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Historia de la Iglesia (3)
#1
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadbent

A partir de Pentecostés hubo una rápida difusión del Evangelio.
La gran cantidad de judíos, que lo escucharon en la fiesta en Jerusalén cuando fue predicado por primera vez, llevaron las buenas nuevas a las diferentes naciones de su dispersión.

Aunque es sólo de los viajes misioneros del apóstol Pablo que el Nuevo Testamento ofrece una descripción pormenorizada, los otros apóstoles también viajaron ampliamente predicando y fundando iglesias en extensas áreas.
Todos los que creyeron se convirtieron en testigos para Cristo: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos 8.4).
La práctica de fundar iglesias donde hubiera creyentes, aunque fueran pocos, le dio permanencia a la obra y, como desde el principio cada iglesia fue enseñada a depender del Espíritu Santo y a ser responsable ante Cristo, éstas se convirtieron en centros para la propagación de la Palabra de vida. Por ello, a la iglesia recién fundada de los tesalonicenses se le dijo: “Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor” (1 Tes.1.8)

Aunque cada iglesia era independiente de cualquier organización o asociación de iglesias, se mantuvo una relación íntima con otras iglesias; relación esta que era continuamente revitalizada por las visitas frecuentes de hermanos que ministraban la Palabra de Dios (véase Hechos 15.36). Las reuniones tenían lugar en casas privadas, en cualquier recinto disponible o al aire libre, sin requerir de ninguna instalación en específico.

Esta atracción de todos los miembros hacia el servicio, esta movilidad y unidad no organizada, permitiendo una variedad que sólo enfatizaba la unión de una vida común en Cristo y la permanencia del mismo Espíritu Santo, preparó a las iglesias para sobrevivir a la persecución y llevar a cabo su comisión de llevar a todo el mundo el mensaje de salvación.

La primera predicación del Evangelio fue hecha por judíos a los judíos, y el lugar donde frecuentemente se desarrolló fue en las sinagogas.
El sistema de sinagogas es el medio simple y eficaz a través del cual el concepto de nacionalidad y unidad religiosa de los judíos han sido preservados a través de los siglos de su dispersión entre las naciones.

El centro de la sinagoga es el Antiguo Testamento, y el poder de las Escrituras y de la sinagoga se muestra en el hecho de que la Diáspora judía no ha podido ser extinguida ni absorbida por las naciones.
Los objetivos fundamentales de la sinagoga eran la lectura de las Escrituras, la enseñanza de sus preceptos y la oración; y sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos. En el Salmo 74.4, 8 aparece el lamento: “Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas (…). Han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra”.

Se dice que Esdras, a su regreso del cautiverio, organizó más las sinagogas, y la posterior dispersión de los judíos hizo que las sinagogas tomaran aun más importancia. Cuando el Templo, el centro judío, fue destruido por los romanos, las sinagogas, que ya se encontraban ampliamente diseminadas, demostraron ser una unión indestructible, sobreviviendo a todas las persecuciones que siguieron.
En el centro de cada sinagoga hay un arca en la cual se mantienen las Escrituras, y al lado de ésta se encuentra la tribuna desde donde se leen.

El intento dirigido por Bar-cocheba (135 d. de J.C.) fue uno de los tantos esfuerzos hechos para librar a Judea del yugo romano. Si bien por un corto período de tiempo pareció tener algún éxito, fracasó como los demás, y sólo trajo consigo un terrible castigo sobre los judíos.
Aunque el uso de la fuerza fracasó en sus intentos por liberarlos, fue su acercamiento en torno a las Escrituras como su centro lo que evitó su desaparición.

Comienzos
Resulta, pues, evidente la semejanza y relación existente entre las sinagogas y las iglesias. Jesús se convirtió en el centro de cada una de las iglesias dispersas por todo el mundo, al decir: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18.20).
Además, él les proveyó las Escrituras para que fueran su guía inalterable.
Por esta razón ha resultado imposible exterminar las iglesias. Cuando en un lugar han sido destruidas han aparecido en otros lugares.

Los judíos de la Diáspora desarrollaron un gran celo por dar a conocer al Dios verdadero entre los paganos, y una gran cantidad de los paganos se convirtió al Señor por medio de sus testimonios.
En el siglo III a. de J.C., se logró la traducción de las Escrituras del idioma hebreo al griego en la Versión Septuaginta, y teniendo en cuenta que el idioma griego fue en aquel tiempo, como más adelante, el medio principal de comunicación entre los pueblos de diferentes idiomas, la Septuaginta resultó ser un medio inestimable mediante el cual las naciones gentiles podían llegar a conocer las Escrituras del Antiguo Testamento.
Provistos de este aporte, los judíos usaron tanto las sinagogas como las oportunidades que les brindaba el comercio para llevar a cabo su misión.
Jacobo, el hermano del Señor, dijo: “Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo” (Hechos 15.21). Es por esto que muchos, tanto griegos como ciudadanos de otras naciones, fueron atraídos por las sinagogas. Muchos de ellos, cargados de pecados y opresiones resultantes del paganismo, confundidos e insatisfechos por sus filosofías, llegaron a conocer al único Dios verdadero al escuchar la Ley y los profetas. El comercio también vinculó a los judíos a toda clase de personas, y ellos aprovecharon esto diligentemente para difundir el conocimiento de Dios.

En ese tiempo, por ejemplo, un gentil buscador de la verdad escribe que él había decidido no ser partidario de ninguna de las principales tendencias filosóficas del momento, ya que dichosamente un judío comerciante de lino que había llegado hasta Roma, le había dado a conocer al Dios verdadero de la manera más sencilla.
En las sinagogas había libertad para ministrar. Jesús acostumbraba enseñar en ellas: “Y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (Lucas 4.16).

Cuando Bernabé y Pablo llegaron a Antioquía de Pisidia, ambos fueron a la sinagoga y se sentaron allí. “Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad” (Hechos 13.15).
Cuando vino Cristo el Mesías, el cumplimiento de las esperanzas y el testimonio de todo el pueblo de Israel, un gran número de judíos y prosélitos religiosos creyeron en él, y las primeras iglesias fueron fundadas entre ellos. Pero los gobernantes del pueblo —teniendo envidia de la prometida Simiente de Abraham, el principal hijo de David, y celosos de la inclusión y bendición de los gentiles como lo anunciaba el Evangelio— rechazaron a su Rey y Redentor, persiguieron a sus discípulos, y continuaron en sus caminos de tristeza, sin el Salvador, que era, para ellos primeramente, la expresión misma del amor y del poder salvador de Dios para con los hombres.

Puesto que la iglesia se formó inicialmente entre los círculos judíos, los judíos fueron precisamente sus primeros adversarios. Pero la iglesia creció y se extendió, y cuando los gentiles se convirtieron a Cristo, la iglesia entró en conflicto con las ideas griegas y con el poder romano.

Encima de la cruz de Cristo su acusación fue escrita en hebreo, griego y latín (véase Juan 19.20). Y fue en el marco del poder político y espiritual representado por estos idiomas que la iglesia comenzó a padecer y también a ganar sus primeros trofeos.

La religión judía afectó a la iglesia no sólo en la forma de ataques físicos, sino además, y más permanentemente, al imponerle a los cristianos la Ley. Es por ello que escuchamos a Pablo en la Epístola a los gálatas, protestando contra tales ideas retrógradas: “El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (Gálatas 2.16).
Del libro de los Hechos y la Epístola a los Gálatas podemos apreciar que el primer peligro serio que amenazó a la iglesia cristiana fue el de estar confinada dentro de los límites de una secta judía y perder por ellos su poder y libertad de llevar al mundo entero el conocimiento de la salvación de Dios en Cristo.

La filosofía griega, en su búsqueda de alguna teoría acerca de Dios, de alguna explicación de los fenómenos de la naturaleza y de alguna norma de conducta, no dejó escapar a ninguna de las religiones y especulaciones que venían lo mismo de Grecia, Roma, África o Asia. Una gnosis o “conocimiento”, un sistema filosófico tras otro surgía y se convertía en el tema de discusión candente. La mayoría de los sistemas gnósticos se formaron tomando prestado de una gran variedad de fuentes. Combinaban las enseñanzas y prácticas paganas con las judías, y posteriormente con las cristianas. Los mismos exploraban los “misterios” que eran accesibles solamente para los iluminados”, y que iban más allá de las formas externas de las religiones paganas. A menudo enseñaban la existencia de dos dioses o principios: Luz, y el otro Tinieblas; o sea, el Bien y el Mal.
En su opinión, la materia y las cosas materiales eran productos del Poder de las Tinieblas y estaban bajo su control, mientras que atribuían las cosas espirituales al dios superior. Estas especulaciones y filosofías crearon las bases para la formación de muchas herejías que desde sus inicios invadieron la iglesia cristiana, las cuales ya eran combatidas por los escritos tardíos del Nuevo Testamento, especialmente los de Pablo y Juan.

Las medidas tomadas para hacer frente a estos ataques y preservar una unidad de doctrina afectaron a la iglesia aun más que las propias herejías, debido a que estas medidas fueron responsables en gran parte del rápido crecimiento del poder y control del episcopal junto al sistema clerical que tan pronto en la historia, y de manera tan grave, comenzó a modificar el carácter de las iglesias.

(Continuará)
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