Esto lo explicó a otra gente como ellos mismos y testificó cómo el Espíritu les había llevado a la redención que es en Cristo, liberándolos de la locura y futilidad de la vida sin Dios y sin esperanza en el mundo. Esta es la historia acerca de cómo la Iglesia creció en el poder del Espíritu desde Jerusalén a Antioquía para llegar a Europa y aún hasta la misma capital del imperio Romano.
Pero es una historia incompleta. Nos deja con el apóstol Pablo “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento”
En el libro de los Hechos vemos a un hombre que tiene una historia que explicarnos. Es verdad que el Espíritu Santo obra de diversas maneras en la Iglesia. En esta historia Lucas nos cuenta cómo el Espíritu obra por medio de testigos que alcanzan a gentes que viven lejos de la Iglesia. Estas gentes son alcanzadas por los creyentes llenos del Espíritu que integran la Iglesia. Es la historia de cómo gentes llenas del Espíritu Santo difundieron el Evangelio entre quienes no conocían al Señor Jesucristo, para que creyeran, se salvaran y fueran bautizados.
Es una historia de proclamación y de instrucción, de cómo el Espíritu de Dios puso al pueblo de Dios para proclamar la Palabra de Dios y dar lugar al nacimiento de nuevos hijos de Dios por el Evangelio.
El libro de los Hechos está lleno de comentarios sobre los maravillosos resultados de la obra del Espíritu: “La Palabra del Señor crecía” Sin la continua proclamación del Evangelion (La buena nueva en Cristo) la Iglesia se hubiera extinguido en una generación. Pero la Iglesia sobrevivió y existe todavía por el poder del Espíritu Santo que impulsa a los creyentes a testificar su fe: no a testificar del hecho que ellos tienen fe, sino del hecho que Cristo es digno de nuestra fe. El que cree en Él no será confundido.
La historia de Lucas no está contada al estilo de los anuncios de la publicidad moderna. Porque, como dijera el profeta antiguo:“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.4:6) Los apóstoles no iban de un lado a otro haciendo con orgullo la propaganda del Espíritu Santo. Él no lo hubiera permitido, porque su misión no es hablar de sí mismo sino de las virtudes de Cristo.
Los apóstoles no se proclamaron a sí mismos, ni siquiera como receptores del Espíritu. Proclamaron a Cristo. Basta con que abramos una página del libro de los Hechos de los Apóstoles para reconocer que el Espíritu obra por medio de la proclamación del Evangelio.
El Espíritu es modesto en cuanto a sí mismo, pero no tiene reticencia cuando proclama a Cristo por medio del pueblo de Dios a otros a los que desea convertir en hijos de Dios.
No hay nada en los Hechos de los Apóstoles que se parezca en lo más mínimo a esa reticencia en hablar de Cristo que parece caracterizar a mucho de lo que hoy pasa por testimonio cristiano en el mundo moderno. Gentes dispuestas a hablar del viento y del tiempo, y hasta, a veces, de Dios como autor de ambas cosas, pero Cristo se les antoja demasiado personal para hablar de Él a los demás. ¡Pero no fue así con la gente antigua llena del Espíritu!
La historia de Lucas empieza de manera simple: En mi primer libro –nos dice, refiriéndose al Evangelio- empecé a escribir de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar… Después de la breve introducción, Lucas se lanza inmediatamente al término de su libro. Nos encontramos en primer lugar en Jerusalén. Con los apóstoles que nos son presentados por nombre, juntamente con la última mención de María, la madre de Jesús. Después va al corazón de su relato: la gran concentración de gente en Pentecostés. Lucas pone en labios de Pedro una somera explicación sobre el triste caso de Judas, para mejor comprensión de los gentiles que habrían de leer su libro, sobre todo de aquel a quien iba dirigido. Entonces, una vez hecha esta explicación, puede pasar a la lección principal: Pentecostés, cuando fueron llenos del Espíritu Santo.
Habiá entonces en Jerusalén varones religiosos de muchas procedencias. El alboroto que siguió a la primera manifestación espectacular del Espíritu dio ocasión a Pedro para pronunciar un discurso en el que predicó a Cristo como aquel cuyo Nombre era causa de salvación para cuantos en Él creyeran.
¿Qué ocurrió cuando estos hombres llenos del Espíritu Santo se levantaron para proclamar el Evangelio? Hablaron como Pedro, a la gente de su tiempo en la lengua de su tiempo. Les anunciaron la buena nueva del Cristo Redentor, con un entusiasmo tal que delataron la calidad del mensaje y que demostraba de por sí, que, en efecto, se trataba de una buena nueva. A la gente religiosa le hablaron como lo hizo Pedro. Las profecías del Antiguo Testamento hallaron cumplimiento. Cristo es el Mesías. A otros, también religiosos pero no tanto, se les habló como luego lo haría Pablo. El Dios que creó los cielos y la tierra ha entrado en la historia humana. Hay una relación entre la redención y la creación, entre el pasado y el presente, entre Dios y toda la historia del hombre. En el centro, Jesucristo, enviado por el Padre y nacido de mujer, verdadero Dios y verdadero hombre, que “murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1ª Co.15:3)
En el libro de los Hechos vemos una gran preocupación por el Evangelio, pero ninguna en absoluto por los métodos de la evangelización. Los apóstoles predicaron en sinagogas e invitaron a las almas a sus propias casas. Por lo visto, no nos toca a nosotros escoger el tiempo y el lugar. No podemos decir que no hubiera habido planificación en los varios viajes del apóstol Pablo, o que no hubiera preparado de antemano llegar hasta Roma. Con todo ¿quién planeó el viaje a Troas? ¿Quién planeó que compareciera ante Festo y Agripa? ¿Quién puede predecir los grandes eventos que el Espíritu Santo es capaz de llevar a cabo, cuando se pone en acción?
Si leo correctamente el libro de los Hechos, me doy cuenta de que todos los proyectos que puedan hacer los ejecutivos de iglesias para diez o veinte años podrán acaso servir para algo pero la mayoría de los planes se tornarán esfuerzos perdidos. El Espíritu obra. Él nos dicta el tiempo justo que hay que esperar y aquel en que hay que obrar. Los planes podrían incluir persecución, una cosa que a menudo no prevemos, o acaso significar tanta bendición que sobrepase nuestros cálculos.
(Continuará)