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Jerusalen, la ciudad eterna y su templo
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Jerusalen, la ciudad eterna y su templo
(Departamento de profesias biblicas de radio iglesia)
 
Sion, la ciudad de Jerusalén, es el lugar a donde habrá de regresar el Mesías. La ciudad “…que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Sal. 125:1), se ha mantenido en la encrucijada de la historia humana por miles de años, política, militar y espiritualmente. Jerusalén ocupa el lugar central en el drama del plan redentor de Dios para la tierra. Los profetas de Dios le prometieron a la humanidad que el “Hijo de David” vendría un día para gobernar al planeta desde Jerusalén, la capital de su reino eterno.
 
No hay otra ciudad como Jerusalén en toda la tierra, ya que en ella han ocurrido innumerables eventos bíblicos muy importantes. El rey David expresó su gozo y entusiasmo al subir a Jerusalén para adorar al Dios Altísimo, al Dios de Israel, con las siguientes palabras: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos. Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén” (Sal. 122:1-2).
 
Dios escogió a Jerusalén como su ciudad personal. Su autoridad sobre ella es eterna, y en Jerusalén se cumplirá su plan redentor respecto al ser humano. Es el único lugar al que Dios se refiere como “mi ciudad” (Is. 45:13), y más frecuentemente como “mi santo monte” (Is. 11:9, 56:7, 57:13; Ez. 20:40; Jl. 2:1, 3:17).
 
Debido a que Jerusalén es la ciudad donde Dios ha puesto su nombre, frecuentemente se le llama la “ciudad santa” (Neh. 11:1; Is. 52:1; Ap. 11:2). Dios ama a Jerusalén más que a cualquier otro lugar, y la seleccionó para establecer su propia morada:
 
• “Su cimiento está en el monte santo. Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob. Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios” (Sal. 87:1-3).
 
• “Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré (pondré mi trono), porque la he querido. Bendeciré abundantemente su provisión…” (Sal. 132:13-15a).
 
La mayoría de los acontecimientos más importantes en la historia bíblica han ocurrido allí. Las calles y piedras de Jerusalén fueron testigos de los eventos asombrosos que rodearon la muerte y resurrección de Jesús el Mesías, hace más de dos mil años. Ahora se encuentra esperando el cumplimiento de la profecía más importante: la venida del rey prometido, de Jesús el Príncipe de Paz. A través de la historia, Jerusalén ha sido conocida por diversos nombres:
 
• En Génesis 14:18 y Hebreos 7:1, 2 se le llama “Salem”, la ciudad de Melquisedec.
 
• En 1 Crónicas 11:4, “Jebús”: “Entonces se fue David con todo Israel a Jerusalén, la cual es Jebús; y los jebuseos habitaban en aquella tierra”.
 
• En hebreo significa «Ciudad de Paz».
 
• En 2 Samuel 5:9; 1 Reyes 11:27 y otros textos más, se le llama “la Ciudad de David”.
 
• En el año 135 de la era cristiana, el emperador Adrián le cambió el nombre por Aelia Capitolina.
 
• Posteriormente los musulmanes la llamaron Al Kuds, nombre que en árabe significa «El Sagrado». Otros de los múltiples nombres para Jerusalén son:
 
• “La ciudad de Dios” (Sal. 46:4).
• “La ciudad de Judá” (2 Cr. 25:28).
• “La ciudad... alabada” (Jer. 49:25).
• “La ciudad (del) gozo” (Jer. 49:25).
• “Ciudad de justicia” (Is. 1:26).
• “Ciudad fiel” (Is. 1:26).
• “La ciudad del gran Rey” (Sal. 48:2; Mt. 5:35).
• “Ciudad de Jehová” (Is. 60:14).
• “Ciudad de la Verdad” (Zac. 8:3).
• “La puerta de mi pueblo” (Abd. 1:13; Mi. 1:9).
• “Hefzi-bá” y “Beula” (Is. 62:4).
• “El monte de Jehová de los ejércitos” y “Monte de Santidad” (Zac. 8:3).
• “Perfeción de hermosura”, “el gozo de toda la tierra” (Sal. 50:2, 48:2; Lm. 2:15).
• “Trono de Jehová” (Jer. 3:17).
• “Sion del Santo de Israel” (Is. 60:14).
• “Ariel” (Is. 29:1).
 
El nombre de “Jerusalén” aparece en la Biblia unas 811 veces, 667 veces en el Antiguo Testamento y 144 en el Nuevo Testamento. Además, los eruditos bíblicos dicen que hay más de 70 diferentes nombres poéticos y descriptivos para Jerusalén, siendo “Sion” el más frecuente, se menciona 152 veces.
 
Jerusalén se halla ubicada en la ruta comercial y línea militar más importante del Medio Oriente. Como es reverenciada por judíos, cristianos y musulmanes, ha sido foco de atracción para una lista interminable de
mercaderes, militares, eruditos, arqueólogos y clérigos. El nombre «Jerusalén», significa «fundada en paz».
Pese a todo, Salem o Shalom, en hebreo, y Salaam, en árabe, ha sufrido más angustia de guerra que ningún otro lugar de este planeta. Desde su humilde principio en Génesis 14:18, ha atraído la atención de la humanidad. Cuando David era rey se convirtió en la capital del territorio de Israel y permanecía como tal cuando Salomón finalmente obtuvo todo el territorio que Dios le prometiera a Abraham.
 
La “morada de Dios”
 
Geográficamente, Jerusalén carece de todo lo que distingue a las ciudades grandes y poderosas. No tiene acceso marítimo, no se encuentra en las principales rutas comerciales, ni tampoco posee importancia militar. No obstante, siempre ha sido y será, el centro espiritual y administrativo de Dios en la tierra. El salmista la describió como una “hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey” (Sal. 48:2).
 
Jerusalén era, y es, el lugar físico donde mora la presencia de Dios, porque es central en sus planes redentores para toda la humanidad. El testimonio de esta ciudad es el propio testimonio de Dios quien vino en forma humana para redimir al mundo. El salmista consideró que debía declararse esta historia de generación en generación, por eso escribió: “Andad alrededor de Sion, y rodeadla; contad sus torres. Considerad atentamente su antemuro, mirad sus palacios; para que lo contéis a la generación venidera. Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte” (Sal. 48:12-14).
 
Dios determinó que Jerusalén, la CIUDAD DE PAZ, fuera el centro de los eventos mundiales. En el año 1004 A.C., bajo la bendición y dirección de Dios, David conquistó este lugar localizado entre las fronteras de los territorios de Judá y Benjamín. Luego, la ciudad de Jerusalén también sirvió para unificar los reinos de Israel y de Judá, convirtiéndose en capital espiritual y administrativa de ambos. Por consiguiente, era de suma importancia que David estableciera el templo santo de Dios, en el lugar de su morada, en Jerusalén:
 
• “Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre, y a David he elegido para que esté sobre mi
pueblo Israel” (2 Cr. 6:6).
• “Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo” (2 R. 19:34).
• “Mas por amor a David, Jehová su Dios le dio lámpara en Jerusalén, levantando a su hijo después de él, y sosteniendo a Jerusalén” (1 R. 15:4).
 
David compró “la era de Arauna” para edificar un altar para Dios y más tarde llevó allí el arca del pacto. En ese mismo sitio, Salomón construyó el primer templo, el cual también fue lugar del segundo templo, el que fue construido bajo la dirección de Josué y Zorobabel y extendido y decorado después con más esplendor por el rey Herodes. Fue en ese monte del templo donde moró la presencia de Dios por más de mil años, y allí mismo regresará nuestro Señor para establecer su reino milenial.
 
En la Biblia, el lugar del templo se identifica como el monte Moriah, donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac, y también como el monte Sion. Hoy día, encontramos en el mismo monte un gran centro musulmán, mezquitas y otros edificios de oración. El área es totalmente controlada por las autoridades islámicas, tanto la superficie como las partes subterráneas del monte. Los cristianos y los judíos tienen terminantemente prohibido orar en este lugar, y si lo hacen, son inmediatamente removidos de los predios.
 
El monte Moriah
 
En sus comienzos la ciudad de Jerusalén se llamaba Salem y estaba habitada por los jebuseos. Esta tribu permaneció en el área por más de mil años, desde el tiempo de Abraham, aproximadamente el año 2000 A.C., hasta la conquista de la ciudad por el rey David, alrededor del año 1000 A.C. Cuando los jebuseos se establecieron por primera vez en la fértil área de Canaán descubrieron un excelente suministro de agua, el estanque de Siloé, al pie de una colina junto a una montaña.
 
Los jebuseos edificaron muros defensivos de piedra alrededor de su villa, siguiendo el perfil oblongo de una pequeña cordillera que se extiende al norte de este estanque de agua. Los valles adyacentes a ambos lados de la montañosa ciudad, hacían que fuera extremadamente difícil un ataque exitoso por parte de fuerzas invasoras. A través de los años los israelitas edificaron muros cada vez más resistentes para repeler a todos los invasores.
 
La evidencia arqueológica indica que la parte más baja de la ciudad estaba habitada por los pobres, mientras que la nobleza y los reyes construían sus palacios y edificios de gobierno en los lugares más altos conocida como la parte alta de la ciudad. Este fue el sitio en donde el rey David edificó su magnífico palacio cuando conquistó finalmente la ciudad.
 
Salmos 125:1, 2 dice: “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre. Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre”. Sin embargo, Jerusalén está asentada en la cima de una cordillera montañosa, entonces, ¿por qué el salmo asegura que está rodeada de montañas? Sólo podemos comprender esto plenamente, si observamos un mapa topográfico de la antigua ciudad de Jerusalén.
 
La ciudad de David se encontraba cerca del manantial de Gihón, en las laderas del profundo valle de Cedrón, el cual separa a Jerusalén de su contraparte más elevada en dirección oriental: el monte de los Olivos. Hacia el oeste, se encuentra lo que hoy se denomina el monte de Sion. El área que queda al norte era más elevada durante los tiempos bíblicos de lo que es hoy día. Por tal razón, aunque Jerusalén se encuentra en el tope de una montaña en la cordillera que separa la región lluviosa de la desértica, este punto realmente es más bajo que las cimas más elevadas que la rodean.
 
Al igual que la mayoría de las poblaciones antiguas de su tiempo, Jerusalén contaba con una fuerte muralla que la rodeaba, y con unas puertas que se cerraban de noche o en el caso de un ataque enemigo. Debido a que las puertas de la ciudad eran las únicas formas de entrada y salida, se elaboraban con metales fuertes y madera sólida, y se aseguraban con cerrojos o fuertes barras de hierro, bronce o madera para proteger a sus habitantes.
 
Siendo que la puerta principal era el punto más vulnerable de una ciudad, se diseñaba lo suficientemente amplia para permitir la entrada de carros o carruajes, pero también poseía varios elementos para impedir, hasta donde fuera posible, la invasión de soldados enemigos.
 
Una ciudad de conflicto
 
Aunque esto pueda parecer una contradicción, debido a que Dios escogió a Jerusalén para sí y decidió que fuera la capital de Israel y el lugar céntrico para el pueblo judío, a lo largo del tiempo ha sido grandemente reverenciada o blasfemada por las naciones. Ha sido y es, el lugar de mayor disputa en el mundo, por el cual más ejércitos han luchado para conquistarlo, a pesar de su pequeño tamaño y su poca importancia económica.
 
Se estima que se han escrito entre 50.000 a 60.000 libros acerca de Jerusalén, y se han dibujado más de 6.000 mapas de la ciudad en los últimos 700 años. Ambas cosas por sí solas, testifican que es la ciudad de Dios. Por otro lado, a pesar de la supuesta importancia otorgada por el mundo árabe musulmán a Jerusalén, ¡no ha sido hallado un sólo mapa árabe de la Ciudad Santa!
 
Contrario a su nombre como la CIUDAD DE PAZ, Jerusalén ha conocido más asedios y batallas que cualquiera otro sitio del mundo. De acuerdo con documentos históricos, ¡Jerusalén ha sufrido un total de 37 conquistas! Ha cambiado de manos 86 veces, incluyendo muchas otras conquistas menores.
 
Desde el tiempo de Melquisedec y Abraham, Jerusalén fue conquistada por los amorreos, jebuseos, filisteos, babilónicos, asirios, macedónicos, tolomeos, seléucidas, romanos, bizantinos, persas, árabes, cruzados, mongoles, mamelucos, turcos, británicos y jordanos.
 
Digna de admiración y exaltación
 
Ningún otro lugar bíblico ha recibido tanta atención y exaltación como Jerusalén. La Biblia enumera incontables promesas respecto a su glorioso final y la paz permanente que habrá en ella. La exhortación eterna de Dios para su pueblo ha sido: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (Sal. 122:6). Jerusalén es eterna, así la denominó el Señor:
 
• “Entrarán por las puertas de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los varones de Judá y los moradores de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre” (Jer. 17:25).
 
• “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Sal. 125:1).
 
• Dios también tiene una bendición especial para aquellos que nacen en Jerusalén: “Y de Sion se dirá: Éste y aquél han nacido en ella, y el Altísimo mismo la establecerá. Jehová contará al inscribir a los pueblos: Éste nació allí” (Sal. 87:5, 6).
 
• El salmista expresó algo semejante: “De Sion, perfección de hermosura, Dios ha resplandecido” (Sal. 50:2).
 
Plinio, el historiador romano del primer siglo, se refirió a Jerusalén como «la ciudad más famosa del antiguo Oriente». Tal como dijo el teólogo escocés George Adam Smith: «Jerusalén ha sentido la presencia del Creador. Dios le dio la seguridad de su amor como a ninguna otra ciudad en la tierra, y por ella padeció para hacerla digna del destino al cual la llamó».
 
Los judíos siempre morarán en Jerusalén
 
Después que David conquistó a Jerusalén, la ciudad fue habitada mayormente por judíos, hasta el tiempo del cautiverio en Babilonia en el año 586 A.C. Luego, bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, los judíos regresaron para reconstruir la ciudad y permanecieron allí en mayor o menor número hasta la conquista romana, cuando fueron nuevamente expulsados al exilio entre los años 70 al 135 de nuestra era. No obstante, un pequeño remanente siempre permaneció en Jerusalén, aunque no constituía la mayoría, sino hasta llegado el siglo XIX.
 
Fue entonces cuando la población judía recuperó su mayoría en términos religiosos. Después de ser una población polvorienta al iniciarse el siglo XIX, con sólo 15.000 habitantes, actualmente es el centro de atención mundial. Hoy en día, más del 70% de los habitantes de Jerusalén son judíos.
 
Durante los tres mil años pasados de historia judía, las cifras poblacionales atestiguan el hecho de que el número de habitantes en general, menguaba dramáticamente durante el control musulmán, pero aumentaba bajo el control cristiano y judío. Permítame a continuación citar una lista de fechas y gobiernos bajo cuyo mando se encontraba la tierra y su población total correspondiente:
 
Antes de Cristo
 
610 Gobierno judío antes de las conquistas babilónicas. Población total: 20.000.
 
Era cristiana
 
10 Gobierno judío bajo Herodes: 35.000.
65 Gobierno judío a inicios de la conquista romana: 50.000.
638 Gobierno cristiano bajo los bizantinos: 60.000.
1050 Gobierno musulmán de los fatimíes: 20.000.
1180 Gobierno cristiano de los cruzados: 30.000.
1450 Gobierno musulmán mameluco: 10.000.
1690 Gobierno musulmán, período temprano turcootomano: 10.000.
1800 Mediados del gobierno turco-otomano: 12.000.
1910 Postrimerías del gobierno otomano, con inmigración judía: 75.000.
1946 Postrimerías del mandato británico, gobierno cristiano: 165.000.
1967 Unificación de Jerusalén, gobierno judío: 250.000.
1999 Gobierno judío: 633.700.
2006 Gobierno judío: 6.276.883 (de acuerdo con el
World Factbook).
 
El monte del templo
 
Es probable que el antiguo monte del templo de Jerusalén sea el sitio de mayor pugna y discordia en toda la tierra. Actualmente, aunque se encuentren ubicadas en esos predios tres mezquitas musulmanas, este monte sigue siendo el lugar original de los templos de Salomón y de Herodes, en cuyo Lugar Santísimo moraba la presencia misma de Dios. La tercera mezquita fue construida recientemente, en el área denominada como los «establos de Salomón», debajo de la plataforma original. El hecho de encontrarse allí tres mezquitas musulmanas, una de las cuales fue primeramente una Iglesia Bizantina, se debe a la estrecha relación que existe entre este lugar y la presencia del Dios bíblico. Pero... ¿Habrá algún significado especial por el cual Dios lo escogió para construir su templo? Por supuesto que sí, ya que Dios siempre tiene propósitos en todo cuanto hace.
 
Fue determinado por Dios que el rey David uniera bajo un solo reino a todas las tribus de Israel. Para lograr sus propósitos escogió a la ciudad de Jerusalén como su capital, la cual constituía frontera con las tierras de Benjamín y Judá. Como estaba céntricamente localizada, esto la convertía en un buen centro administrativo desde donde David gobernaría el reino. En el segundo libro de Samuel, vemos cómo David abandonó su previa capital en Hebrón y fue guiado por el Señor para conquistar a Jerusalén de mano de los jebuseos: “Entonces marchó el rey con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que moraban en aquella tierra... Y David moró en la fortaleza, y le puso por nombre la Ciudad de David; y edificó alrededor desde Milo hacia adentro. Y David iba adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él” (2 S. 5:6a, 9, 10).
 
Más que un centro administrativo, Dios deseaba que Jerusalén fuera el centro espiritual en donde morara su presencia, en un templo construido para él. Como David era un hombre de guerra y sus manos estaban manchadas de sangre, Jehová designó que su hijo Salomón fuese el constructor del templo, y dio las especificaciones para su diseño. Sin embargo, aunque Salomón fue quien construyó el templo, David fue quien realmente preparó el lugar. Leemos en 2 Crónicas 3:1: “Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah, que había sido mostrado a David su padre, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo”.
 
“Melquisedec, rey de Salem”
 
El escritor de la carta a los Hebreos habla acerca de “…Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo” (He. 7:1). Abraham, en compañía de un pequeño ejército de 318 hombres, integrado por criados de su casa, había ido a ayudar a Lot su sobrino, cuando los ejércitos de cinco reyes atacaron a Sodoma y Gomorra. Ellos se habían llevado todos los bienes de esas poblaciones, asimismo los de Lot y su familia. Abraham, junto con su grupo derrotó milagrosamente los ejércitos de estos reyes y rescató a Lot.
 
De acuerdo con el Talmud, el cuerpo de la ley civil y religiosa judía, ya de camino de regreso a su propio campamento y conforme se aproximaba al monte Moriah, Abraham fue recibido por Melquisedec, rey de Salem. El rey trajo pan y vino y bendijo a Abraham. En la Biblia se halla registrado que Abraham le respondió entregándole la décima parte de todo lo que les había quitado a esos cinco reyes. Esta es la primera vez que se menciona el diezmo en la Biblia: “Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo” (Gn. 14:17-20).
 
El relato en la carta a los Hebreos pasa a decir que Melquisedec es un tipo del Señor Jesucristo, el Mesías, “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (He. 7:3). El texto bíblico sigue describiendo a “…un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible... Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (He. 7:15b, 16, 24-26).
 
El sacrificio de Isaac, una profecía del Mesías
 
Varios años después de este primer encuentro cerca de Salem, Abraham tuvo otra ocasión de visitar el monte Moriah. Dios le habló un día y le dijo: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gn. 22:2). Abraham para entonces había aprendido a confiar en Dios y a obedecer sus mandamientos. Así que a la mañana siguiente se levantó muy temprano, enalbardó su asno, tomó consigo a Isaac su hijo y a dos siervos y partió para el monte Moriah: “Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos” (Gn. 22:4).
 
Este “tercer día” tiene mucho significado en la Palabra de Dios. El cuerpo de Jesús yació en la tumba por tres días; Jonás estuvo en el vientre de un pez por tres días; Ester ayunó durante tres días antes de ver al rey y Abraham viajó por tres días antes de detenerse para sacrificar a su único hijo. Tres días es el tiempo que Dios estableció a menudo para preparación y prueba espiritual.
 
“El lugar de lejos”, el monte Moriah, fue el sitio específico escogido por Dios para el sacrificio final. Esta cima de la colina más tarde llegó a ser conocida como Even Sheteyeh, que significa «Fundación de Piedra». Allí los levitas cuidadosamente colocaron la sagrada arca del pacto en el templo de Salomón. Era la segunda de las dos cumbres en el monte Moriah, al norte de la ciudad de los jebuseos la cual finalmente llegó a ser conocida como Jerusalén, la ciudad de David.
 
Dios le dio a Abraham esta extraña orden para probar la obediencia de su siervo. Le pidió que sacrificara lo más importante en su vida, a su hijo Isaac. El Señor esperó hasta que Abraham tuvo cien años de edad antes de garantizarle la promesa de un hijo que sería padre de una nación grande y poderosa. Sin embargo, ahora le pedía a Abraham que sacrificara al hijo prometido.
 
En este punto de su vida, Isaac era un joven fuerte, capaz de oponerle resistencia a su padre. Uno de los incidentes más conmovedores de confianza en toda la Biblia es la pregunta que le hiciera Isaac a su padre: “Padre mío... He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Gn. 22:7). Abraham replicó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos” (Gn. 22:8). La confianza absoluta de Isaac en su padre y en Dios era tan increíble como la confianza que Abraham tenía en el Señor. ¿Puede usted imaginarse cuáles eran los pensamientos de Abraham durante esos tres días de jornada cuando silenciosamente meditaba en el extraño mandamiento de Dios?
 
Dos mil años después otro Padre preparó a su Hijo para sacrificarlo en la Fundación de Piedra. Este Hijo también confiaba en su Padre y obedeció voluntariamente.
 
Abraham procedió a construir un altar de sacrificio en la Fundación de Piedra, la cual finalmente se convirtió en el piso del Lugar Santísimo. Isaac permitió que su padre le atara y lo pusiera en el altar sobre la leña. Pero cuando Abraham extendió su mano con el cuchillo para degollar a su hijo, “entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Gn. 22:11, 12).
 
Cuando Dios, el Padre del Señor Jesucristo se preparó para ofrecer a su Hijo como sacrificio, no se escuchó ninguna voz desde el cielo para detenerlo. No hay voz mayor que la de Dios. Pero cuando Abraham estuvo dispuesto a darle muerte a su hijo en obediencia al Señor, “el ángel de Jehová”, el Señor Jesucristo, el propio Hijo de Dios, le detuvo. Sabemos esto porque “…llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto” (Gn. 22:14).
 
A unos 91 metros de distancia se encontraba un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos, de acuerdo con los rabinos, es el mismo lugar en donde hoy se encuentra la Cúpula de la Roca. Abraham fue y tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. La decisión libre tanto de Abraham como de Isaac en sacrificar la simiente de la promesa fue la última prueba de que ellos verdaderamente estaban dispuestos a confiar en que Dios cumpliría la estupenda promesa que le había hecho a Abraham: “Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:16-18).
 
Esta muestra maravillosa del amor y obediencia de Abraham a Dios, cambió literalmente el curso de la historia humana por la eternidad. El pueblo de Israel, la simiente de Abraham, se multiplicará hasta lo infinito a través de la eternidad en un universo inmensurable y será bendición para todas las naciones perpetuamente porque Abraham obedeció la voz de Dios en el monte Moriah.
 
Desde este punto de la historia, el monte Moriah se convirtió en el lugar más sagrado de la tierra. De hecho, no sería exageración decir que durante los milenios siguientes una gran mayoría de los eventos de significado espiritual registrados en la Biblia ocurrieron o en el monte Moriah o dentro del radio de un kilómetro y medio de distancia.
 
El altar de sacrificio
 
Los sacrificios humanos no eran desconocidos en el área donde vivía Abraham, el pueblo en ese lugar ofrecía sus hijos al dios Moloc, pero el Señor les había hecho una prohibición estricta a los israelitas con estas palabras: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Dirás asimismo a los hijos de Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará” (Lv. 20:1, 2).
 
El primer sacrificio fue hecho por Dios cuando derramó la sangre de un animal para hacer túnicas para Adán y Eva después que hubieron pecado: “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales... Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Gn. 3:7, 21).
 
El primer pecado de la humanidad trajo como resultado la muerte de un animal inocente. En esta forma el Señor comenzó a enseñarles a Adán y Eva que su pecado tendría unas consecuencias nefastas y terribles. Al final, el único sacrificio que expiaría los pecados del hombre y lo reconciliaría con Dios, sería el sacrificio del propio Hijo de Dios, el “…Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Ap. 13:8b). El Señor sacrificó un animal en el huerto del Edén para cubrir el pecado de Adán y Eva. Más tarde ofreció como sacrifico final a su propio Hijo en el Calvario para cubrir los pecados de la humanidad.
 
El primer sacrificio hecho por el hombre registrado en la Biblia, desafortunadamente acabó en violencia. Caín y Abel, dos hijos de Adán y Eva, trajeron una ofrenda ante el Señor. Caín presentó una ofrenda de frutos, la cual fue inaceptable para Dios; sin embargo, Abel demostró su comprensión de la ofrenda de sacrificio cuando libremente le dio muerte a una de las primicias de las ovejas de su rebaño.
 
Dios sin duda les explicó a Adán y Eva todos los detalles sobre el sacrificio aceptable, por consiguiente, Caín y Abel tenían que estar advertidos del mandamiento de Dios a este respecto. Cuando la ofrenda de Caín no fue aceptada, pero la de Abel sí, Caín enfurecido por los celos, asesinó a su hermano. Abel, el primer creyente en Dios murió, pero “…Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín…” (He. 11:4). En 1 Juan 3:12 se nos dice que este asesinato no fue un acto espontáneo, sino que Caín “…era del maligno…” Caín mató a su hermano, “…porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas”.
 
El siguiente sacrificio que se menciona en la Biblia es el que ofreciera Noé: “…Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones…” (Gn. 6:9). Después del devastador diluvio que destruyó toda la vida, “…edificó Noé un altar a Jehová (para darle gracias por haberle librado junto con su familia), y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud; ni volveré más a destruir todo ser viviente, como he hecho. Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Gn. 8:20-22).
 
Dios renovó su pacto con la humanidad a través de Noé, aceptando su sacrificio “de todo animal limpio y de toda ave limpia”. Los animales limpios eran esos aceptables para el sacrificio. Cuando Noé entró al arca, Dios le ordenó que tomara una pareja de cada animal que no era limpio, no así de los limpios de los cuales debía tomar siete parejas a fin de estar seguro de que habría disponible una fuente genética de animales sin mancha para el sacrificio.
 
Como consecuencia de su sacrificio aceptable, Dios hizo un pacto con Noé de que nunca más volvería a destruir la vida en nuestro planeta pese a la provocación causada por nuestra pecaminosidad. Esto es importante para considerar porque Dios profetizó que al final del milenio después de vivir en un verdadero paraíso por mil años, el hombre volverá a caer en la prueba final de obediencia. Durante esta prueba, Satanás será desatado para comandar a las naciones en una rebelión final en contra de Dios. El Señor destruirá los ejércitos de Satanás y quemará la superficie de la tierra. La Biblia no explica qué hará Dios para preservar la vida de los animales, las plantas y la de judíos y gentiles justos que estén vivos en la tierra durante el milenio.
 
El capítulo 65 de Isaías nos dice claramente que en la tierra nueva, que emergerá de la vieja, en la tierra purificada, habrán animales, viñedos, casas y personas que tendrán hijos y descendencia eterna sin pecado o muerte. Como la promesa de Dios a Noé fue: “No volveré más a destruir todo ser viviente… como he hecho”. Podemos estar seguros que Él de alguna forma preservará todos los seres vivos a fin de que puedan seguir viviendo eternamente en la tierra nueva. El Señor también promete que su iglesia reinará y gobernará en esta tierra nueva.
 
De acuerdo con el profeta Zacarías, durante el milenio y en esta nueva tierra, las naciones enviarán representantes a Jerusalén: “En aquel día estará grabado sobre las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ; y las ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Y toda olla en Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos; y todos los que sacrificaren vendrán y tomarán de ellas, y cocerán en ellas; y no habrá en aquel día más mercader en la casa de Jehová de los ejércitos” (Zac. 14:20, 21).
 
También nos dice el profeta Isaías: “Y traerán a todos vuestros hermanos de entre todas las naciones, por ofrenda a Jehová, en caballos, en carros, en literas, en mulos y en camellos, a mi santo monte de Jerusalén, dice Jehová, al modo que los hijos de Israel traen la ofrenda en utensilios limpios a la casa de Jehová. Y tomaré también de ellos para sacerdotes y levitas, dice Jehová. Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Is.66:20-23).
 
Dios confirmó este pacto con Noé haciendo aparecer su arco iris: “Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes” (Gn. 9:13, 14). Según los científicos que han estudiado el efecto de invernadero que debía estar presente en la tierra antes del diluvio, nadie para entonces pudo haber visto el arco iris, porque fue después del diluvio que el firmamento quedó despejado permitiendo la caída regular de la lluvia y el paso de la luz del sol sin obstrucciones. Antes del diluvio, “…subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra” (Gn. 2:6).
 
Es fascinante leer en el libro de Ezequiel que cuando el profeta tuvo una visión de Dios, vio una “…apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba; y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor. Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor” (Ez.1:27, 28).
 
Cuando el apóstol Juan fue arrebatado al cielo, vio “…un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda” (Ap. 4:2, 3). El pacto de Dios con la humanidad confirmado por su aceptación del sacrificio de acción de gracias de Noé, es un pacto de vida. Cada uno de estos sacrificios señalaba finalmente hacia el tiempo de la venida del Mesías y su sacrificio redentor por nuestros pecados.
 
El tabernáculo: El santuario portátil
 
Cuando Moisés liberó a los israelitas de su yugo espiritual y físico en Egipto, Dios los libró del ejército egipcio. Mientras viajaban a través del desierto hacia la tierra de promisión, Moisés entonó un cántico de adoración al Señor con estas palabras: “Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré... Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado” (Ex. 15:2, 17).
 
Entonces el Señor le ordenó a Moisés que construyera un tabernáculo, un santuario portátil para cobijar el arca del pacto, la cual era símbolo de su presencia en medio del pueblo. Moisés habló del monte de su heredad, en donde Dios ha hecho su “morada”. Este monte de la heredad fue escogido por Él y fue identificado por Abraham cerca de 400 años antes del Éxodo. Pero habrían de transcurrir otros 500 años antes de que el tabernáculo fuera finalmente trasladado al monte Moriah por orden del rey Salomón, en preparación para el traslado del arca del pacto al nuevo templo.
 
El tabernáculo debía ser construido conforme a las instrucciones de Dios, quien le dijo a Moisés: “Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel” (Ex. 25:21, 22).
 
Este magnífico santuario es único en la historia del mundo. Ningún otro pueblo ha creado jamás un centro de adoración que fuese portátil. Fue construido en el desierto con materiales que tenían a la mano, junto con los tesoros que habían llevado de Egipto. Antes de salir de Egipto, los judíos les pidieron a los “…egipcios alhajas de plata, y de oro, y vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios” (Ex. 12:35, 36).
 
Ya fuera por el temor de lo que estaba sucediéndoles, o tal vez porque estaban agradecidos por los años que los judíos les habían servido, lo cierto fue que los egipcios les hicieron regalos a esos que partían de Egipto. Por lo tanto, cuando Moisés le pidió una donación al pueblo para construir el tabernáculo, fue tanto lo que le dieron, que Moisés tuvo que ponerle límite a sus donaciones: “Jehová habló a Moisés, diciendo: Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda. Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, piedras de ónice, y piedras de engaste para el efod y para el pectoral” (Ex. 25:1-7).
 
Este increíble tabernáculo fue transportado durante 40 años por los israelitas hasta que entraron en la tierra prometida. Fue Josué, no Moisés, quien finalmente los guió a través del río Jordán y hacia el territorio de Canaán. Dios le había dicho a Moisés: “Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, siete naciones mayores y más poderosas que tú” (Dt. 7:1).
 
Más tarde, la Biblia nos dice en el libro de Josué que Dios entregó en manos de los judíos todos esos pueblos, incluyendo la ciudad de los jebuseos, Jerusalén: “Pasasteis el Jordán, y vinisteis a Jericó, y los moradores de Jericó pelearon contra vosotros: los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos, y yo los entregué en vuestras manos” (Jos. 24:11). En los años que siguieron muchos de esos lugares volvieron a caer en poder del enemigo, principalmente porque no los destruyeron “del todo”, tal como Dios les había ordenado en Deuteronomio 7:2: “Y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia”.
 
La conquista de Jerusalén
 
Fue 400 años después de la conquista parcial de Josué, cuando el rey David, quien había gobernado a Israel por siete años desde la ciudad de Hebrón, fue instruido por Dios para conquistar a Jerusalén y hacerla su capital. Después de la conquista el rey David gobernó por otros 33 años desde Jerusalén: “Entonces marchó el rey con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que moraban en aquella tierra; los cuales hablaron a David, diciendo: Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos te echarán (queriendo decir: David no puede entrar acá). Pero David tomó la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David” (2 S. 5:6, 7).
 
Las cualidades defensivas únicas de Jerusalén están ilustradas por estas extrañas burlas que los jebuseos pronunciaron contra el rey David y su ejército. Con gran desdén dijeron que su muro defensor era tan resistente que sólo se necesitarían ciegos, cojos y ancianas para custodiarlo efectivamente y derrotar a David. Sin embargo, era el tiempo para que Dios juzgara sus pecados, la adoración de ídolos y los sacrificios de niños de los jebuseos. El reino de mil años de los jebuseos llegó a su fin rápidamente bajo el poderoso ejército del rey David. Tras conquistar la ciudad, David comenzó a reconstruir sus poderosos muros para crear una ciudad verdaderamente inexpugnable para el reinado de su hijo Salomón. Él logró reunir una cantidad enorme de materiales para construcción y edificó su palacio y los edificios del gobierno.
 
Un día, mientras contemplaba el hermoso palacio que había levantado en las alturas de su ciudad, “dijo el rey al profeta Natán: Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas” (2 S. 7:2). En un principio, Natán le dijo al rey que fuese e hiciera todo lo que estaba en su corazón y edificara un templo para Dios, pero el Señor tenía otros planes. Le dijo al profeta que fuera donde David y le hiciera saber que no podía construir su templo, añadiendo, pero “…cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (2 S. 7:12, 13).
 
Salomón construye el templo
 
Para tristeza de su parte, a David no se le permitió construir el templo, pero Dios le suministró planos detallados de esta obra que debía ser llevada a cabo por Salomón, a fin de que pudiera reunir todos los materiales necesarios. El rey David usó su abrumador poderío militar y fuertes alianzas con los estados vecinos para acumular el mayor número de materiales de construcción nunca antes visto.
 
Varios reyes, incluyendo a Hiram, rey de Tiro, enviaron obreros, artesanos y cantidades enormes de cedro, oro y plata para ser utilizados en esta gloriosa obra. Y dijo David: “He aquí, yo con grandes esfuerzos he preparado para la casa de Jehová cien mil talentos de oro, y un millón de talentos de plata, y bronce y hierro sin medida, porque es mucho. Asimismo he preparado madera y piedra, a lo cual tú añadirás” (1 Cr. 22:14). De acuerdo con un cálculo, cien mil talentos de oro equivaldrían hoy aproximadamente a 2.600 millones de dólares, y un millón de talentos de plata a otros dos mil millones. Sin siquiera considerar el costo de la labor y otros materiales, usted puede ver que este, sin duda, fue el proyecto de construcción más costoso en la historia humana.
 
• “Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah, que había sido mostrado a David su padre, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo” (2 Cr. 3:1).
 
• “Entonces Salomón reunió en Jerusalén a los ancianos de Israel y a todos los príncipes de las tribus, los jefes de las familias de los hijos de Israel, para que trajesen el arca del pacto de Jehová de la ciudad de David, que es Sion” (2 Cr. 5:2).
 
Un detalle curioso en la construcción del santuario en Jerusalén fue el mandamiento de utilizar piedras ya acabadas: “Y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas, de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro” (1 R. 6:7). Algunos rabinos consideran que esta orden implicaba que no se debía usar hierro en la preparación de las piedras; otros creen que el precepto en contra del uso de herramientas de hierro se aplicaba solamente al ensamblaje final de las piedras en el monte Moriah. El Señor dejó establecido claramente la santidad del monte desde el primer día de la construcción del templo.
 
El santuario
 
La Biblia dice que tanto el tabernáculo como el templo de Salomón fueron construidos de acuerdo con el modelo del santuario de Dios en el cielo. David dijo que había recibido todas las instrucciones del Señor por escrito: “Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño” (1 Cr. 28:19). Según la carta a los Hebreos, Dios dijo: “Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (He. 8:5b). Luego el escritor pasa a describir la relación entre los santuarios terrenales y el templo celestial: “Fue, pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (He. 9:23, 24).
 
En la visión celestial que tuviera el apóstol Juan, “…el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su
pacto se veía en el templo…” (Ap. 11:19). Algunos se preguntan si esta visión indica que Dios se llevó el arca
del pacto al cielo después que desapareciera del templo de Salomón. Sin embargo, al advertir que de acuerdo con el capítulo 25 de Éxodo, siempre ha habido un arca del pacto en el cielo, incluso durante el tiempo en que el arca terrenal se encontraba en el templo de Salomón, entonces vemos que no existe contradicción.
 
De acuerdo con el Mishna Tora volumen Hilchos Bais HaBechirab sobre las leyes del templo escogido por Dios, hay seis mandamientos dados a Israel concernientes al templo:
 
1. Debían construir un santuario.
2. Debían edificar un altar con piedra que no hubiera sido cortada con herramientas de hierro.
3. No debían ascender al altar por los escalones, sino por una rampa.
4. Debían respetar y reverenciar el templo.
5. Debían custodiar todo el templo.
6. Nunca debían cesar de vigilar el templo.
 
El rabino Maimónides, nacido en el año 1135 de la era cristiana, quien también fue un matemático y físico hispanojudío (ya que nació en Córdoba), llegó a ser rabino principal del Cairo y médico de Saladino Primero, sultán de Egipto y Siria. La contribución de Maimónides a la evolución del judaísmo le proporcionó el sobrenombre de segundo Moisés. Él comentaba que el templo tenía dos propósitos distintos para Israel. Primero, la meta fundamental del templo era revelar la presencia divina y la gloria de Dios a la humanidad. El segundo propósito era proveer un lugar para los sacrificios: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová, de ganado vacuno u ovejuno haréis vuestra ofrenda ...Y el sacerdote lo ofrecerá todo, y lo hará arder sobre el altar; holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová” (Lv. 1:2, 13).
 
Sacrificios insuficientes
 
Un aspecto del santuario terrenal que no tiene el santuario celestial, es que Dios ordenó que se hicieran ofrendas de animales en el santuario terrenal a fin de que el hombre no olvidara su condición pecaminosa y su naturaleza caída. Sólo el sacrificio de sangre inocente podía hacer expiación por los pecados. No obstante, esos sacrificios en el templo cubrían el pecado sólo temporalmente. El pecado finalmente debía ser expiado “…una vez para siempre (mediante) un solo sacrificio…” (He. 10:12), por el sacrificio del inocente Cordero de Dios.
 
Desde el tiempo en que Jehová sacrificó un animal para hacer túnicas de piel y cubrir el pecado de Adán y Eva, hasta el sacrificio de su Hijo en la cruz, todos los sacrificios que el hombre ofrecía, no eran suficientes para “…hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (He. 10:1-4).
 
Hay un paralelo asombroso entre el sacrificio de Jesús y los sacrificios de animales en el templo incluyendo los detalles del sacrificio del cordero pascual. Según el Mishná, la codificación de la ley oral del Antiguo Testamento y de las leyes políticas y civiles de los judíos, cuando el sacerdote tomaba el cuchillo y degollaba al cordero pascual, clamaba: «Consumado es». Entonces abría el cordero con un cuchillo y lo asaba sobre un asador vertical que tenía una pieza con figura de cruz horizontal para mantener las patas delanteras bien separadas. Luego enrollaba los intestinos del cordero alrededor de su cabeza mientras lo asaba. A esto se le llamaba «la corona del cordero pascual». Incluso hasta el detalle más pequeño del sistema de sacrificios señalaba profética y simbólicamente al sacrificio final de Jesús de Nazaret, tal como declaró el apóstol Pablo: “…porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:7).
 
Todos los miles de animales y aves que fueron ofrecidos al Señor en los altares del tabernáculo y del templo en Jerusalén, nunca lograron la redención del hombre, quitar su pecado. Sólo hubo un sacrificio que fue lo suficientemente perfecto para hacer eso: el sacrificio del Cordero de Dios, del Mesías.
 
El Señor Jesucristo dio su vida voluntariamente, porque ningún hombre podía quitársela. Sólo después de eso “…Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se (sentó) a la diestra de Dios... esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” (He. 10:12, 13). En el pasado sólo el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo, pero todos esos que aceptan el grandioso sacrificio del Hijo de Dios tienen “…libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo”, por consiguiente, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe... Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza... Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (He. 10:19, 22-24).
 
Él ahora se encuentra sentado a la derecha del Padre esperando por la plenitud del tiempo, cuando “…este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11).
 
La reconstrucción del tercer templo: La señal de la venida del Mesías
 
Los judíos por dos mil años estuvieron anhelando regresar a la tierra prometida y reconstruir su amado templo. Durante esos siglos de exilio, tres veces al día, los judíos fieles dirigían sus rostros en dirección a Jerusalén, la ciudad sagrada, y oraban a Dios para que hiciera volver la presencia divina del Shekinah al templo reconstruido. Durante todo ese tiempo era casi imposible para la mayoría de judíos incluso visitar las ruinas del templo, por lo tanto los anhelos de ellos se limitaban a estudiar sus características y a orar. Sin embargo, desde 1948, un número creciente de israelitas comenzaron a transformar su anhelo en un plan de acción práctico que llevará hacia la reconstrucción del templo.
 
Un fascinante folleto de la organización Fundación del Templo de Jerusalén, detalla el compromiso de los judíos y los pasos prácticos requeridos para cumplir con este inconmovible mandamiento de Dios: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Ex. 25:8). Esta organización tiene su sede en Jerusalén y está involucrada en patrocinar grupos de estudio e investigaciones arqueológicas relacionadas con el monte del templo. Por muchos años las personas se han preguntado si la idea de reconstruir el templo era un tópico curioso que sólo interesaba a los estudiosos de las profecías. Hoy, un grupo increíble de personas respetables en Israel y en la diáspora están completando estudios para reconstruir el templo y reanudar la adoración antigua.
 
A continuación detallaremos cuáles son las metas oficiales de la Fundación del Templo de Jerusalén:
 
• «Emprender la investigación de la historia del Lugar Santísimo en Israel.
 
• Proveer medios y equipo científico para la investigación eficiente de tales lugares y de los sitios arqueológicos.
 
• Estudiar los aspectos e implicaciones religiosas, políticas, económicas, sociales, culturales y étnicas de esas investigaciones y exploraciones.
 
• Avanzar en el aprendizaje y aplicación de las Escrituras.
 
• Trabajar por la salvaguarda y preservación de la integridad del Lugar Santísimo en Israel y en su restauración con énfasis especial en el monte del templo.
 
• Lanzar una campaña mundial para el diseño y construcción de edificios cómodos y proyectos similares en Israel.
 
• Recaudar fondos para la promoción y desarrollo de esas y otras actividades relacionadas».
 
El folleto resume la historia de Israel con estas palabras:
 
«El primer templo Localización: monte Moriah, el monte del templo El segundo templo Localización: monte Moriah, el monte del templo El tercer templo Localización: monte Moriah, el monte del templo ¿Desea que se reconstruya el templo? ¿Cómo puede desearlo realmente si no está preparado? El Hafeta Haim».
 
La participación gentil en la reconstrucción del templo
 
La pregunta que se hace a menudo es: «¿Pueden los gentiles participar en la reconstrucción del templo?» Este interesante interrogante ha sido debatido a lo largo de los siglos por las autoridades rabínicas. Hoy, muchos cristianos evangélicos son fuertes patrocinadores de la reconstrucción del templo. Basados en el relato bíblico de la participación gentil al proveer materiales, artesanos y mano de obra en la edificación del templo de Salomón, tal parece que no habrá problema fundamental que se interponga en el camino de los gentiles para que contribuyan en la construcción del tercer templo. Cuando les pregunté a varios levitas y judíos ortodoxos por qué estaban tan dispuestos a discutir conmigo y con otros los detalles sobre el proyecto del templo, unos me respondieron que de acuerdo con la tradición antigua, en los últimos días los gentiles asistirían a Israel a reconstruir su antiguo santuario.
 
Recuerde, había un atrio para los gentiles tanto en el templo de Salomón como en el segundo templo. El profeta Zacarías también predijo que en el reino milenial, “…todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zac. 14:16). “Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré, porque la he querido” (Sal. 132:13, 14). Sion, la ciudad de Jerusalén, es el lugar desde el cual gobernará el Mesías tanto a los judíos como a los gentiles para siempre.
 
La búsqueda de los tesoros del templo
 
Pero... ¿Qué pasó con los grandes tesoros del templo, cuando primero los babilonios y luego los romanos destruyeron el santuario? ¿Pudieron los sacerdotes esconder algunos de estos preciosos tesoros? ¿Serán encontrados antes de que se reconstruya el templo en nuestros días? Los romanos se llevaron muchos de los utensilios de oro al igual que las láminas de oro que cubrían las paredes del templo, pero la Escritura nada dice de estos objetos preciosos. Nunca más son mencionados.
 
A continuación vamos a ver lo que se está haciendo en la actualidad para localizar o duplicar estos tesoros antiguos. La recuperación de estos objetos sagrados en nuestra generación es la clave para la reconstrucción del templo y el cumplimiento de las profecías mesiánicas.
 
Además de la gran riqueza representada en oro, plata y vasos de bronce asociados con los servicios de adoración, los vasos del templo y otros ornamentos eran de gran importancia religiosa. En Éxodo 25:9 a 28:43, Moisés fue instruido por el propio Dios en el monte Sinaí respecto a la construcción y mobiliario del tabernáculo. Cuando Salomón inició la construcción del gran templo, mandó hacer un nuevo grupo de vasos para los servicios de adoración en el templo, de acuerdo con las instrucciones específicas que el rey David recibiera de Dios: “Y David dio a Salomón su hijo el plano del pórtico del templo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus cámaras y la casa del propiciatorio. Asimismo el plano de todas las cosas que tenía en mente para los atrios de la casa de Jehová, para todas las cámaras alrededor, para las tesorerías de la casa de Dios, y para las tesorerías de las cosas santificadas. También para los grupos de los sacerdotes y de los levitas, para toda la obra del ministerio de la casa de Jehová, y para todos los utensilios del ministerio de la casa de Jehová” (1 Cr. 28:11-13).
 
Dios dio instrucciones para esos vasos y objetos de adoración, porque ellos le enseñaban proféticamente a Israel acerca del Mesías e ilustraban la expiación que Él finalmente cumpliría en su vida y muerte sobre la cruz. Estos objetos también señalaban hacia la realidad final cuando el Señor Jesucristo reinará y gobernará desde su trono mesiánico durante el reino milenial.
 
La necesidad de vasos y vestiduras para el nuevo templo
 
Más de un tercio de las 613 ordenanzas bíblicas detalladas en el Talmud, el cuerpo de la ley civil y religiosa judía, conciernen a leyes relacionadas con el templo en Jerusalén. Desde la destrucción del santuario ocurrida en el año 70 de la era cristiana, muchas generaciones de judíos esperaron ansiosamente el momento de regresar a Sion y comenzar la reconstrucción del templo. Sin embargo, el templo reconstruido necesitará de un sacerdocio levítico entrenado. Además para que se cumpla la profecía del tercer templo será necesario duplicar un gran número de vasos especiales. Todo esto ya se está haciendo en Jerusalén a través del Instituto del Templo, integrado por un grupo de dedicados eruditos religiosos y levitas.
 
El Instituto del Templo ha estado llevando a cabo investigaciones sobre 93 de los vasos sagrados y vestiduras descritas en la Biblia. Este grupo de estudiosos judíos, posee un gran amor por el templo y el Mesías, y están decididos a hacer todo lo que esté en sus manos para obedecer el mandato del Señor de que le preparen “santuario”. Ellos no desean actuar en forma presuntuosa, sino que quieren estar preparados para reconstruir el templo tan pronto como el Señor dé la señal.
 
Las vestiduras sagradas
 
Esta es la descripción que le diera Dios a Moisés de las “vestiduras sagradas” de los sacerdotes que servían
en el templo: “Y harás vestiduras sagradas a Aarón tu hermano, para honra y hermosura... Las vestiduras que harán son estas: el pectoral, el efod, el manto, la túnica bordada, la mitra y el cinturón. Hagan, pues, las vestiduras sagradas para Aarón tu hermano, y para sus hijos, para que sean mis sacerdotes” (Ex. 28:2, 4). Estas vestiduras fueron quemadas o tomadas como botín por los romanos en el año 70 de la era cristiana. Será necesario tejer cientos de nuevas vestiduras para los sacerdotes y levitas que oficiarán en el templo futuro y según se dice ya se encuentran listas.
 
El pectoral del sumo sacerdote
 
Uno de los objetos más raros en la adoración del templo de Israel antiguo era el pectoral de oro y piedras preciosas que se ponía sobre el pecho el sumo sacerdote: “Harás asimismo el pectoral del juicio de obra
primorosa, lo harás conforme a la obra del efod, de oro, azul, púrpura, carmesí y lino torcido. Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y un palmo de ancho; y lo llenarás de pedrería en cuatro hileras de piedras; una hilera de una piedra sárdica, un topacio y un carbunclo; la segunda hilera, una esmeralda, un zafiro y un diamante;la tercera hilera, un jacinto, una ágata y una amatista; la cuarta hilera, un berilo, un ónice y un jaspe. Todas estarán montadas en engastes de oro. Y las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres; como grabaduras de sello cada una con su nombre, serán según las doce tribus. Harás también en el pectoral cordones de hechura de trenzas de oro fino” (Ex. 28:15-22).
 
Este pectoral fue uno de los tesoros que se perdió cuando el templo fue quemado en el año 70 de la era cristiana y es uno de los objetos escondidos mencionados en Rollo de cobre. Un grupo de levitas y artesanos judíos están ahora estudiando las referencias en el Talmud y el Tora con vistas a reconstruir este precioso tesoro para que lo use un futuro sumo sacerdote. Este es el primer intento desde el tiempo del Señor Jesucristo, por duplicar este objeto tan especial. Actualmente el pectoral ya debe estar listo.
 
El manto del sumo sacerdote
 
La descripción de Dios para el manto del sumo sacerdote y los mantos de los otros sacerdotes del templo es muy elaborada: “Harás el manto del efod todo de azul; y en medio de él por arriba habrá una abertura, la cual tendrá un borde alrededor de obra tejida, como el cuello de un coselete, para que no se rompa. Y en sus orlas harás granadas de azul, púrpura y carmesí alrededor, y entre ellas campanillas de oro alrededor. Una
campanilla de oro y una granada, otra campanilla de oro y otra granada, en toda la orla del manto alrededor. Y estará sobre Aarón cuando ministre; y se oirá su sonido cuando él entre en el santuario delante de Jehová y cuando salga, para que no muera” (Ex. 28:31-35).
 
El Señor le ordenó a Moisés que tuviera artesanos para que crearan los mantos necesarios para los sacerdotes. Hoy en Jerusalén varios levitas, incluyendo una joven mujer levita llamada Yehuda Avrasham, están tejiendo las vestiduras que cientos de sacerdotes requerirán para su servicio en el nuevo templo. Estos mantos están hechos con un hilo de lino especial de seis cabos. El cinto es de 16 metros 76 centímetros de largo. Los calzoncillos deberán llevarlos puestos para estar seguros de la modestia en todo momento. En las festividades especiales más de 300 levitas que también realizarán obligaciones en el templo, se reúnen ahora para ofrecer las bendiciones de los sacerdotes mientras llevan puestas estas vestiduras especiales de lino. En octubre de 1990 algunos ancianos ortodoxos judíos intentaron poner la primera piedra en el monte del templo. Los árabes usaron el incidente para provocar una revuelta que ocasionó la muerte de 18 palestinos. Uno de los levitas estaba llevando el manto que había sido tejido para el sumo sacerdote.
 
Muchas de las vestiduras especiales incluyendo el manto del efod y el cinto, tenían que ser todo de color azul. La fórmula de este tinte especial conocido como tecklet se perdió después del período del segundo templo. Varios manuscritos incluyendo uno del rabino Yaacov Herzog, padre de Chaim Herzog, quien fuera presidente de Israel, mencionan este tinte perdido. No obstante, hace unos pocos años fue redescubierta la fuente de donde se extrae este pigmento azul. Los israelitas descubrieron un caracol de aguas profundas que creían extinguido. Cuando el caparazón de este animal se pulveriza y se pone a secar se convierte en el pigmento más azul que alguien pueda imaginar. El Instituto del Templo tiene un aviso exhibiendo el caracol del que se saca el tinte. Este tinte azul también es usado para teñir los flecos que tienen los mantos que usan los varones judíos en el templo.
 
La corona de oro del sumo sacerdote
 
“Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD A
JEHOVÁ. Y la pondrás con un cordón de azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará. Y estará sobre la frente de Aarón, y llevará Aarón las faltas cometidas en todas las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas; y sobre su fr
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#2
¡Miuy interesante, Willy!    

Observo que el final quedó inconcluso, o quizás sólo la última palabra, y sólo tú podrías confirmarlo... 

Respeto la opinión del autor y valoro su excelente artículo. Te agradezco por compartirlo. 

No obstante, respecto del tercer templo, sinceramente me pregunto si los israelitas realmente intentan construir el templo de Dios...  o el suyo propio.

Es sólo que en lo personal tengo algunas dudas al respecto.

Cuando confirmes si tu aporte está completo o si aún falta, expondré mis interrogantes para que expongan sus opiniones, pero, mientras tanto, no interferiré, por si acaso.  

Un abrazo,
Heriberto
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#3
Gracias Heriberto por tu observacion, no me di cuenta. No Lo se pero talvez no agarro todo por lo extenso del articulo...supongo.
En realidad falta bastante y lo pongo a continuacion como una segunda parte.
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#4
SEGUNDA PARTE
 
La corona de oro del sumo sacerdote
 
“Harás además una lámina de oro fino, y grabarás en ella como grabadura de sello, SANTIDAD A
JEHOVÁ. Y la pondrás con un cordón de azul, y estará sobre la mitra; por la parte delantera de la mitra estará. Y estará sobre la frente de Aarón, y llevará Aarón las faltas cometidas en todas las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas; y sobre su frente estará continuamente, para que obtengan gracia delante de Jehová” (Ex. 28:36-38). La corona conocida como tsitz azahv tahor, estaba sobre la frente del sumo sacerdote sujeta con un cordón azul. Está hecha en oro sólido y como los otros objetos, la corona tendrá que ser purificada antes que pueda ser usada en el templo.
 
Los vasos y el mobiliario del templo
 
El libro de Éxodo nos brinda los detalles de la mayoría de los vasos y mobiliario que eran empleados, primero en el tabernáculo y luego en el templo. Entre ellos se encontraban:
 
• El arca del pacto
• La mesa para los panes de la proposición
• El candelero de oro
• El altar de incienso
• El altar de la ofrenda quemada y
• La fuente de bronce.
 
Cuando Salomón construyó el templo hizo que los artesanos fabricaran el altar de bronce; diez fuentes de
bronce para que se lavaran los sacerdotes; diez candeleros de oro; diez mesas, cántaros, despabiladeras, tazas, cucharillas e incensarios de oro puro.
 
El arca del pacto
 
El objeto religioso más importante en la historia es el arca de oro del pacto. El arca del pacto era considerado como el lugar desde donde Dios se declaraba y hablaba “…sobre el propiciatorio... todo lo que (mandaba)
…para los hijos de Israel” (Ex. 25:22). Dios le dijo a Moisés que el sumo sacerdote debía rociar la sangre del sacrificio sobre el propiciatorio del arca del pacto para tipificar el sacrificio futuro de la sangre del Hijo unigénito de Dios. Durante la última cena, Jesús “tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:27, 28).
 
Para el templo de Salomón, “hizo también Bezaleel el arca de madera de acacia; su longitud era de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de codo y medio. Y la cubrió de oro puro por dentro y por fuera, y le hizo una cornisa de oro en derredor. Además fundió para ella cuatro anillos de oro a sus cuatro esquinas; en un lado dos anillos y en el otro lado dos anillos. Hizo también varas de madera de acacia, y las cubrió de oro. Y metió las varas por los anillos a los lados del arca, para llevar el arca” (Ex. 37:1-5).
 
El arca tenía un metro catorce centímetros de largo, por 69 centímetros de ancho y 69 centímetros de alto y estaba completamente cubierta por dentro y por fuera de oro puro. El arca del pacto sólo podía ser transportada sobre los hombros de cuatro sacerdotes, insertando las varas a través de los cuatro anillos colocados en sus esquinas. En una ocasión el rey David y los levitas pasaron por alto este estricto mandamiento de Dios en relación con el procedimiento de cargar el arca. Ellos tenían la intención de llevarla desde el sitio donde había permanecido guardada hasta Jerusalén. En lugar de hacer que los levitas la llevaran a pie sostenida por las varas, pusieron el arca en un carro nuevo tirado por bueyes, pero “Cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo; porque los bueyes tropeza(ron)”. Como resultado de este acto de desobediencia el “furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios” (2 S. 6:6, 7).
 
El rey David se sintió tan atemorizado de las consecuencias, que ordenó que el arca fuese guardada en la
“...casa de Obed-edom geteo tres meses; y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa” (2 S. 6:11). Finalmente, después de enterarse que Obed-edom estaba recibiendo bendiciones, David, una vez más se preparó para traer el arca a Jerusalén. En esta ocasión lo hizo en la forma como Dios había ordenado y el arca llegó sin problemas y triunfalmente a Jerusalén. El arca fue colocada en el tabernáculo en el Lugar Santísimo.
 
Cuando el arca se encontraba en el Lugar Santísimo se le colocaba de tal forma que las varas presionaban contra el velo que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo. De esta manera los sacerdotes podían ver que el arca estaba en su lugar detrás del velo sin tener que entrar en el Lugar Santísimo, porque sólo el sumo sacerdote podía ir más allá de las cortinas.
 
Cubriendo la parte superior del arca del pacto se encontraba el propiciatorio de oro puro. Sobre el propiciatorio estaban dos querubines labrados en oro. Dentro del arca se encontraban las tablas del testimonio con los diez mandamientos, la vara de Aarón que floreció y una vasija con maná. Sin embargo, dice la Escritura que para el tiempo del rey Salomón, “en el arca ninguna cosa había sino las dos tablas de piedra que allí había puesto Moisés en Horeb, donde Jehová hizo pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de la tierra de Egipto” (1 R. 8:9).
 
El arca del pacto era el foco central de adoración para Israel desde el tiempo en que fue construida, aproximadamente en el año 1490 A.C., y colocada en el tabernáculo, “…y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Ex. 40:34b) durante todo el reinado de Salomón. Mientras los israelitas estuvieron vagando en la península de Sinaí el Espíritu de Dios reposó sobre al arca del pacto. Dios los guiaba de día con una columna de nube y de noche con una columna de fuego. A donde quiera que iba la columna el pueblo la seguía.
 
En ocasiones el arca del pacto era sacada del Lugar Santísimo y llevada en medio de la batalla a la cabeza
del ejército israelita. Esto aterrorizaba a las naciones de los alrededores al igual que al enemigo. Después
de 40 años en el desierto, Josué guió al pueblo de Israel a la tierra prometida. Mientras los levitas cargaban
el arca del pacto, el agua del río detuvo su flujo tan pronto como sus pies tocaron el agua, así el pueblo
cruzó el río en seco.
 
El arca del pacto desapareció de la historia bíblica hace más de tres mil años, mientras Salomón todavía era rey. Algunos eruditos creen que el arca se encuentra oculta en un templo subterráneo en Aksum, Etiopía. Hay un número de profecías intrigantes, tal como la del capítulo 18 de Isaías, Sofonías 3:9, 10 y Jeremías 3:15, 16, que sugieren que la antigua arca del pacto será retornada a Israel y al templo reconstruido en los últimos días antes de la venida del Mesías.
 
La ávida búsqueda de los vasos perdidos del templo continúa mientras se están haciendo ahora mismo nuevos vasos en Jerusalén. No obstante, todos los rabinos y levitas que han sido entrevistados estuvieron de acuerdo en forma unánime que el arca del pacto nunca podrá ser reemplazada. Ellos también creen que el arca se encuentra en algún lugar, tal vez en Etiopía o escondida bajo el monte del templo, esperando para ser revelada en el momento escogido por Dios.
 
El mizdrot y la caja de la suerte
 
Una vez cada año, en Yom Kippur, el sagrado día de expiación, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo. Dios le había dicho a Moisés: “Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera...” (Lv. 16:2). El sumo sacerdote primero lavaba todo su cuerpo y luego se ponía las vestiduras especiales. Cuando estaba perfectamente purificado y preparado:
 
• Le daba muerte a un becerro como ofrenda de expiación por sí mismo.
• Le daba muerte a un macho cabrío como ofrenda por los pecados del pueblo.
• Ponía sus manos sobre la cabeza de un macho cabrío vivo y confesaba sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel. Luego este macho cabrío era enviado al desierto en donde se le dejaba en libertad llevando sobre sí las iniquidades de Israel.
 
Los dos machos cabríos eran escogidos al azar. El sacerdote sacaba de una caja ovalada decorada con manijas de oro, los dos lotes: una suerte para Jehová, el macho cabrío que se sacrificaba, y la otra suerte para Azazel, que era el macho cabrío que se dejaba suelto en el desierto. Esta caja de suerte ya ha sido duplicada en Jerusalén.
 
A la conclusión de la ceremonia el becerro sacrificado y el macho cabrío eran llevados fuera del campamento y quemados. En medio de cada una de estas acciones el sumo sacerdote usaba la fuente y realizaba un ritual lavando sus ropas y su cuerpo. Yom Kippur todavía es una fiesta solemne para los judíos dedicados. El mizdrot es un vaso de plata que pesa 18 libras. El sacerdote usaba el mizdrot para recoger la sangre del animal sacrificado. Luego vertía la sangre sobre los cuernos del altar.
 
La mesa de los panes de la proposición
 
Cada semana los sacerdotes que servían en el templo colocaban el pan en la mesa de los panes para reconocer que Dios era el “Señor de la mies” y la fuente de sustento de toda la vida. Dios instruyó a Moisés con estas palabras: “Harás asimismo una mesa de madera de acacia; su longitud será de dos codos, y de un codo su anchura, y su altura de codo y medio. Y la cubrirás de oro puro, y le harás una cornisa de oro alrededor.
Le harás también una moldura alrededor, de un palmo menor de anchura, y harás a la moldura una cornisa
de oro alrededor. Y le harás cuatro anillos de oro, los cuales pondrás en las cuatro esquinas que corresponden a sus cuatro patas. Los anillos estarán debajo de la moldura, para lugares de las varas para llevar la mesa. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro, y con ellas será llevada la mesa” (Ex. 25:23-28).
 
Las dimensiones de esta mesa eran de 91 centímetros de largo, por 46 centímetros de ancho y 69 centímetros de alto. Tenía una cornisa de oro de trece centímetros de alto y anillos de oro en las cuatro esquinas para que los sacerdotes pudieran cargarla pasando por los anillos varas de madera cubiertas de oro puro.
 
Las leyendas hebreas relatan que uno de los milagros del templo fue el hecho de que debido a la divina presencia de Dios, el pan se mantenía fresco en forma sobrenatural durante toda la semana, hasta que se colocaba sobre la mesa la siguiente ofrenda de pan. Este pan tipificaba la ofrenda final del cuerpo de Cristo. Jesús dijo: “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Jn. 6:50, 51). La noche de la última cena, Jesús “tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí” (Lc. 22:19).
 
El candelero de oro
 
“Harás además un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el candelero; su pie, su caña, sus copas,
sus manzanas y sus flores, serán de lo mismo. Y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero
a un lado, y tres brazos al otro lado... Y le harás siete lamparillas, las cuales encenderás para que alumbren
hacia adelante... De un talento de oro fino lo harás, con todos estos utensilios. Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” (Ex. 25:31, 32, 37, 39, 40).
 
Este candelero representaba para Israel la luz divina de Dios que manifestaba su presencia en el tabernáculo y el templo a través de las “siete lamparillas” que simbolizaban la perfección de Dios. El candelero proveía luz para el santuario. A través de toda la Biblia, Dios ha usado imágenes de luz y de tinieblas para ilustrar la luz de su verdad en oposición a las tinieblas del pecado. El candelero es un símbolo del Señor Jesucristo: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Jn. 1:9). “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).
 
Este candelero de oro o menorá, se perdió del templo cuando los ejércitos romanos lo tomaron en el año 70 de la era cristiana. Se lo llevaron a Roma junto con los cautivos cargados de cadenas. Este evento se halla grabado en un bajorrelieve del Arco de Tito que conmemora la victoria romana. Los levitas del Instituto del Templo vaciaron primero en bronce puro un menorá que tiene dos metros trece centímetros de alto y pesa cientos de libras, luego hicieron el vaciado en oro del menorá cuyo costo fue de más de dos millones de dólares.
 
El altar de incienso
 
Exactamente en la parte exterior del velo que ocultaba el arca del pacto se encontraba el altar de incienso. Cada mañana y tarde el sumo sacerdote quemaba incienso perfumado a Dios cuando llegaba al Lugar Santo para encender las lamparillas del candelero de oro que le proveía luz al santuario en los servicios vespertinos: “Harás asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás. Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro” (Ex. 30:1-5).
 
Se preparaban once clases diferentes de incienso de varias especias, siguiendo las instrucciones que le diera
Dios a Moisés. Una bandeja de plata llamada kaf, y un cáliz de plata, el bazikh, que contenía 200 gramos de
incienso, eran usados para transportar el precioso incienso hasta los sagrados recintos del templo. El maktah, un vaso de bronce con un mango largo, servía para transportar los carbones desde el altar exterior hasta el altar interior de incienso. También se usaba en el servicio diario un anillo de plata conocido como el mitultelet, y un paño para cubrir. Dios le dio esta ordenanza a Moisés: “Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones” (Ex. 30:8).
 
El incienso tenía un olor dulce y creaba una fragancia tan maravillosa que colmaba a todo Jerusalén con el aroma de la presencia divina de la adoración de Dios. De acuerdo con los rabinos, la nube de incienso era tan fragante que las mujeres de Jerusalén nunca necesitaron usar perfume. Hoy en Jerusalén los levitas han reunido todos los ingredientes necesarios para proveer un suministro continuo del incienso que usarán para sus adoraciones diarias.
 
El incienso del templo tipifica el dulce aroma del Espíritu Santo de Cristo, cuya presencia colma nuestras vidas y nos hace aceptables ante nuestro Padre celestial. En el libro de Apocalipsis el apóstol Juan habla de los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos que rodean el trono del Cordero, “…todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (Ap. 5:8b). Nuestras oraciones son como la suave fragancia del incienso cuando asciende al trono celestial.
 
Después de estudiar las referencias en el Tora y el Talmud al altar del incienso, los artesanos judíos han reconstruido ya una réplica para los servicios de adoración en su templo futuro.
 
El altar de la ofrenda quemada
 
Este hermoso altar estaba colocado en el atrio ante el santuario y en el lugar de sacrificio. El sacerdote ofrecía cada año un animal limpio, sin mancha, para ser sacrificado por los pecados del pueblo. Con la participación en la ofrenda de sacrificio el pueblo estaba reconociendo sus culpas y pidiéndole a Dios que cubriera sus pecados tal como lo demandaba la ley de Moisés. Este sacrificio tipificaba a Jesús en su papel de Mesías redentor. Cuando Jesús se aproximaba al río Jordán, Juan el Bautista declaró proféticamente: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
 
El primer altar de ofrenda quemada en el tabernáculo fue fundido por artesanos bajo la dirección de “…Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá”. Dios también designó a “…Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan...” Y a Bezaleel, Aholiab y los demás artesanos, el Señor los llenó “del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor” (Ex. 31:2, 6, 3-5).
 
El segundo altar para ofrenda quemada en el templo de Salomón fue fundido en tierra arcillosa por un artesano que proveyó Hiram, “…en la llanura del Jordán… entre Sucot y Saretán” (1 R. 7:46).
 
Cuando los levitas estén listos para reanudar el sistema de sacrificios en la Jerusalén moderna, este altar de ofrenda quemada tendrá que ser construido antes de que se edifique el nuevo templo.
 
La fuente de bronce
 
Las leyes de la purificación para los sacerdotes en el monte del templo eran puestas en vigor de manera estricta. Parte de los rituales del servicio del templo incluían el lavado de las manos y pies de los sacerdotes antes y después de sacrificar los animales. Era esencial que los sacerdotes limpiaran sus manos y pies continuamente a fin de que pudieran permanecer santificados para los servicios del templo. Por esto necesitaban unos vasos especiales para lavarse: “Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón
y sus hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que
no mueran...” (Ex. 30:18-20).
 
Los cristianos hoy necesitan continuamente ser lavados y purificados por el agua eterna de quien “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5). De acuerdo con las palabras de Pablo, esos que creen en el Señor Jesucristo son “…lavados... santificados...justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
 
No es la tribulación o la experiencia lo que santifica y purifica a la esposa de Cristo, la iglesia. Es el proceso
de la limpieza diaria de la Palabra de Dios lo que lava, santifica y purifica la iglesia: “Para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:26, 27).
 
Así como los sacerdotes en el Antiguo Testamento se purificaban continuamente con las aguas de la fuente,
nosotros nos purificamos subordinando y sometiendo nuestra conducta a la acción limpiadora de la Palabra
de Dios. Una verdad fundamental de nuestra vida espiritual es que la Palabra de Dios y el pecado son
antagónicos entre sí. Un cristiano que se involucra en pecado a menudo se torna negligente respecto a la lectura de la Biblia. Sin embargo, si se vuelve a la verdad limpiadora de la Escritura, cuando es tentado el pecado y la tentación se apartarán de él.
 
Otros utensilios del templo
 
Cuando Salomón edificó el templo le añadió utensilios a los que ya había en el tabernáculo. Hizo que los
artesanos construyeran “…diez basas (de bronce) ...diez fuentes... Cinco candeleros de oro purísimo...” (1 R. 7:43,49). Asimismo una variedad de “…cántaros, despabiladeras, tazas, cucharillas e incensarios…” (1 R. 7:50). “Y no inquirió Salomón el peso del bronce de todos los utensilios, por la gran cantidad de ellos” (1 R. 7:47).
 
En el Mishná, la codificación de la ley oral del Antiguo Testamento y de las leyes políticas y civiles de los
judíos, está registrado que durante las fiestas solemnes del templo fueron usadas más de 250 trompetas de plata. Dios le ordenó a Moisés: “Hazte dos trompetas de plata; de obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la congregación, y para hacer mover los campamentos” (Nm. 10:2). Cuando el grupo del Instituto del Templo de Jerusalén comenzó a reconstruir las trompetas de plata, enviaron técnicos al Arco de Tito en Roma para obtener las dimensiones exactas de las trompetas, del relieve que muestra a los cautivos judíos cargando una mesa con unas trompetas cruzadas sobre ella. Esas hermosas trompetas alargadas de plata, de 90 centímetros de largo, enchapadas en oro puro, se encuentran ya listas para ser usadas en futuros días de fiesta.
 
Las cenizas de la vaca alazana
 
Había un sacrificio peculiar ordenado por Dios que no se realizaba en el tabernáculo o en el templo, sino
“fuera del campamento”. Jehová le habló a Moisés diciendo: “…Di a los hijos de Israel que te traigan una
vaca alazana, perfecta, en la cual no haya falta, sobre la cual no se haya puesto yugo” (Nm. 2:19). Esta vaca
alazana joven debía ser sacrificada fuera del campamento en el monte de los Olivos. El sacerdote entonces tomaba la sangre de la vaca alazana y la rociaba siete veces sobre la parte delantera del tabernáculo. Luego la vaca era quemada a la vista del sacerdote y mientras ardía, el sacerdote tomaba madera de cedro, hisopo y un hilo escarlata y lo echaba en el fuego. El hilo escarlata llamado lashon zehurit, hablaba del gran sacrificio por el pecado y la necesidad de una expiación. Cuando la vaca alazana, la madera de cedro, el hisopo y el hilo escarlata eran consumidos completamente por el fuego, las cenizas eran guardadas para uso futuro fuera del campamento, en lugar limpio. Esas cenizas eran usadas para preparar el agua de la purificación: “Y un hombre limpio recogerá las cenizas de la vaca y las pondrá fuera del campamento en lugar limpio, y las guardará la congregación de los hijos de Israel para el agua de purificación; es una expiación” (Nm. 19:9).
 
Después de la ceremonia el sacerdote lavaba sus vestidos, lavaba también su cuerpo y entraba nuevamente en el campamento. Pero permanecía inmundo hasta la noche. Luego ponía las cenizas en agua de una cisterna. Esta agua era rociada sobre esos que se habían contaminado.
 
La importancia de las cenizas de la vaca alazana no puede ser subestimada, porque estas cenizas son imprescindibles para hacer el agua de la purificación con que se purificará el monte del templo antes que se
pueda reconstruir el nuevo templo. Los siglos de profanación han dejado el área del templo inmunda y contaminada.
 
La Presencia Divina
 
“Jehová está en su santo templo…” (Sal. 11:4). La mayor gloria y tesoro del templo era la Presencia Divina
que moraba en el Lugar Santísimo del templo. Cuando Salomón dedicó el templo oró para que la presencia
de Dios morara siempre en el lugar del templo, a pesar de que había dicho: “…He aquí, los cielos y los cielos
de los cielos no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que he edificado?”(2 Cr. 6:18). Salomón también oró con estas palabras: “Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante del enemigo por haber prevaricado contra ti, y se convirtiere, y confesare tu nombre, y rogare delante de ti en esta casa, tú oirás desde los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y les harás volver a la tierra que diste a ellos y a sus padres” (2 Cr. 6:24, 25).
 
La respuesta de Dios a la oración de Salomón fue: “Yo he oído tu oración, y he elegido para mí este lugar por
casa de sacrificio. Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la
tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar; porque ahora he elegido y santificado esta casa, para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi corazón estarán ahí para siempre” (2 Cr. 7:12-16).
 
En su libro de Cantares Salomón profetizó: “…Helo aquí, está tras nuestra pared…” (Cnt. 2:9). Estas profecías y tradiciones han hecho que los judíos a todo lo largo de su pasado y en el presente, reverencien de manera especial el último resto del muro del templo de Herodes, el muro occidental. El Midras (los escritos explicativos y exegéticos judíos de las Escrituras) dice: «He aquí, él está detrás de nuestro muro (detrás del muro occidental del santo templo); ¿por qué? debido al Santo, bendito sea, hagamos votos para que nunca sea destruido».
 
Los rabinos tienen una interesante tradición en el Talmud que sugiere que el Lugar Santo en el monte del templo está directamente opuesto al santo templo en el reino celestial. De acuerdo con las leyendas, cualquiera que mira este Lugar Santo queda rodeado de inmediato de una aura de pureza y santidad. En un sentido, según estas tradiciones antiguas el Lugar Santo es un punto de contacto espiritual que capacitaba a los judíos para sentir al Rey Soberano de los cielos en toda su gloria.
 
Algunos de los levitas y rabinos creen que los sacerdotes del templo debieron haber utilizado el vasto sistema de túneles subterráneos que se encuentran debajo del templo para esconder algunos de los tesoros más preciosos de sus enemigos.
 
Hasta este momento ya se han reconstruido una gran mayoría de los utensilios del templo, mientras que por otra parte se están llevando a cabo exploraciones para tratar de localizar los objetos originales. De hecho, de acuerdo con un artículo escrito por Dalya Alberge, corresponsal de arte, y publicado en la revista Times el 25 de septiembre de 2006, los tesoros que fueran saqueados por los romanos se encuentran nuevamente en la Tierra Santa. Y dice el artículo: «Una colección de artefactos sagrados que fueran parte del botín tomado por los romanos del templo de Jerusalén y que por largo tiempo se sospechó que estaban ocultos en las bóvedas del Vaticano, según un arqueólogo británico se encuentran ahora de regreso en la Tierra Santa.
 
Sean Kingsley, un especialista en la Tierra Santa, asegura haber descubierto lo que ha llegado a ser conocido
como los principales tesoros del templo, incluyendo las trompetas de plata que heraldizarán la venida del Mesías. Las trompetas, el candelabro de oro y la mesa de los panes de la proposición, estaban entre las piezas que fueron llevadas a Roma luego del saqueo ocurrido al templo en el año 70 de la era cristiana.
 
Después de una década de investigación en textos antiguos que no habían sido descifrados previamente y fuentes arqueológicas, el doctor Kingsley ha reconstruido la ruta del tesoro por primera vez en dos mil años, la cual apoya la evidencia de que fue sacado de Roma en el siglo quinto.
 
Kingsley descubrió que el tesoro fue llevado a Cartago, Constantinopla y Argelia, antes de que lo escondieran en el desierto de Judea, debajo del Monasterio de Teodosio. El doctor Kingsley dijo: ‘El asunto del tesoro constituye un gran problema en la política moderna. Desde mediados de la década de 1990, se ha ido fermentando un acalorado debate entre el Vaticano e Israel, el que acusa al papado de apoderarse de los tesoros del templo’.
 
Este tesoro permanece como un arma política letal en el volátil conflicto árabe israelí centrado en el monte del templo, el sitio donde se encontraba el templo y donde ahora se yergue la mezquita musulmana, La Cúpula de la Roca.
 
El lugar final donde se encuentra oculto el tesoro es la moderna Banca Occidental... bien profundo en el territorio de Hamas, en la región rocosa.
 
El emperador Vespasiano ordenó la destrucción del templo en Jerusalén después de una revuelta en las fuerzas romanas, llevándose cerca de 50 toneladas de oro, plata y piedras preciosas a Roma.
 
En los grabados en el Arco de Tito que fuera construido una década después, puede verse a los soldados romanos cargando el botín sagrado sobre sus hombros. Los judíos fueron expulsados de Jerusalén y dispersados a todo lo ancho del mundo.
 
Entre los años 75 hasta comienzos del siglo V de la era cristiana, el tesoro era exhibido públicamente en el Templo de Paz en el Foro, en Roma. El Vaticano le dijo al doctor Kingsley que no hay evidencias en sus archivos de que el tesoro permaneciera en Roma a partir del período medieval en adelante.
 
Él añadió: ‘Una cosa es segura, no se encuentra en la ciudad del Vaticano. Yo soy la primera persona en demostrar que el tesoro del templo ya no está languideciendo en Roma’.
 
Las fuentes de información usadas por el doctor Kingsley incluyen a Josefo, el historiador judío del primer
siglo, quien en ocasiones exageraba, pero era una autoridad en historia romana y judía. El doctor Kingsley también descubrió evidencia adicional, entre otras, en las obras de Procopio, un historiador de la corte del rey Justiniano, quien murió en el año 562 de nuestra era y de Teófanes Confesor, un monje cristiano quien vivió en Constantinopla entre los años 760 al 817.
 
En Cronografía, una de las obras de Teófanes que abarcó desde los años 284 hasta el 813, el monje registró que Gaisérico, rey de los vándalos, embarcó los tesoros que Tito había llevado a Roma después de capturar a Jerusalén y los cargó a bordo de una embarcación a Cartago en Túnez, en el año 455.
 
En la primera cruzada santa en el año 533, Belisario el Bizantino se apropió del tesoro que iba a bordo de una embarcación real que huía del puerto Hippo Regius en Argelia, el que luego fue embarcado a Constantinopla, la capital de Bizancio. En el siglo VII, los persas saquearon a Jerusalén, asesinando a miles de cristianos y arrastrando al patriarca Zacarías a Persia. El doctor Kingsley cree que Modesto, quien lo reemplazó, se llevó en secreto los tesoros a su lugar final de escondite en el año 614 de la era cristiana.
 
El doctor Kingsley revela sus descubrimientos en un libro que publicó en idioma inglés».
 
Mientras tanto los cristianos esperamos ansiosos y seguimos orando con las palabras del apóstol Juan:
“…Sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).
  Responder
#5
Buen aporte, Willy.
Tanto en el Tabernáculo del Desierto como en el templo de Jerusalén, encontramos valiosas enseñanzas y tipos, o figuras, del Señor Jesucristo y su maravillosa Obra a nuestro favor.

Dicho esto, respecto del tercer templo reitero lo que pregunté antes: El templo que intentan construir los israelitas, ¿será realmente el templo de Dios...  o es más bien el que quieren ellos para reafirmar su identidad?  (Cuidado, amamos a la nación de Dios, y nadie debe leer una actitud discriminatoria en esta pregunta)

Actualmente el templo del Espíritu Santo es la Iglesia del Señor, de modo que la Iglesia no puede coexistir con ningún otro templo, y debería ser sacada del mundo por el Señor mismo antes de que se construya el verdadero templo de Dios en Jerusalén.

Claro que esta sería una opción completamente posible, pero también es probable que los israelitas se estén apurando a restaurar su culto en su templo sin recibir antes la orden del Señor.

Así y todo ¿Acaso será el templo que profanará el anticristo?  

De cualquier modo, ese templo físico no tendrá futuro, pues será reemplazado por el que describe Ezequiel con lujo de detalles.
Sé que hay enseñanzas en el sentido de que tal templo sólo es una figura espiritual y no real. Sin dejar de respetar esas opiniones, francamente  no me parece que Dios haya mostrado el diseño de un magnífico templo con tantas descripciones y detalles, para que nosostros le demos un carácter meramente figurativo o virtual.  

Miren,  para nada estoy pretendiendo ser dogmático, pues sólo se trata de una inquietud, pero me gustaría conocer sus opiniones al respecto.

Un abrazo,
Heriberto
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#6
Hola hermanos: Se que he planteado un tema controversial, pero espero que alguno se anime a aportar algo al asunto...

Heriberto
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#7
Cita:Heriberto pregunta:
Así y todo ¿Acaso será el templo que profanará el anticristo?  

Cita:Yo si creo...porque no hay otro a la vista y lo están construyendo en incredulidad a Cristo.
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#8
Gracias, Edison. Lo que habría que examinar es cuándo los israelitas podrían construir el templo, más allá de los materiales y elementos que ya han previsto. Estimo que la Iglesia, el actual templo del Espíritu Santo, ya habrá sido arrebatada para entonces, pues la disputa con los musulmanes por el lugar físico en el que debe erigirse el templo judío, difcilílmente pueda resolverse antes de la aparición del Anticristo como gobernante mundial, y su engañoso pacto con Israel.  

Claro que el tiempo está cerca, pero, mientras tanto, pienso que la construcción en sí no podría concretarse.

¿Qué opinan?  


Un abrazo,
Heriberto
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