04-11-2013, 12:59 AM
"LA IGLESIA PEREGRINA"
Por Edmund Hamer Broadbent
Poco a poco el Imperio Romano fue arrastrado hacia un ataque contra las iglesias; ataque que más adelante dedicó todo su poder y recursos a la aniquilación y destrucción de las mismas.
Fue así como aproximadamente en el año 65 fue ejecutado el apóstol Pedro, y unos años más tarde, el apóstol Pablo. La destrucción de Jerusalén por los romanos (70 d. de J.C.) acentuó el hecho de que a las iglesias no les es dada ninguna cabeza o centro visible en la tierra. Luego el apóstol Juan, al escribir su Evangelio, sus epístolas y el Apocalipsis, llevó las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento a una conclusión, una conclusión digna de todo lo que había tenido lugar anteriormente.
Existe una diferencia notable entre el Nuevo Testamento y los escritos del mismo período y de períodos posteriores que no están incluidos en la lista o canon de las Escrituras inspiradas. Aunque es fácil notar lo bueno que contienen estos escritos posteriores, su inferioridad es inequívoca. Si bien exponen las Escrituras, defienden la verdad, refutan errores y exhortan a los discípulos, también manifiestan el creciente alejamiento de los principios divinos del Nuevo Testamento, lo cual ya había comenzado en los tiempos de la iglesia apostólica y se acentuó rápidamente más tarde.
Escrita en el transcurso de la vida del apóstol Juan, La primera epístola de Clemente a los corintios ofrece una panorámica de las iglesias en las postrimerías del período apostólico. Clemente fue un anciano de la iglesia en Roma. Él había visto a los apóstoles Pedro y Pablo, a cuyos martirios se refiere en esta carta que comienza: “De la iglesia de Dios en Roma a la iglesia de Dios en Corinto”. En esta epístola Clemente habla de las persecuciones a las que ellos se enfrentaron empleando un tono de victoria. Por ejemplo, escribe de “mujeres, siendo perseguidas” que, “luego de haber padecido tormentos indecibles, concluyeron el curso de su fe con firmeza y, aunque débiles
físicamente, recibieron una noble recompensa”. El tono empleado en su epístola es muy humilde. El escritor dice: “Les escribimos no para simplemente recordarles sus deberes, sino también para recordárnoslos a nosotros mismos”. Además, aparecen alusiones frecuentes al Antiguo Testamento y a su valor como sombra o tipo, así como muchas citas del Nuevo Testamento. La esperanza del regreso del Señor es un tema constante a través de su epístola. También les recuerda el camino de la salvación, el cual no está en la sabiduría o en las buenas obras, sino en la fe; y agrega que la justificación por fe no debe nunca hacernos perezosos en las buenas obras. Sin embargo, aun aquí ya es evidente el distanciamiento entre el clero y el laicado, distanciamiento que se desprende de las ordenanzas del Antiguo Testamento.
En sus últimas palabras a los ancianos de la iglesia en Éfeso, el apóstol Pablo los convoca y se dirige a ellos como a quienes el Espíritu Santo había puesto por “obispos” (véase Hechos 20). En todo el pasaje se muestra que ambos títulos se refieren a los mismos hombres, y que había varios de ellos en la misma congregación. Sin embargo, Ignacio escribió algunos años después que Clemente y, aunque también había conocido a varios de los apóstoles, le da al obispo una importancia y autoridad no sólo desconocidas en el Nuevo Testamento, sino que además va más allá de lo que el mismo Clemente le atribuía. Al comentar sobre Hechos 20, Ignacio plantea que Pablo envió desde Mileto a Éfeso y llamó a los obispos y presbíteros, utilizando así dos títulos para referirse a lo mismo. También dice que estos eran de Éfeso y de las ciudades vecinas, opacando así el hecho de que la iglesia en Éfeso tenía varios supervisores u obispos. Uno de los últimos hombres que conoció personalmente a uno o más de los apóstoles fue Policarpo, obispo de Esmirna, que fue ejecutado en aquella ciudad en el año 156 d. de J.C. Desde hacía mucho tiempo Policarpo había sido instruido por el apóstol Juan y había estado muy cercano a otros que también habían conocido al Señor. Ireneo es otro eslabón en la cadena de contactos personales hasta los tiempos de Cristo. Este fue instruido por Policarpo y fue ordenado obispo de Lyón en el año 177 d. de J.C.
La práctica del bautismo de creyentes sobre su confesión de fe en el Señor Jesucristo, como enseña y ejemplifica el Nuevo Testamento, fue continuada posteriormente. La primera referencia clara que se hace al bautismo de infantes aparece en un escrito de Tertuliano del año 197 d. de J.C., en el cual él condena el comienzo de la práctica del bautismo a los fallecidos y a infantes. Sin embargo, el camino para este cambio había sido preparado mediante la enseñanza acerca del bautismo que era divergente de la práctica enseñada en el Nuevo Testamento; pues a principios del segundo siglo ya se enseñaba la regeneración bautismal.
Esto, unido al cambio igualmente impresionante por medio del cual la recordación del Señor y su muerte (es decir, partir el pan y beber el vino entre sus discípulos) se transformó en un acto desempeñado por un sacerdote y considerado como un milagro, acentuó aun más el distanciamiento entre el clero y el laicado. El crecimiento de un sistema clerical bajo el dominio de los Obispos, que más adelante fueron gobernados por los “Metropolitanos” que controlaban extensos territorios, sustituyó el poder y la obra del Espíritu Santo y la dirección de las Escrituras a nivel de iglesias locales por una organización humana y unas cuantas formas religiosas. Este desarrollo fue gradual, y muchos no se dejaron arrastrar por él. Al principio no hubo pretensión alguna de que una iglesia debía controlar a otra, aunque una iglesia pequeña podía solicitarle a otra más grande que enviara “hombres escogidos” para que la ayudara en asuntos de importancia. Las conferencias locales de obispos tuvieron lugar de vez en cuando, pero hasta finales del segundo siglo no parece que se acostumbrara celebrar tales reuniones a menos que por alguna ocasión especial resultara conveniente para que aquellos interesados se reunieran en conferencia. Tertuliano escribió: “No es cosa de la religión imponer la religión, la cual debe ser adoptada libremente, no por la fuerza”.
Orígenes, uno de los maestros más relevantes, así como uno de los “padres” más espirituales de su tiempo, aportó un planteamiento claro acerca del carácter espiritual de la iglesia.
Nacido en Alejandría (185 d. de J.C.) de padres cristianos, Orígenes fue uno de los que desde su niñez experimentó las obras del Espíritu Santo en su vida. Sus excelentes relaciones con su sabio y devoto padre, Leonidas, su primer maestro de las Escrituras, quedaron demostradas de manera impactante cuando, en ocasión del encarcelamiento de su padre por causa de la fe, Orígenes, con tan sólo diecisiete años de edad, trató de unirse a él en prisión. Sólo fue impedido por la estratagema de su madre de esconder su ropa. No obstante, él se mantuvo escribiéndole a su padre en prisión y animándolo a que se mantuviera firme. Cuando Leonidas fue ejecutado y su propiedad confiscada, el joven Orígenes se convirtió en el sostén principal de su madre y seis hermanos menores.
Su extraordinaria capacidad como maestro pronto lo hizo resaltar, y si bien él mismo se trataba con una severidad extrema, mostraba una gran bondad hacia los hermanos perseguidos al hacerse partícipe de sus sufrimientos. Por un tiempo se refugió en Palestina donde sus enseñanzas y escritos llevaron a los obispos a escuchar como alumnos sus exposiciones de las Escrituras. Demetrio, el Obispo de Alejandría, indignado al ver que Orígenes, un laico, se atreviera a instruir a Obispos, lo censuró y lo obligó a regresar a Alejandría. Pero a pesar de que Orígenes se sometió a Demetrio, este finalmente lo excomulgó (231 d. de J.C.). El encanto peculiar de su carácter y la profundidad y percepción de sus enseñanzas atrajo a hombres que lo siguieron fielmente, los cuales continuaron sus enseñanzas aun después de su muerte. Orígenes murió en el año 254 d. de J.C. como resultado de las torturas a las que había sido sometido cinco años atrás en Tiro durante la persecución deciana.
Orígenes planteó que la iglesia consta de todos aquellos que han experimentado en sus vidas el poder del Evangelio eterno. Estos forman la verdadera iglesia espiritual, la cual no siempre coincide con la que los hombres conocen como la iglesia. Su entusiasmo y mentalidad especulativa lo llevaron más allá de lo que la mayoría comprendía, de modo que muchos lo consideraron herético en sus enseñanzas, pero él hacía una distinción entre aquellas cosas que tenían que ser expuestas clara y dogmáticamente y las que habían de ser expuestas con prudencia para su consideración y análisis.
Con relación a estas últimas, él dijo: “No obstante, acerca de cómo serán las cosas sólo Dios lo sabe con certeza, y aquellos que son sus amigos por medio de Cristo y el Espíritu Santo”. Orígenes dedicó su laboriosa vida a exponer claramente el contenido de las Escrituras. Su gran obra, la Héxapla, hizo posible una comparación expedita de distintas versiones de las Escrituras.
(Continuará)
Por Edmund Hamer Broadbent
Poco a poco el Imperio Romano fue arrastrado hacia un ataque contra las iglesias; ataque que más adelante dedicó todo su poder y recursos a la aniquilación y destrucción de las mismas.
Fue así como aproximadamente en el año 65 fue ejecutado el apóstol Pedro, y unos años más tarde, el apóstol Pablo. La destrucción de Jerusalén por los romanos (70 d. de J.C.) acentuó el hecho de que a las iglesias no les es dada ninguna cabeza o centro visible en la tierra. Luego el apóstol Juan, al escribir su Evangelio, sus epístolas y el Apocalipsis, llevó las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento a una conclusión, una conclusión digna de todo lo que había tenido lugar anteriormente.
Existe una diferencia notable entre el Nuevo Testamento y los escritos del mismo período y de períodos posteriores que no están incluidos en la lista o canon de las Escrituras inspiradas. Aunque es fácil notar lo bueno que contienen estos escritos posteriores, su inferioridad es inequívoca. Si bien exponen las Escrituras, defienden la verdad, refutan errores y exhortan a los discípulos, también manifiestan el creciente alejamiento de los principios divinos del Nuevo Testamento, lo cual ya había comenzado en los tiempos de la iglesia apostólica y se acentuó rápidamente más tarde.
Escrita en el transcurso de la vida del apóstol Juan, La primera epístola de Clemente a los corintios ofrece una panorámica de las iglesias en las postrimerías del período apostólico. Clemente fue un anciano de la iglesia en Roma. Él había visto a los apóstoles Pedro y Pablo, a cuyos martirios se refiere en esta carta que comienza: “De la iglesia de Dios en Roma a la iglesia de Dios en Corinto”. En esta epístola Clemente habla de las persecuciones a las que ellos se enfrentaron empleando un tono de victoria. Por ejemplo, escribe de “mujeres, siendo perseguidas” que, “luego de haber padecido tormentos indecibles, concluyeron el curso de su fe con firmeza y, aunque débiles
físicamente, recibieron una noble recompensa”. El tono empleado en su epístola es muy humilde. El escritor dice: “Les escribimos no para simplemente recordarles sus deberes, sino también para recordárnoslos a nosotros mismos”. Además, aparecen alusiones frecuentes al Antiguo Testamento y a su valor como sombra o tipo, así como muchas citas del Nuevo Testamento. La esperanza del regreso del Señor es un tema constante a través de su epístola. También les recuerda el camino de la salvación, el cual no está en la sabiduría o en las buenas obras, sino en la fe; y agrega que la justificación por fe no debe nunca hacernos perezosos en las buenas obras. Sin embargo, aun aquí ya es evidente el distanciamiento entre el clero y el laicado, distanciamiento que se desprende de las ordenanzas del Antiguo Testamento.
En sus últimas palabras a los ancianos de la iglesia en Éfeso, el apóstol Pablo los convoca y se dirige a ellos como a quienes el Espíritu Santo había puesto por “obispos” (véase Hechos 20). En todo el pasaje se muestra que ambos títulos se refieren a los mismos hombres, y que había varios de ellos en la misma congregación. Sin embargo, Ignacio escribió algunos años después que Clemente y, aunque también había conocido a varios de los apóstoles, le da al obispo una importancia y autoridad no sólo desconocidas en el Nuevo Testamento, sino que además va más allá de lo que el mismo Clemente le atribuía. Al comentar sobre Hechos 20, Ignacio plantea que Pablo envió desde Mileto a Éfeso y llamó a los obispos y presbíteros, utilizando así dos títulos para referirse a lo mismo. También dice que estos eran de Éfeso y de las ciudades vecinas, opacando así el hecho de que la iglesia en Éfeso tenía varios supervisores u obispos. Uno de los últimos hombres que conoció personalmente a uno o más de los apóstoles fue Policarpo, obispo de Esmirna, que fue ejecutado en aquella ciudad en el año 156 d. de J.C. Desde hacía mucho tiempo Policarpo había sido instruido por el apóstol Juan y había estado muy cercano a otros que también habían conocido al Señor. Ireneo es otro eslabón en la cadena de contactos personales hasta los tiempos de Cristo. Este fue instruido por Policarpo y fue ordenado obispo de Lyón en el año 177 d. de J.C.
La práctica del bautismo de creyentes sobre su confesión de fe en el Señor Jesucristo, como enseña y ejemplifica el Nuevo Testamento, fue continuada posteriormente. La primera referencia clara que se hace al bautismo de infantes aparece en un escrito de Tertuliano del año 197 d. de J.C., en el cual él condena el comienzo de la práctica del bautismo a los fallecidos y a infantes. Sin embargo, el camino para este cambio había sido preparado mediante la enseñanza acerca del bautismo que era divergente de la práctica enseñada en el Nuevo Testamento; pues a principios del segundo siglo ya se enseñaba la regeneración bautismal.
Esto, unido al cambio igualmente impresionante por medio del cual la recordación del Señor y su muerte (es decir, partir el pan y beber el vino entre sus discípulos) se transformó en un acto desempeñado por un sacerdote y considerado como un milagro, acentuó aun más el distanciamiento entre el clero y el laicado. El crecimiento de un sistema clerical bajo el dominio de los Obispos, que más adelante fueron gobernados por los “Metropolitanos” que controlaban extensos territorios, sustituyó el poder y la obra del Espíritu Santo y la dirección de las Escrituras a nivel de iglesias locales por una organización humana y unas cuantas formas religiosas. Este desarrollo fue gradual, y muchos no se dejaron arrastrar por él. Al principio no hubo pretensión alguna de que una iglesia debía controlar a otra, aunque una iglesia pequeña podía solicitarle a otra más grande que enviara “hombres escogidos” para que la ayudara en asuntos de importancia. Las conferencias locales de obispos tuvieron lugar de vez en cuando, pero hasta finales del segundo siglo no parece que se acostumbrara celebrar tales reuniones a menos que por alguna ocasión especial resultara conveniente para que aquellos interesados se reunieran en conferencia. Tertuliano escribió: “No es cosa de la religión imponer la religión, la cual debe ser adoptada libremente, no por la fuerza”.
Orígenes, uno de los maestros más relevantes, así como uno de los “padres” más espirituales de su tiempo, aportó un planteamiento claro acerca del carácter espiritual de la iglesia.
Nacido en Alejandría (185 d. de J.C.) de padres cristianos, Orígenes fue uno de los que desde su niñez experimentó las obras del Espíritu Santo en su vida. Sus excelentes relaciones con su sabio y devoto padre, Leonidas, su primer maestro de las Escrituras, quedaron demostradas de manera impactante cuando, en ocasión del encarcelamiento de su padre por causa de la fe, Orígenes, con tan sólo diecisiete años de edad, trató de unirse a él en prisión. Sólo fue impedido por la estratagema de su madre de esconder su ropa. No obstante, él se mantuvo escribiéndole a su padre en prisión y animándolo a que se mantuviera firme. Cuando Leonidas fue ejecutado y su propiedad confiscada, el joven Orígenes se convirtió en el sostén principal de su madre y seis hermanos menores.
Su extraordinaria capacidad como maestro pronto lo hizo resaltar, y si bien él mismo se trataba con una severidad extrema, mostraba una gran bondad hacia los hermanos perseguidos al hacerse partícipe de sus sufrimientos. Por un tiempo se refugió en Palestina donde sus enseñanzas y escritos llevaron a los obispos a escuchar como alumnos sus exposiciones de las Escrituras. Demetrio, el Obispo de Alejandría, indignado al ver que Orígenes, un laico, se atreviera a instruir a Obispos, lo censuró y lo obligó a regresar a Alejandría. Pero a pesar de que Orígenes se sometió a Demetrio, este finalmente lo excomulgó (231 d. de J.C.). El encanto peculiar de su carácter y la profundidad y percepción de sus enseñanzas atrajo a hombres que lo siguieron fielmente, los cuales continuaron sus enseñanzas aun después de su muerte. Orígenes murió en el año 254 d. de J.C. como resultado de las torturas a las que había sido sometido cinco años atrás en Tiro durante la persecución deciana.
Orígenes planteó que la iglesia consta de todos aquellos que han experimentado en sus vidas el poder del Evangelio eterno. Estos forman la verdadera iglesia espiritual, la cual no siempre coincide con la que los hombres conocen como la iglesia. Su entusiasmo y mentalidad especulativa lo llevaron más allá de lo que la mayoría comprendía, de modo que muchos lo consideraron herético en sus enseñanzas, pero él hacía una distinción entre aquellas cosas que tenían que ser expuestas clara y dogmáticamente y las que habían de ser expuestas con prudencia para su consideración y análisis.
Con relación a estas últimas, él dijo: “No obstante, acerca de cómo serán las cosas sólo Dios lo sabe con certeza, y aquellos que son sus amigos por medio de Cristo y el Espíritu Santo”. Orígenes dedicó su laboriosa vida a exponer claramente el contenido de las Escrituras. Su gran obra, la Héxapla, hizo posible una comparación expedita de distintas versiones de las Escrituras.
(Continuará)