01-06-2013, 04:37 AM
Sustantivo mediante el cual se traduce el griego theopneustos en 2 Ti. 3.16, que cierta versión traduce, "toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia". "Inspirada de Dios" en otra versión que no es mejor que la anterior porque theopneustos más bien significa exhalada por Dios y no inhalada, o sea divinamente "expirada" y no inspirada. En el siglo pasado prominentes teologos afirmaron que el adjetivo tenía un sentido activo, "exhalando el Espíritu", y otro teologoa de la actualidad parece estar de acuerdo (lo glosa de manera que signifique no solamente "dado, llenado y gobernado por el Espíritu de Dios", sino también "activamente exhalando y esparciendo por doquier, a la par que haciendo conocer, el Espíritu de Dios"; pero otro teologo demostró claramente en 1900 que el sentido del término sólo puede entenderse como pasivo. La idea no es la de que Dios exhala a través de las Escrituras, o que las Escrituras estén exhalando a Dios, sino la de que Dios ha exhalado las Escrituras. Las palabras de Pablo significan que la Escritura es producto divino, que debe considerarse y estimarse como tal, y no que ella sea inspiradora (aunque esto también es cierto).
El "aliento" o "espíritu" de Dios en el AT (hebreo ruÆah\, nƒsaµmaÆ) denota la salida activa del poder divino, ya sea en la creación (Sal. 33.6; Job 33.4; Gn. 1.2; 2.7), la preservación (Job 34.14), la revelación a los profetas y por medio de ellos (Is. 48.16; 61.1; Mi. 3.8; Jl. 2.28 y siguientes), la regeneración (Ex. 36.27), o el juicio (Is. 30.28, 33). El NT revela que este "aliento" divino (del griego pneuma) es una de las personas de la deidad. El "hálito" de Dios (es decir el Espíritu Santo) produjo la Escritura como medio para trasmitir el entendimiento espiritual. Ya sea que traduzcamos pasa grafeµ como "toda la Escritura" o como "todos los textos", y ya sea que sigamos la construcción de un teologo de renombre que traduce: "Todo escrito inspirado por Dios sirve … para …" (traducción que es posible), o la de cirta versión, el pensamiento de Pablo nos resulta claro mas allá de toda duda. El apóstol afirma que todo lo que entra en la categoría de Escritura, todo lo que tiene cabida entre los "escritos sagrados" (hiera grammata), justamente porque es producto del aliento de Dios, es de provecho para guiar tanto en la fe como en la vida.
Sobre la base de este texto paulino la teología regularmente emplea el término "inspiración" para expresar tanto la idea del origen divino como el valor de las Santas Escrituras. Como sustantivo activo denota la operación de Dios de producir la Escritura con su aliento; como sustantivo pasivo se refiere al carácter "inspirado" que tiene la Escritura. También se emplea la voz en forma más general, para expresar la influencia divina que hizo posible que los órganos humanos de la revelación (profetas, salmistas, sabios, y apóstoles) hablasen, como así también escribiesen, las palabras de Dios.
I. El concepto de la inspiración bíblica
Según 2 Ti. 3.16, son precisamente los escritos bíblicos los que han sido inspirados. La inspiración es una obra de Dios que termina, no en los hombres que debían escribir la Biblia (como si, después de haberles dado una idea de lo que tenían que decir, Dios hubiese dejado librada a ellos la manera de decirlo), sino en el producto escrito mismo. Es la Escritura—grafeµ, el texto escrito—lo que ha sido inspirado por Dios. La idea esencial aquí es que toda la Escritura tiene el mismo carácter que los sermones de los profetas, tanto cuando predicaban como cuando escribían (2 P. 1.19–21, sobre el origen divino de cada "profecía de la Escritura"; véase también Jer. 36; Is. 8.16–20). Es decir, la Escritura no es solamente la palabra del hombre, fruto del pensamiento, la premeditación, y el arte del ser humano, sino también, y a la vez, la palabra de Dios, expresada por labios humanos o escrita con la pluma del hombre. En otras palabras, la Escritura tiene una doble paternidad, y el hombre es solamente el autor secundario; el autor primario (por cuya iniciativa, estímulo e iluminación, y bajo cuya supervisión, cada autor humano realizó su tarea) es Dios Espíritu Santo.
La revelación a los profetas fue esencialmente verbal, a menudo con un aspecto visionario, pero incluso la "revelación en visiones es también revelación verbal". Cierto teologo ha observado que en "las palabras de Dios que proclaman los profetas como las que han recibido directamente de Dios, y para cuya trasmisión en la forma en que las recibieron fueron comisionados …, quizás podamos encontrar la analogía más cercana al significado de la teoría de la inspiración verbal". Por cierto que así ocurre; encontramos no simplemente una analogía, sino el paradigma de la misma; y "teoría" es un término erróneo en este caso, porque se trata de la doctrina bíblica misma. Debemos definir la inspiración bíblica en los mismos términos teológicos que la inspiración profética, o sea como el proceso total (múltiple, sin duda, en sus formas psicológicas, como lo fue la inspiración profética) por medio del cual Dios movio a los hombres que había escogido y preparado (Jer. 1.5; Gá. 1.15) para que escribieran exactamente lo que él quiso que escribieran a fin de comunicar el conocimiento salvador a su pueblo, y por medio de este al mundo entero. La inspiración bíblica, por lo tanto, es verbal por su misma naturaleza, porque son palabras dadas por Dios las que componen las Escrituras exhaladas por él mismo.
En consecuencia, la Escritura inspirada es revelación escrita, así como los sermones de los profetas constituían revelación oral. El registro bíblico de la autorrevelación de Dios en la historia de la redención no es simplemente el testimonio humano de la revelación, sino que el registro mismo es revelación. La inspiración de la Escritura constituye parte integral del procedimiento de revelación, porque por medio de la Escritura Dios dio a la iglesia su propia descripción de su obra de salvación en la historia, y su propia interpretación autorizada del lugar que ella ocupa en su plan eterno. A cada libro de la Escritura podríamos anteponerle la frase "así dijo el Señor", sin que sea menos apropiado que en el caso de los dichos proféticos individuales que ella contiene, y en los que se usa dicha expresión (359 veces). La inspiración, por lo tanto, garantiza la verdad de todo lo que afirma la Biblia, así como la inspiración de los profetas garantizaba la verdad de la representación del pensamiento de Dios que nos trasmitieron ellos ("verdad" significa aquí correspondencia entre las palabras del hombres y los pensamientos de Dios, ya sea en el campo de los hechos o el del significado). Como verdad de Dios, creador del hombre y rey por derecho propio, la instrucción bíblica, al igual que los oráculos proféticos, lleva en sí la autoridad divina.
II. Presentación bíblica
El concepto de Escritura canónica, es decir, de un documento o "corpus" de documentos que contiene un registro permanente y autorizado de revelación divina, se remonta a la época en que Moisés escribió la ley de Dios en el desierto (Ex. 34.27 y siguientes; Dt. 31.9 y siguientes, 24 y siguientes). En ambos testamentos se acepta, sin dudas ni discusión, la verdad de todas las declaraciones, históricas o teológicas, que hace la Escritura, y su autoridad como palabras de Dios. El canon creció, pero el concepto de inspiración que presupone la idea de canonicidad estaba plenamente formado desde el principio, y se mantiene invariable a lo largo de la Biblia. Tal como la vemos allí, comprende dos convicciones.
1. Las palabras de la Escritura son las propias palabras de Dios. En el AT se entiende que la ley mosaica y las palabras de los profetas, habladas y escritas, son las propias palabras de Dios (1 R. 22.8–16; Neh. 8; Sal. 119; Jer. 25.1–13; 36, etc.). Los escritores del NT consideran que el AT en conjunto conforma "los oráculos de Dios" (Ro. 3.2), proféticos en carácter (Ro. 16.26; 1.2; 3.21), y escritos por hombres movidos y enseñados por el Espíritu Santo (2 P. 1.20 y siguientes; 1 P. 1.10–12). Cristo y sus apóstoles citan textos veterotestamentarios, no simplemente como lo que dijeron, por ejemplo Moisés, David, o Isaías (véase Mr. 7.10; 12.36; 7.6; Ro. 10.5; 11.9; 10.20, etc.), sino también como lo que dijo Dios por medio de estos hombres (véase Hch. 4.25; 28.25, etc.), o a veces simplemente como lo que "él" (Dios) dice (por ejemplo 1 Co. 6.16; He. 8.5, 8), o lo que dice el Espíritu Santo (He. 3.7; 10.15). Además, se citan declaraciones veterotestamentarias, no hechas por Dios en sus contextos, como palabras pronunciadas por él (Mt. 19.4 y siguientes; He. 3.7; Hch. 13.34 y siguientes, que citan Gn. 2.24; Sal. 95.7; Is. 55.2, respectivamente). Pablo también se refiere a la promesa de Dios a Abraham y la amenaza dirigida a Faraón, ambas pronunciadas mucho antes de que fueran escritas en el registro bíblico como palabras que la Escritura dijo a ambos (Gá. 3.8; Ro. 9.17), lo que muestra en qué medida ponía a la par las declaraciones de la Escritura y lo que había dicho Dios.
2. La parte que le ha correspondido al hombre en la producción de la Escritura es simplemente la trasmisión de lo que había recibido. Psicológicamente, desde el punto de vista de la forma, resulta claro que los escritores humanos mucho contribuyeron a la preparación de la Escritura: investigación histórica, meditación teológica, estilo linguístico, etc. Cada libro de la Biblia es, en un sentido, la creación literaria de su autor. Pero teológicamente, desde el punto de vista del contenido, la Biblia considera que sus escritores humanos nada contribuyeron, y que la Escritura es exclusivamente creación de Dios. Esta convicción se basa en el concepto de los fundadores de la religión bíblica, todos los cuales declararon haber trasmitido—y en el caso de profetas y apóstoles, haber escrito—lo que, en su sentido más literal, son palabras de otro: Dios mismo. Los profetas (entre los cuales debemos incluir a Moisés: Dt. 18.15; 34.10) manifestaron haber hablado las palabras de Yahvéh, poniendo delante de Israel lo que Yahvéh les había mostrado (Jer. 1.7; Ez. 2.7 Am. 3.7s; 1 R. 22). Jesús de Nazaret declaró haber hablado lo que el Padre le había dado (Jn. 7.16; 12.49 y siguientes). Los apóstoles enseñaban y daban instrucciones en el nombre de Cristo (2 Ts. 3.6), y afirmaban tener su autoridad y aprobación (1 Co. 14.37), y declaraban que el Espíritu de Dios les había enseñado tanto las cosas como las palabras que comunicaban (1 Co. 2.9–13; las promesas de Cristo, Jn. 14.26; 15.26 y siguientes; 16.13 y siguientes). Todas estas son pretensiones de inspiración. A la luz de las mismas es natural que la valoración de los escritos proféticos y apostólicos como palabra de Dios en su totalidad se convirtiera en parte de la fe bíblica, igual que las dos tablas de la ley "escritas con el dedo de Dios" (Ex. 24.12; 31.18; 32.16).
Cristo y los apóstoles ofrecieron un notable testimonio del hecho de la inspiración con sus referencias a la autoridad del AT. De hecho afirmaron que las Escrituras judías constituían la Biblia cristiana: un conjunto de literatura que ofrecía un testimonio profético de Cristo (Jn. 5.39s; Lc. 24.25 y siguientes, 44 y siguientes; 2 Co. 3.14 y siguientes) ideado especialmente por Dios para la instrucción de los creyentes cristianos (Ro. 15.4; 1 Co. 10.11; 2 Ti. 3.14 y siguientes; la exposición sobre el Sal. 95.7–11 en He. 3–4, y, en realidad, todo el libro de Hebreos, en el que cada punto principal se relaciona con textos del AT). Cristo insistió en que lo que estaba escrito en el AT "no [podía] ser quebrantado" (Jn. 10.35). A los judíos les dijo que no había venido a anular la ley o los profetas (Mt. 5.17); si así pensaban estaban equivocados; había venido a hacer todo lo contrario: a dar testimonio de la divina autoridad de ambos por medio de su cumplimiento. La ley es eterna porque es palabra de Dios (Mt. 5.18; Lc. 16.17); las profecías deben cumplirse, particularmente las que se refieren a él mismo, por la misma razón (Mt. 26.54; Lc. 22.37; Mr. 8.31; Lc. 18.31). Para Cristo y sus apóstoles la apelación a las Escrituras fue siempre decisiva (Mt. 4.4, 7, 10; Ro 12.19; 1 P. 1.16, etc.).
Se afirma por algunos que la libertad con que los escritores neotestamentarios citaban el AT (según la LXX, los tárgumes, o las traducciones ad loc. del hebreo, según mejor les convenía) demuestra que no creían en la inspiración de las palabras originales. Pero su interés no estaba en las palabras en sí mismas, sino en su significado; y de los estudios recientemente llevados a cabo se infiere que dichas citas eran interpretativas y expositivas, modo de citar muy conocido por los judíos. Los escritores procuran indicar el significado y la aplicación verdaderos (es decir cristianos) del texto por la forma en que lo citan. En la mayor parte de los casos evidentemente se llegó a este significado por medio de una estricta aplicación de claros principios teológicos acerca de la relación de Cristo y la iglesia con el AT.
III. Declaración teológica
Al formular el concepto bíblico de la inspiración es deseable establecer cuatro puntos negativos.
1. La idea no es la del dictado mecánico, o la escritura automática, o de cualquier procedimiento que entrañe la suspensión de la acción de la mente del escritor humano. Encontramos conceptos de inspiración de este tipo en el Talmud, Filón, y los Padres de la iglesia, pero no en la Biblia. La dirección y el control divinos bajo los cuales escribieron los autores bíblicos no representaban una fuerza física o psicológica, y no limitaron, sino que más bien aumentaron, la libertad, la espontaneidad, y la creatividad de su actividad literaria.
2. El hecho de que en la inspiración Dios no eliminó la personalidad, el estilo, el punto de vista, y el condicionamiento cultural de sus escritores no significa que su control sobre los mismos haya sido imperfecto, o que ellos, inevitablemente, al dedicarse a escribir lo que habían recibido para trasmitir, distorsionaron la verdad. Cierto teologo se burla benévolamente de la noción de que cuando Dios quiso que Pablo escribiera sus epístolas "se vio en la necesidad de bajar a la tierra y escudriñar cuidadosamente a los hombres que encontró allí, en busca afanosa del que, en general, pudiera ser el más adecuado para el cumplimiento de su propósito; y entonces le impuso violentamente el material que quería expresar por su medio, contra sus tendencias naturales, y con la menor pérdida posible debido a sus recalcitrantes características. Por cierto nada de eso ocurrió. Si Dios quería que su pueblo contara con una serie de cartas como las que escribió Pablo, prepararía a un Pablo que pudiera escribirlas, y el Pablo a quien puso en esta tarea fue un Pablo que espontáneamente hubiera escrito justamente una serie de cartas de este tipo".
3. La inspiración no es una cualidad que pueda vincularse con las corrupciones que se infiltran en el curso de la trasmisión del texto, sino solamente con el texto que produjeron originalmente los escritores inspirados. En consecuencia, el reconocimiento de la inspiración bíblica hace más urgente la tarea de una meticulosa crítica textual a fin de eliminar esas corrupciones y establecer cuál era el texto original.
4. No debemos comparar la inspiración de los escritos bíblicos con la inspiración de las grandes obras literarias, aun cuando (como a menudo ocurre) los escritos bíblicos sean realmente grandes obras literarias. La idea bíblica de la inspiración se relaciona, no con la calidad literaria de lo que se ha escrito, sino con su carácter de revelación divina en forma escrita.
El "aliento" o "espíritu" de Dios en el AT (hebreo ruÆah\, nƒsaµmaÆ) denota la salida activa del poder divino, ya sea en la creación (Sal. 33.6; Job 33.4; Gn. 1.2; 2.7), la preservación (Job 34.14), la revelación a los profetas y por medio de ellos (Is. 48.16; 61.1; Mi. 3.8; Jl. 2.28 y siguientes), la regeneración (Ex. 36.27), o el juicio (Is. 30.28, 33). El NT revela que este "aliento" divino (del griego pneuma) es una de las personas de la deidad. El "hálito" de Dios (es decir el Espíritu Santo) produjo la Escritura como medio para trasmitir el entendimiento espiritual. Ya sea que traduzcamos pasa grafeµ como "toda la Escritura" o como "todos los textos", y ya sea que sigamos la construcción de un teologo de renombre que traduce: "Todo escrito inspirado por Dios sirve … para …" (traducción que es posible), o la de cirta versión, el pensamiento de Pablo nos resulta claro mas allá de toda duda. El apóstol afirma que todo lo que entra en la categoría de Escritura, todo lo que tiene cabida entre los "escritos sagrados" (hiera grammata), justamente porque es producto del aliento de Dios, es de provecho para guiar tanto en la fe como en la vida.
Sobre la base de este texto paulino la teología regularmente emplea el término "inspiración" para expresar tanto la idea del origen divino como el valor de las Santas Escrituras. Como sustantivo activo denota la operación de Dios de producir la Escritura con su aliento; como sustantivo pasivo se refiere al carácter "inspirado" que tiene la Escritura. También se emplea la voz en forma más general, para expresar la influencia divina que hizo posible que los órganos humanos de la revelación (profetas, salmistas, sabios, y apóstoles) hablasen, como así también escribiesen, las palabras de Dios.
I. El concepto de la inspiración bíblica
Según 2 Ti. 3.16, son precisamente los escritos bíblicos los que han sido inspirados. La inspiración es una obra de Dios que termina, no en los hombres que debían escribir la Biblia (como si, después de haberles dado una idea de lo que tenían que decir, Dios hubiese dejado librada a ellos la manera de decirlo), sino en el producto escrito mismo. Es la Escritura—grafeµ, el texto escrito—lo que ha sido inspirado por Dios. La idea esencial aquí es que toda la Escritura tiene el mismo carácter que los sermones de los profetas, tanto cuando predicaban como cuando escribían (2 P. 1.19–21, sobre el origen divino de cada "profecía de la Escritura"; véase también Jer. 36; Is. 8.16–20). Es decir, la Escritura no es solamente la palabra del hombre, fruto del pensamiento, la premeditación, y el arte del ser humano, sino también, y a la vez, la palabra de Dios, expresada por labios humanos o escrita con la pluma del hombre. En otras palabras, la Escritura tiene una doble paternidad, y el hombre es solamente el autor secundario; el autor primario (por cuya iniciativa, estímulo e iluminación, y bajo cuya supervisión, cada autor humano realizó su tarea) es Dios Espíritu Santo.
La revelación a los profetas fue esencialmente verbal, a menudo con un aspecto visionario, pero incluso la "revelación en visiones es también revelación verbal". Cierto teologo ha observado que en "las palabras de Dios que proclaman los profetas como las que han recibido directamente de Dios, y para cuya trasmisión en la forma en que las recibieron fueron comisionados …, quizás podamos encontrar la analogía más cercana al significado de la teoría de la inspiración verbal". Por cierto que así ocurre; encontramos no simplemente una analogía, sino el paradigma de la misma; y "teoría" es un término erróneo en este caso, porque se trata de la doctrina bíblica misma. Debemos definir la inspiración bíblica en los mismos términos teológicos que la inspiración profética, o sea como el proceso total (múltiple, sin duda, en sus formas psicológicas, como lo fue la inspiración profética) por medio del cual Dios movio a los hombres que había escogido y preparado (Jer. 1.5; Gá. 1.15) para que escribieran exactamente lo que él quiso que escribieran a fin de comunicar el conocimiento salvador a su pueblo, y por medio de este al mundo entero. La inspiración bíblica, por lo tanto, es verbal por su misma naturaleza, porque son palabras dadas por Dios las que componen las Escrituras exhaladas por él mismo.
En consecuencia, la Escritura inspirada es revelación escrita, así como los sermones de los profetas constituían revelación oral. El registro bíblico de la autorrevelación de Dios en la historia de la redención no es simplemente el testimonio humano de la revelación, sino que el registro mismo es revelación. La inspiración de la Escritura constituye parte integral del procedimiento de revelación, porque por medio de la Escritura Dios dio a la iglesia su propia descripción de su obra de salvación en la historia, y su propia interpretación autorizada del lugar que ella ocupa en su plan eterno. A cada libro de la Escritura podríamos anteponerle la frase "así dijo el Señor", sin que sea menos apropiado que en el caso de los dichos proféticos individuales que ella contiene, y en los que se usa dicha expresión (359 veces). La inspiración, por lo tanto, garantiza la verdad de todo lo que afirma la Biblia, así como la inspiración de los profetas garantizaba la verdad de la representación del pensamiento de Dios que nos trasmitieron ellos ("verdad" significa aquí correspondencia entre las palabras del hombres y los pensamientos de Dios, ya sea en el campo de los hechos o el del significado). Como verdad de Dios, creador del hombre y rey por derecho propio, la instrucción bíblica, al igual que los oráculos proféticos, lleva en sí la autoridad divina.
II. Presentación bíblica
El concepto de Escritura canónica, es decir, de un documento o "corpus" de documentos que contiene un registro permanente y autorizado de revelación divina, se remonta a la época en que Moisés escribió la ley de Dios en el desierto (Ex. 34.27 y siguientes; Dt. 31.9 y siguientes, 24 y siguientes). En ambos testamentos se acepta, sin dudas ni discusión, la verdad de todas las declaraciones, históricas o teológicas, que hace la Escritura, y su autoridad como palabras de Dios. El canon creció, pero el concepto de inspiración que presupone la idea de canonicidad estaba plenamente formado desde el principio, y se mantiene invariable a lo largo de la Biblia. Tal como la vemos allí, comprende dos convicciones.
1. Las palabras de la Escritura son las propias palabras de Dios. En el AT se entiende que la ley mosaica y las palabras de los profetas, habladas y escritas, son las propias palabras de Dios (1 R. 22.8–16; Neh. 8; Sal. 119; Jer. 25.1–13; 36, etc.). Los escritores del NT consideran que el AT en conjunto conforma "los oráculos de Dios" (Ro. 3.2), proféticos en carácter (Ro. 16.26; 1.2; 3.21), y escritos por hombres movidos y enseñados por el Espíritu Santo (2 P. 1.20 y siguientes; 1 P. 1.10–12). Cristo y sus apóstoles citan textos veterotestamentarios, no simplemente como lo que dijeron, por ejemplo Moisés, David, o Isaías (véase Mr. 7.10; 12.36; 7.6; Ro. 10.5; 11.9; 10.20, etc.), sino también como lo que dijo Dios por medio de estos hombres (véase Hch. 4.25; 28.25, etc.), o a veces simplemente como lo que "él" (Dios) dice (por ejemplo 1 Co. 6.16; He. 8.5, 8), o lo que dice el Espíritu Santo (He. 3.7; 10.15). Además, se citan declaraciones veterotestamentarias, no hechas por Dios en sus contextos, como palabras pronunciadas por él (Mt. 19.4 y siguientes; He. 3.7; Hch. 13.34 y siguientes, que citan Gn. 2.24; Sal. 95.7; Is. 55.2, respectivamente). Pablo también se refiere a la promesa de Dios a Abraham y la amenaza dirigida a Faraón, ambas pronunciadas mucho antes de que fueran escritas en el registro bíblico como palabras que la Escritura dijo a ambos (Gá. 3.8; Ro. 9.17), lo que muestra en qué medida ponía a la par las declaraciones de la Escritura y lo que había dicho Dios.
2. La parte que le ha correspondido al hombre en la producción de la Escritura es simplemente la trasmisión de lo que había recibido. Psicológicamente, desde el punto de vista de la forma, resulta claro que los escritores humanos mucho contribuyeron a la preparación de la Escritura: investigación histórica, meditación teológica, estilo linguístico, etc. Cada libro de la Biblia es, en un sentido, la creación literaria de su autor. Pero teológicamente, desde el punto de vista del contenido, la Biblia considera que sus escritores humanos nada contribuyeron, y que la Escritura es exclusivamente creación de Dios. Esta convicción se basa en el concepto de los fundadores de la religión bíblica, todos los cuales declararon haber trasmitido—y en el caso de profetas y apóstoles, haber escrito—lo que, en su sentido más literal, son palabras de otro: Dios mismo. Los profetas (entre los cuales debemos incluir a Moisés: Dt. 18.15; 34.10) manifestaron haber hablado las palabras de Yahvéh, poniendo delante de Israel lo que Yahvéh les había mostrado (Jer. 1.7; Ez. 2.7 Am. 3.7s; 1 R. 22). Jesús de Nazaret declaró haber hablado lo que el Padre le había dado (Jn. 7.16; 12.49 y siguientes). Los apóstoles enseñaban y daban instrucciones en el nombre de Cristo (2 Ts. 3.6), y afirmaban tener su autoridad y aprobación (1 Co. 14.37), y declaraban que el Espíritu de Dios les había enseñado tanto las cosas como las palabras que comunicaban (1 Co. 2.9–13; las promesas de Cristo, Jn. 14.26; 15.26 y siguientes; 16.13 y siguientes). Todas estas son pretensiones de inspiración. A la luz de las mismas es natural que la valoración de los escritos proféticos y apostólicos como palabra de Dios en su totalidad se convirtiera en parte de la fe bíblica, igual que las dos tablas de la ley "escritas con el dedo de Dios" (Ex. 24.12; 31.18; 32.16).
Cristo y los apóstoles ofrecieron un notable testimonio del hecho de la inspiración con sus referencias a la autoridad del AT. De hecho afirmaron que las Escrituras judías constituían la Biblia cristiana: un conjunto de literatura que ofrecía un testimonio profético de Cristo (Jn. 5.39s; Lc. 24.25 y siguientes, 44 y siguientes; 2 Co. 3.14 y siguientes) ideado especialmente por Dios para la instrucción de los creyentes cristianos (Ro. 15.4; 1 Co. 10.11; 2 Ti. 3.14 y siguientes; la exposición sobre el Sal. 95.7–11 en He. 3–4, y, en realidad, todo el libro de Hebreos, en el que cada punto principal se relaciona con textos del AT). Cristo insistió en que lo que estaba escrito en el AT "no [podía] ser quebrantado" (Jn. 10.35). A los judíos les dijo que no había venido a anular la ley o los profetas (Mt. 5.17); si así pensaban estaban equivocados; había venido a hacer todo lo contrario: a dar testimonio de la divina autoridad de ambos por medio de su cumplimiento. La ley es eterna porque es palabra de Dios (Mt. 5.18; Lc. 16.17); las profecías deben cumplirse, particularmente las que se refieren a él mismo, por la misma razón (Mt. 26.54; Lc. 22.37; Mr. 8.31; Lc. 18.31). Para Cristo y sus apóstoles la apelación a las Escrituras fue siempre decisiva (Mt. 4.4, 7, 10; Ro 12.19; 1 P. 1.16, etc.).
Se afirma por algunos que la libertad con que los escritores neotestamentarios citaban el AT (según la LXX, los tárgumes, o las traducciones ad loc. del hebreo, según mejor les convenía) demuestra que no creían en la inspiración de las palabras originales. Pero su interés no estaba en las palabras en sí mismas, sino en su significado; y de los estudios recientemente llevados a cabo se infiere que dichas citas eran interpretativas y expositivas, modo de citar muy conocido por los judíos. Los escritores procuran indicar el significado y la aplicación verdaderos (es decir cristianos) del texto por la forma en que lo citan. En la mayor parte de los casos evidentemente se llegó a este significado por medio de una estricta aplicación de claros principios teológicos acerca de la relación de Cristo y la iglesia con el AT.
III. Declaración teológica
Al formular el concepto bíblico de la inspiración es deseable establecer cuatro puntos negativos.
1. La idea no es la del dictado mecánico, o la escritura automática, o de cualquier procedimiento que entrañe la suspensión de la acción de la mente del escritor humano. Encontramos conceptos de inspiración de este tipo en el Talmud, Filón, y los Padres de la iglesia, pero no en la Biblia. La dirección y el control divinos bajo los cuales escribieron los autores bíblicos no representaban una fuerza física o psicológica, y no limitaron, sino que más bien aumentaron, la libertad, la espontaneidad, y la creatividad de su actividad literaria.
2. El hecho de que en la inspiración Dios no eliminó la personalidad, el estilo, el punto de vista, y el condicionamiento cultural de sus escritores no significa que su control sobre los mismos haya sido imperfecto, o que ellos, inevitablemente, al dedicarse a escribir lo que habían recibido para trasmitir, distorsionaron la verdad. Cierto teologo se burla benévolamente de la noción de que cuando Dios quiso que Pablo escribiera sus epístolas "se vio en la necesidad de bajar a la tierra y escudriñar cuidadosamente a los hombres que encontró allí, en busca afanosa del que, en general, pudiera ser el más adecuado para el cumplimiento de su propósito; y entonces le impuso violentamente el material que quería expresar por su medio, contra sus tendencias naturales, y con la menor pérdida posible debido a sus recalcitrantes características. Por cierto nada de eso ocurrió. Si Dios quería que su pueblo contara con una serie de cartas como las que escribió Pablo, prepararía a un Pablo que pudiera escribirlas, y el Pablo a quien puso en esta tarea fue un Pablo que espontáneamente hubiera escrito justamente una serie de cartas de este tipo".
3. La inspiración no es una cualidad que pueda vincularse con las corrupciones que se infiltran en el curso de la trasmisión del texto, sino solamente con el texto que produjeron originalmente los escritores inspirados. En consecuencia, el reconocimiento de la inspiración bíblica hace más urgente la tarea de una meticulosa crítica textual a fin de eliminar esas corrupciones y establecer cuál era el texto original.
4. No debemos comparar la inspiración de los escritos bíblicos con la inspiración de las grandes obras literarias, aun cuando (como a menudo ocurre) los escritos bíblicos sean realmente grandes obras literarias. La idea bíblica de la inspiración se relaciona, no con la calidad literaria de lo que se ha escrito, sino con su carácter de revelación divina en forma escrita.