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Estudios sobre la Primera Epístola a los Corintios (4)
#1
Capítulo 3

La madurez cristiana se alcanza por medios espirituales

De acuerdo con lo que trata el capítulo anterior, hemos considerado las diferencias entre dos tipos de personas: El hombre “natural”, calificativo referido a la persona incrédula, y el hombre “espiritual”, aludiendo a aquel que ha creído con fe en el Señor Jesucristo para salvación, y que vive acorde con la nueva naturaleza recibida de Dios.

Empero, en este capítulo el apóstol Pablo se refiere a aquellos creyentes que no habían alcanzado aún la necesaria madurez espiritual, calificándolos como “carnales”, esto es, como “niños” en Cristo.
Un bebé sano recién nacido se alimentará con leche hasta que su desarrollo haga posible añadir alimentos sólidos a su dieta. Del mismo modo ocurre con el régimen alimenticio espiritual del creyente “recién nacido”. “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1ª P. 2:2) Así, el creyente irá creciendo paulatinamente hasta llegar a ser capaz de recibir alimento sólido. “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (He.5:14)

Aunque es lógico que un recién nacido sea alimentado únicamente con leche, no sería normal que el régimen lácteo siguiera indefinidamente sin ningún cambio. Es a esto a lo que apunta el apóstol Pablo. En la iglesia en Corinto había creyentes que con el correr del tiempo no habían superado la etapa de la niñez espiritual. Eran creyentes carnales, incapaces de asimilar el alimento sólido de la Palabra de Dios, y podemos deducir que, entre otros trastornos que para el caso mencionan las Escrituras, no sabían discernir entre el bien y el mal; no podían distinguir entre la sabiduría “que es de lo alto” y la sabiduría terrenal; (Stg.3:15-17) y no lograban diferenciar entre lo que significaba “servir al ojo” para agradar a los hombres, y servir “de buena voluntad como al Señor”. (Ef.6:6-7)
Esto los condujo muchas veces a “andar como hombres”, es decir que su proceder frecuentemente se conformaba a los estilos del mundo, olvidando las demandas de su ciudadanía celestial. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.” (Fil.3:20)
Y tanto imitaron algunas prácticas mundanas, que terminaron por introducirlas en la iglesia.
A la par que los perdidos del mundo, divididos en grupos antagónicos, disputaban por enaltecer a sus ídolos de barro, (filósofos, artistas, deportistas, etc.) aquellos creyentes tendían a hacer lo mismo con sus propios ministros, inclinándose al partidismo por ellos, y generando celos y contiendas entre las distintas facciones.
Pablo reprueba aquella pretensión, enseñando que los ministros de la iglesia (Col.1:25) no son más que servidores y colaboradores en la labranza de Dios. “Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento.” (Vs.7)

Los creyentes debían considerar que el verdadero siervo de Dios no ama la gloria de los hombres (2ª Tes.2:6) ni persigue la popularidad (Gá.1:10)
“Sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el Evangelio, así hablamos, no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones.” (1ª Tes.2:4)

El Señor Jesucristo declaró que los hipócritas hacen su justicia para ser vistos de los hombres, y aman el orar en público con igual propósito. Además, dan limosna para ser alabados de los hombres, y manifiestan que ayunan para mostrar a los hombres que ayunan. (Mateo Cap. 6)
Por lo tanto, ningún creyente debe imitar ese exhibicionismo egocéntrico.
Además, el Señor sentenció: “No tendréis recompensa de vuestro padre que está en los cielos” y “De cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Las obras hechas solamente para ganar el elogio y los aplausos de los hombres, no son otra cosa que madera, heno y hojarasca, y no podrán resistir la prueba de fuego del Tribunal de Cristo.
Únicamente lo que lleva gloria a Dios será considerado oro, plata y piedras preciosas. Toda labor cumplida fielmente con esa intención, no sólo resultará eficaz para la edificación del Cuerpo de Cristo, sino que será digna de obtener la recompensa del Padre.

(Continuará)
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